Rima interna por Martín López-Vega

Amelia Rosselli o el lenguaje sin respuestas

6 abril, 2015 09:49

En su prólogo a la edición italiana de la poesía completa de Amelia Rosselli (París, 1930-Roma, 1996) afirma Giovanni Giudici que el argumento principal de su poesía es “la lengua: entendida en el sentido general de lenguaje en cuanto facultad humana, medio de exploración, experimentación e invención”. Más bien, diría uno, ese es el medio; el argumento principal es, en realidad, la imposibilidad de una comunicación plena, que se busca por todos los medios posibles, torturando el lenguaje, acariciándolo si lo primero no funciona, dándole todas las vueltas posibles intentando lograr lo que el lenguaje, por sí solo, es incapaz de dar: respuestas. Lo que sí logra Rosselli después de su titánica (y muy matérica) lucha con la lengua es plantear nuevas preguntas, lo que no es poco.

Es justo, en su caso, decir lengua, y no idioma, pues no se conformó con uno. En sus inicios tanteó entre el inglés, el francés y el italiano. Y en los tres idiomas se observa la misma pelea, la misma obsesiva búsqueda de una respuesta. Los mejores momentos de la poesía de Rosselli se encuentran tanto en los momentos de mayor exaltación y búsqueda como en los de agotada rendición, cuando contempla al camarero que viene y va transportando manzanillas y le parece, por su prisa calmada, el rey de Roma. Sexto Piso edita ahora (traducción de Esperanza Ortega) La libélula, subtitulado “Panegírico de la libertad” y publicado por primera vez en 1958, el libro que le valió los primeros elogios de Pier Paolo Pasolini. No es de extrañar. La libélula es un largo poema de maneras surrealistas y hondura hiperrealista. Lo que busca Rosselli es desentrañar la realidad; lo que queda en los versos, primero, son las vísceras de esa realidad descuartizada, y corresponde a nuestra lectura interpretarlas. Dijo Rosselli una vez: “hay poetas del descubrimiento, de la renovación, de la innovación... Yo soy una poeta de la búsqueda”. Su padre y su tío fueron asesinados por orden de Mussolini, lo que precipitó el exilio de lo que quedaba de la familia. Rosselli vivió en Suiza y Estados Unidos, iniciando estudios de literatura, filosofía y música que retomó en Inglaterra y finalizó en Italia, ya de regreso en 1946. En sus comienzos se dedicó a la teoría musical, la etnomusicología y la composición, y fue a finales de los años 40 cuando, tras comenzar a trabajar como traductora para algunas editoriales y la RAI, su interés comenzó a dirigirse a la literatura y la filosofía, hizo amistad con autores como Carlo Levi y publicó sus primeros poemas, que enseguida recibieron los elogios de Zanzotto, Raboni o Pasolini. La muerte de su madre en 1949, sumada a las anteriores en la familia, la sumieron en un estado que los médicos diagnosticaron como de esquizofrenia paranaoide, diagnóstico que ella nunca aceptó. Se sucidió en Roma en 1996. Aunque rechazase el diagnóstico, su continuo preguntarse y exigir al lenguaje tiene también mucho de exploración de los límites de la racionalidad, de intento de entender qué es exactamente la cordura y qué sentido tiene y cómo se puede mantener un equilibrio. La libélula es uno de los libros más singulares de la poesía europea de finales del siglo XX, y un ejemplo más (junto a Inger Christensen, de quien ahora publica también Sexto Piso un nuevo libro) de esa otra vanguardia que hubo en la poesía de ese siglo, que llevaron adelante poetas como las mencionadas o las norteamericanas Muriel Rukeyser o Adrienne Rich, que llevó al extremo las posibilidades del lenguaje y que la historia literaria ha dejado al margen a menudo privilegiando voces masculinas. No todo lo que aprendemos en la poesía de Amelia Rosselli queremos aprenderlo; tanta verdad asusta. Su poesía nos pone a prueba. Qué raro un libro así en tiempos tan banales.    
Image: Iluminando el presente a través del pasado

Iluminando el presente a través del pasado

Anterior

Poema divino

Siguiente