Manuel Neila (Hervás, Cáceres, 1950) publicó su primer libro de poemas, Clamor de lo incesante, en 1978 en la editorial Jugar con Fuego, dirigida por José Luis García Martín, quien le incluiría después en su antología Las voces y los ecos junto a una variopinta marabunta en la que convivían Luis Antonio de Villena, Miguel d’Ors, Justo Jorge Padrón, Andrés Sánchez Robayna... Años después, en un libro titulado Gabinete de lectura, el propio García Martín distancia la poesía de Neila de “la poética mayoritaria en esa antología, la que representan Miguel d’Ors, Eloy Sánchez Rosillo, Fernando Ortiz o Víctor Botas. Nada más ajeno a él que el coloquialismo o la ironía”. No sé si esa “poética” era mayoritaria (a tantos años vista ya ve uno más lo que les diferencia que lo que les unía) pero desde luego Neila está más cerca de Sánchez Rosillo que de Sánchez Robayna, más de d’Ors que de Villena. Neila desdeña, cierto, la ironía (lo que no es en sí una ventaja, ni una desventaja) pero no diría uno que lo coloquial le es ajeno, a no ser que confunda “coloquial” con chusco. La poesía de Neila es coloquial del mismo modo que lo es la de Cernuda o la de Leopardi. Sin concesiones a la actualidad, pero tampoco a barroquismos o surrealismos. La voz de Neila se quiere machadiana, clara para hablar de lo hondo. Después de aquel ya remoto libro del 78, Neila pareció desaparecer del ruedo poético: su siguiente libro tardó dieciocho años en publicarse. En 2005 publicó su poesía reunida, que  antología publicada en la siempre recomendable colección a rayas de Renacimiento, resume y amplía con dos secciones nuevas: los machadianos cantares de “Al norte del futuro” y un avance de un libro “venidero” por más que por sus avatares editoriales la poesía de Neila parezca destinada ya a ser siempre un único libro que se transforma constantemente. La poesía de Neila se quiere observadora y meditativa. Estudioso del aforismo, sus versos aspiran a encerrar una revelación sobre lo que la vida sea. La elección de su tono conlleva no menos problemas que cualquier otra elección: ni todo lo demorado se vuelve automáticamente sabio y quien se pretende sabio puede acabar en sabiondo. Pero la poesía de Neila sabe lo fundamental: que antes de buscar la respuesta nos toca seguir buscando la pregunta correcta. A ORILLAS DEL NECKAR (Una voz) La tarde está cayendo, y tú caminas bajo un cielo colmado de viejos resplandores, bajo un cielo en penumbra que se cierne y derrama sobre ti, vida mía, las sombras fugitivas del tiempo y su molicie. Escucha, corazón, escucha ahora cómo piden al aire de este otoño clemencia el cuerpo perseguido del amor, tu voz al fin curada de espantos y alegrías. Llevas a flor de piel, como ese río que pasa indiferente con su estela de sombras, olor a primaveras y anhelos ¿de qué vida?: voces, gestos, rumores que enerva la corriente sin fin de la memoria. Y el agua fluye lenta, indiferente. La brisa sopla mansa, sin violencia. Mas, ¿qué milagro es éste de la vida que pasa, del tiempo que nos burla? La tarde está cayendo, y en ti fluye, de camino a la voz, un río de tristeza con visos de agua única: el eco de tus pasos ¿en qué calles lejanas?, las brasas del amor y sus cenizas candentes... todo aquello que las aguas no hurtan. Y el río va pasando, como tú, sin azoro, sin premura. ¿A dónde huir? Celadas de las horas en vilo.