Tres poemas de Jana Putrle Srdic
Jana Putrle Srdic nació en Ljubljana en 1975. Poeta, traductora del inglés, ruso, y serbio, trabaja como productora de arte visual. Es autora de tres libros de poemas. Lo fascinante de su poesía es su capacidad para desmenuzar la lentitud de la soledad, como un Hopper que pintase sólo cocinas, habitaciones con perros adormecidos, momentos que ya se van. Lo que da hondura y matiz a la soledad de sus poemas es que es la soledad de quien sólo a veces está solo. Su soledad es un intervalo de reflexión, una lucidez distinta entre dos intensidades, un detallado mapa de miedos adormecidos. A Midsummer Night´s Press, que ya editó algunos libros esenciales de la poesía eslovena contemporánea como las imprescindibles Banalidades del simpar Brane Mozetic (en español en Visor), acaba de publicar, traducidos por Barbara Jursa, algunos de sus poemas en el libro Anything could happen. Y he aprovechado para enredarme un poco entre estos poemas que admiro para ponerlos en castellano, y esto es lo que ha quedado: ojalá algo de todo lo bueno que tienen.
Lentitud del inviernoTodo te pasa con un lapso de retraso:
un verso una y otra vez.
Mil veces el mismo gesto, el cuchillo sobre las patatas,
la mano a través del cuerpo.
Haces girar la rueda y mueves los engranajes.
Nada en especial, contemplas fijamente
el cristal de tu mesa, escuchas la respiración
del perro.
A menudo, las cosas sólo son.
Ella dice adiós con la mano
cuando pasas,
los coches avanzan con luz verde
y se detienen con luz roja.
Todo está por venir o ha pasado ya:
amor, soledad, trabajo.
Y todo es bueno para algo,
incluso este maldito frío
que matará a todas las garrapatas.
Al final de un amorEspolvoreo sésamo negro y pimienta cayena
sobre las calabazas amarillas de Sarah —esas achaparradas
y mantecosas— mientras pienso en la traducción
de la poesía siberiana, pero mis pensamientos
se recalientan en la calurosa cocina veraniega
y el lenguaje no es ya algo que me importe,
ni tampoco las relaciones —
este momento es aromático café africano,
este momento es maleza que araña terneros
mientras Zoran corre por el bosque y Lili
extiende su estera al otro lado de la colina
preparándose para el yoga (zumban los mosquitos),
en este momento estamos unidos por el caluroso
aire de la tarde que se envuelve alrededor de nuestros tobillos,
un dulce arroyuelo;
nos juntamos a través del brillo del verano,
a través de las grandes calabazas maduras
mientras ya vuelan los pájaros a medio crecer
y pronto será tiempo de migrar,
de vestirse, de empaquetar, siente la brisa bajo la falda,
pronto echaremos el cierre, fuegos encendidos, cremalleras,
y cuanto debe morir irá a parar al cubo de basura
(sandalias andrajosas, hierba, largos días, pájaros
con alas rotas), cuanto debe partir llegará al sur
en cajas de madera con los pies helados o un zumbido
en los oídos y una taimada añoranza
y entonces compartiremos nuestra tristeza —permaneciendo aquí,
afrontando la infraestructura invernal de las ciudades—
con los del sur, en contacto con el aire y el sol,
deshaciéndonos en su barro,
abandonados en un vertedero,
con el peso de otro verano poniente
como un gran gato suave
(con un pájaro en su tripa)
durmiendo sobre nuestros pechos.
Mujer en la ventanaUna mujer en el núcleo de su familia se
escurre hacia el borde de la sociedad,
una mujer frente a una pantalla vacía,
en el cubo desnudo de una galería
es un error inadvertido, un espacio vacío
en la multitud de votantes y manifestantes,
nadie la necesita. Ella está ahí,
arrastrando su pierna izquierda,
sin saber qué hacer, espera
que la salve el autobús, que la salve un email
o alguien que la llame por teléfono.
En alguna parte extranjera del mundo, una mujer está
frente a la ventana, contemplando la nieve
que cae pesada borrando —la mujer está asomada
a su propio vacío, y en este desolado espacio
donde nadie la necesita,
en la incómoda cabeza vuelta,
en un jersey que es apenas suyo,
con nieve en los hombros,
intenta conjurar algo aún irreconocible,
algo sobre una forma hacia la cual ella
alargará la mano,
la estructura del mundo que penetra lo visible
sólo a través de las ramas de árboles y de
finas líneas en el hielo.
Cuanto llama a la mujer a la ventana
la mantiene en silencio. Ella sopesa dar
un paso hacia lo desconocido.