El verdadero poema es el ensayo
Hay una forma del ensayo que nace, dicen los que hablan mucho del asunto, con el In the American Grain de William Carlos Williams y que incluye libros singulares como el Call Me Ishmael de Charles Olson o el My Emily Dickinson de Susan Howe, del que, por cierto, hay traducción al castellano. Eliot Weinberger, autor él mismo de algunos de los ensayos más singulares de las últimas décadas (capaz de afrontar la temática del ensayo con formas que muchas veces tienen que ver más con el poema; hay libros suyos en Duomo y Atalanta) llama a este tipo de ensayo 'crítica de vanguardia'. A este género o subgénero o como quieran llamarlo pertenece My Poets (Farrar, Straus and Giroux) de la poeta Maureen N. McLane. Conocíamos de ella algunos libros de poemas (el último, en la misma editorial, World Enough), que la verdad, a este lector de ustedes aficionado a una cierta trascendencia le habían dejado más bien frío. No es que My Poets no peque a tramos de una cierta ligereza, pero en general es más bien frescura de planteamiento lo que respira un libro audaz, ágil, hondo a su manera, lleno de páginas reveladoras y sobre todo de un aliento poético inspirador.
Hay capítulos en este libro que asumen encontrarse a medio camino entre el ensayo y el poema. La mayoría responden a una peculiar forma de la crítica impresionista, y están llenos de hallazgos iluminadores. Otros se centran apenas en un aspecto o, incluso, en una palabra. Así ocurre en el capítulo dedicado a Chaucer, dedicado a una única palabra de su Troilus and Criseyde, una palabra (kankedort) que aparece una única vez en ese libro y que no aparece en ningún otro lugar de la lengua inglesa. “Was Troilus nought in a kankedort?”, subraya McLane, y con ella nos regocijamos en la hermosura de esa gema rara, paradójicamente comprensible.
Otro de los capítulos sobresalientes es el siguiente, titulado My Impasses: On not being able to read poetry donde habla de dos clases de poesía a las que asistió en 1985: una guiada por la crítica Helen Vendler, profunda, inteligente, pero siempre pegada a la norma, viene a decirnos; otra, la de William Corbett, le descubriría las limitaciones de una lectura rigurosa, lo imposible de reducir un poema a única lectura. Entre ambos cauces, McLane nos guía por las mil formas posibles de leer un poema.
Hay capítulos dedicados a Emily Dickinson, Shelley, Louise Glück, Wallace Stevens o William Carlos Williams, y referencias cruzadas a muchos otros poetas o escritores (muy curioso el ¿paralelismo? que la autora traza entre Elizabeth Bishop y Gertrude Stein). En vano buscará el lector sesudas conclusiones, guías de lectura; My Poets es un libro sabio, sí, pero de un modo lúdico. Más que dar respuestas, suscita preguntas nuevas. Nos sitúa ante un kankedort tras otro.
En un libro que es como un claro en el bosque titulado The Lost Origins of the Essay, John D’Agata, guiado por una cita de Bacon (“La palabra que lo describe es nueva, pero el asunto es en sí antiguo”) arranca su peculiar historia del ensayo en tierras sumerias y con el Diálogo sobre el pesimismo de Ennaton de Acadia para seguir con Heráclito, Séneca, Sei Shonagon o Yoshida Kenko para acabar incluyendo en su listado poemas como las Tisanas de la portuguesa Ana Hatherly y otros textos de Natalia Ginzburg o Peter Handke. D’Agata demuestra que el ensayo es el verdadero poema en prosa, y de pronto los poetas tienen envidia de él. Aprendido y puesto en práctica es lo que ha hecho en sus libros Weinberger y lo que ahora hace Maureen N. McLane en My Poets. Pasen y disfruten.