Somos muchos los lectores que, cuando leímos por primera vez a Emily Dickinson o a Yeats, no les leímos sólo a ellos: venían a dúo con el poeta catalán Marià Manent (1898-1988), autor también de versiones memorables de poesía china (a través del inglés) o irlandesa, además de otros autores como Shelley, Blake, Dylan Thomas o Coleridge.

Su perfil de traductor oscureció un tanto su labor poética, pendiente, quizás, de una valoración definitiva. El escritor y estudioso José Muñoz Millanes, que acaba de dar a imprenta La ciudad de los pasos lejanos (Pre-textos), un sugestivo y bien documentado relato de los caminos cruzados de Píos Baroja, Azorín y Gutiérrez Solana en el París posterior a nuestra guerra civil, autor además de luminosos ensayos y traductor del alemán y del catalán (de Manent había vertido ya el Diario disperso), nos ofrece ahora una breve antología (25 poemas) de la obra poética de Manent. Hace unos años firmó en la revista Letras Libres un artículo que pone en contexto de forma inmejorable la importancia de la obra del poeta catalán y lo tortuoso de su recepción. También en el prólogo a esta nueva edición traza un breve recorrido biográfico y nos recuerda que “en Manent, la celebración y la elegía, en vez de alternarse, cada vez aparecen más unidas” y define al poeta catalán como “un poeta de lo microscópico, un observador minucioso de los aspectos menos perceptibles de la naturaleza: de sus matices y detalles más evasivos”: “La Naturaleza nos murmura, /pero sólo a meias, el secreto”, escribe Manent.

Merece mucho la pena acercarse a esta Antología poética (el título podría haber sido un poco más imaginativo) publicada en la exquisita colección de traducciones de la Fundación Ortega Muñoz, dirigida por Jordi Doce y Álvaro Valverde, que nos había dado ya un par de volúmenes del siempre hondo Mario Luzi y del siempre algo soso Philippe Jaccottet. No es que la poesía de Manent cambiase nada, pero en sus mejores momentos (y son muchos, y la traducción de Muñoz Millanes, que no parece traducción, los salva siempre) se parece al silencio, lo que, muchas veces, es lo mejor que podemos decir de un poema. Dejo como ejemplo el poema titulado Viaje de febrero:

 

En las hondonadas, olivos oscuros

ocultaban un vuelo de cornejas tristes.

Por los sembrados el maíz estaba marchito,

y entre las ramas desnudos los nidos eran sombra.

 

Era un viaje a un mundo ligero.

En el horizonte, montañas de otros astros, vaporosas.

Rozando el tren, color de luna y de río blanco,

con plumas de ángel el almendro venía.