Sara Torres contra los monumentos ajenos
La otra genealogía (Torremozas, premio Gloria Fuertes de Poesía Joven) de Sara Torres (Gijón, 1991) es, como lo son muchos de los grandes libros de poemas, no un libro de aprendizaje, sino un libro de des-aprendizaje. De ello nos avisa ya desde el título: ese otra subraya de forma evidente su intención (su necesidad, diríamos mejor) de reconstruir la herencia que se nos da de forma acrítica y que a menudo aceptamos del mismo modo.
Y ¿qué genealogía es la que Torres quiere rehacer, o mejor, construir desde cero? En la primera parte del libro la vemos contemplando “Algún monumento ajeno”:
Míralo bien esta vez
hace tiempo ya que lo conoces
es espléndido
rotundo
se alza inalcanzable
sobre el suelo
aguarda
míralo bien
¿no ves el monumento absurdo?
va desenramado y sin hojas
rígido
sistemático
asustado
tardará en caer
lo que tardemos en notar
que sus raíces están muertas
era todo envergadura
El poema tiene algo (no mucho, especialmente en la última palabra) de acertijo, de adivinanza: ese es el monumento que se quiere derruir, para construir algo nuevo fuera de la “ciudad” que simboliza los vicios y las violencias de la genealogía que se quiere dejar atrás. A esa ciudad se opone una Isla habitada únicamente por mujeres, en la que incluso Dios es Diosa, una diosa a la que se le reza en un idioma que yo reconozco no identificar y que según he leído por ahí es una invención de la propia autora.
Esta isla de Sara Torres parece defendida por una cerca que nos recuerda al tapiz de La Dama del Unicornio, lo que pasa es que aquí no hay unicornio: el lenguaje de Torres juega con los textos fundamentales de religiones, con épicas y místicas para recrear ese espacio primordial en el que da inicio su nueva genealogía, una genealogía en la que “ellas duermen de a dos / y que mientras una reposa la profundidad del sueño / la otra vela su cuerpo // que no vive cierva aquí sin loba que la guarde / que ambas llegan a existir en estos campos / como antílope y como fiera”. Torres imita a veces el decir de la lírica popular (“Dos me aman / y a dos amo / Madre; / dos me aman / a dos amo / y juntas tres / vamos al baile”). El libro no está exento de alguna que otra caída y algún giro redicho que nos expulsa del tono general (“la suerte del infantil afecto”, por ejemplo). Disuena, en un libro con unas ideas tan claras y tan notables, que el uso que se da al lenguaje no esté a la altura. Una genealogía nueva requeriría, a la vez, de un lenguaje “nuevo” —todo lo nuevo que puede ser un lenguaje, claro. Ir más allá de inventarse tal o cual mantra nuevo. Otras poetas que han construido esa isla que aquí levanta Torres (Muriel Rukeyser o Adrienne Rich, por poner apenas un par de ejemplos) consiguen ese lenguaje nuevo que derriba monumentos. El de Torres a veces suena a pastiche: refunde más que funda. No es algo demasiado grave: tiene las ideas, y todo lo que uno echa en falta se aprende con tiempo y lecturas. Prometen mucho los libros futuros de Sara Torres. Seguro que cuando los haya escrito volveremos a La otra genealogía como a una feliz semilla. Lo que no es poco: es muchísimo. De momento ha desaprendido las leyes del dominio y el sometimiento, ha fundado su isla. Sólo queda evitar el repetir en esa isla los vicios de la ciudad de la que huye, entre los que se incluyen ciertos lenguajes. Fundar y no refundir. Por lo que aquí leemos, Sara Torres tiene capacidades de sobra para ello.