Hace ya tiempo que las colecciones de poesía de la editorial Pre-Textos se han convertido en algo parecido a una casa común de los mejores poetas de Latinoamérica y, sin embargo, siguen guardando sorpresas periódicas. Una de las últimas es la publicación de la poesía reunida del venezolano Igor Barreto, titulada El campo / El ascensor (colección La Cruz del Sur). Barreto, nacido en 1952, estudió Teoría del Arte en Rumanía y es profesor universitario en su país. Su poesía la componen una decena de libros de poemas (los dos primeros, en esta edición, se incluyen al final, a modo de apéndice) aquí recogidos junto a un iluminador prólogo de Antonio López Ortega, responsable de la edición. El prólogo de López Ortega liga la evolución de la poesía de Barreto a una sucesión y superposición de espacios vitales y poéticos. Formalmente, nos encontramos con un poeta que gusta de incorporar a  su obra dicciones diversas, del aforismo al epigrama, del caligrama al relato popular. Una poesía que consigue hacer de la desolación una forma más de ironía. Así en el poema titulado “ Imágenes luego de la desaparición de un caballo”: “El antipaisaje, / el antirrío, / los antiamigos, /la antizanahoria, / el anticorral, / los antiturrones de azúcar, / la antiniña de pelo largo, / la antifogata, / el antivaquero/con su silla/ y sus antibotas, / el antilucero de la mañana, / los antiperros...”

La poesía de Barreto funciona como un perfecto antídoto contra el “ponerse estupendo”. Como por ejemplo explica su “Amor a la patria”: “Cuando estoy lejos // me doy cuenta / de que amo el desorden // y vuelvo”. Eso no le resta hondura: Barreto no es un poeta de la torre de marfil, sino del ágora, y los lenguajes que prefiere aprender y hablar a menudo no son los preferidos por el gremio de los poetas. Barreto sirve que todo sirve para la poesía, porque precisamente, la poesía se esconde de lo poético. En este libro de libros el lector encontrará un catálogo infinito de formas poéticas que a priori no tienen nada que ver con la poesía, una ironía tierna y triste, siempre inteligente y cuya mordacidad nunca es mayor que su ternura. La poesía de Barreto tiene la melancolía amiga de un Li Bai y el ímpetu juguetón de un Apollinaire. Y su mezcla funciona siempre.

 

Ars utópica

a Armando Rojas Guardia

 

Los carpinteros tienen sus propias palabras

y deberían tener

su propia Academia de la Lengua,

sus poetas y ensayistas.

 

Los guardabosques

aún conservan el habla de la Ciudad Perdida.

La sintaxis se invierte

y sus verbos

son amables bisagras

o pesadas llaves.

De Cervantes, nadie habla con tanta propiedad

como un guardabosques.

 

En las cárceles

florece

otra flor primitiva:

la Lengua de los que tienen más de once años

en la espera.

A mí un ladrón me dijo:

Acompáñame

que junto a mí

 

nadie te ve.

 

Éstas son sus palabras de sigilo.

 

En mi país

hay poetas que lo envidiarían:

los hay parlanchines,

los hay pobres

 

mas el ladrón

 

dice siempre lo justo.

 

También pensé en los albañiles

y constructores.

Un poema de Obra Limpia

 

siempre quise escribir.

 

Ser el poeta de pequeños grupos

de veinte o treinta personas.

 

Pesa tanto este deseo

como el techo de una casa altísima,

este sueño

de escribir un libro

que reúna

como grupos de diversas aves

a estos

distintos lenguajes.

 

Prefiero entonces:

el andamio, la vereda

y la celda.