Rima interna por Martín López-Vega

Tres poemas de Jana Putrle Srdic

17 noviembre, 2014 10:02

Jana Putrle Srdic nació en Ljubljana en 1975. Poeta, traductora del inglés, ruso, y serbio, trabaja como productora de arte visual. Es autora de tres libros de poemas. Lo fascinante de su poesía es su capacidad para desmenuzar la lentitud de la soledad, como un Hopper que pintase sólo cocinas, habitaciones con perros adormecidos, momentos que ya se van. Lo que da hondura y matiz a la soledad de sus poemas es que es la soledad de quien sólo a veces está solo. Su soledad es un intervalo de reflexión, una lucidez distinta entre dos intensidades, un detallado mapa de miedos adormecidos. A Midsummer Night´s Press, que ya editó algunos libros esenciales de la poesía eslovena contemporánea como las imprescindibles Banalidades del simpar Brane Mozetic (en español en Visor), acaba de publicar, traducidos por Barbara Jursa, algunos de sus poemas en el libro Anything could happen. Y he aprovechado para enredarme un poco entre estos poemas que admiro para ponerlos en castellano, y esto es lo que ha quedado: ojalá algo de todo lo bueno que tienen.

 

Lentitud del invierno

Todo te pasa con un lapso de retraso:

un verso una y otra vez.

Mil veces el mismo gesto, el cuchillo sobre las patatas,

la mano a través del cuerpo.

Haces girar la rueda y mueves los engranajes.

Nada en especial, contemplas fijamente

el cristal de tu mesa, escuchas la respiración

del perro.

A menudo, las cosas sólo son.

Ella dice adiós con la mano

cuando pasas,

los coches avanzan con luz verde

y se detienen con luz roja.

Todo está por venir o ha pasado ya:

amor, soledad, trabajo.

Y todo es bueno para algo,

incluso este maldito frío

que matará a todas las garrapatas.

 

 

Al final de un amor

Espolvoreo sésamo negro y pimienta cayena

sobre las calabazas amarillas de Sarah —esas achaparradas

y mantecosas— mientras pienso en la traducción

de la poesía siberiana, pero mis pensamientos

se recalientan en la calurosa cocina veraniega

y el lenguaje no es ya algo que me importe,

ni tampoco las relaciones —

este momento es aromático café africano,

este momento es maleza que araña terneros

mientras Zoran corre por el bosque y Lili

extiende su estera al otro lado de la colina

preparándose para el yoga (zumban los mosquitos),

en este momento estamos unidos por el caluroso

aire de la tarde que se envuelve alrededor de nuestros tobillos,

un dulce arroyuelo;

nos juntamos a través del brillo del verano,

a través de las grandes calabazas maduras

mientras ya vuelan los pájaros a medio crecer

y pronto será tiempo de migrar,

de vestirse, de empaquetar, siente la brisa bajo la falda,

pronto echaremos el cierre, fuegos encendidos, cremalleras,

y cuanto debe morir irá a parar al cubo de basura

(sandalias andrajosas, hierba, largos días, pájaros

con alas rotas), cuanto debe partir llegará al sur

en cajas de madera con los pies helados o un zumbido

en los oídos y una taimada añoranza

y entonces compartiremos nuestra tristeza —permaneciendo aquí,

afrontando la infraestructura invernal de las ciudades—

con los del sur, en contacto con el aire y el sol,

deshaciéndonos en su barro,

abandonados en un vertedero,

con el peso de otro verano poniente

como un gran gato suave

(con un pájaro en su tripa)

durmiendo sobre nuestros pechos.

 

 

Mujer en la ventana 

Una mujer en el núcleo de su familia se

escurre hacia el borde de la sociedad,

una mujer frente a una pantalla vacía,

en el cubo desnudo de una galería

es un error inadvertido, un espacio vacío

en la multitud de votantes y manifestantes,

nadie la necesita. Ella está ahí,

arrastrando su pierna izquierda,

 

sin saber qué hacer, espera

que la salve el autobús, que la salve un email

o alguien que la llame por teléfono.

 

En alguna parte extranjera del mundo, una mujer está

frente a la ventana, contemplando la nieve

que cae pesada borrando —la mujer está asomada

a su propio vacío, y en este desolado espacio

donde nadie la necesita,

en la incómoda cabeza vuelta,

en un jersey que es apenas suyo,

con nieve en los hombros,

intenta conjurar algo aún irreconocible,

algo sobre una forma hacia la cual ella

alargará la mano,

la estructura del mundo que penetra lo visible

sólo a través de las ramas de árboles y de

finas líneas en el hielo.

 

Cuanto llama a la mujer a la ventana

la mantiene en silencio. Ella sopesa dar

un paso hacia lo desconocido.

 

 

Image: Gervasio Sánchez

Gervasio Sánchez

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Image: Emilio Lledó, Premio Nacional de las Letras Españolas

Emilio Lledó, Premio Nacional de las Letras Españolas

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