La poesía de José Luis García Martín (Aldeanueva del Camino, 1950) siempre ha contado entre sus ingredientes con la especia de lo lúdico. No suelen faltar en sus libros de poemas series de un verso dedicadas a glosar figuras de otros poetas, o una ristra de epigramas, o una serie de sonetos, o… Siempre, eso sí, lo lúdico se queda en el origen, como una especie de espita necesaria para que surjan los poemas. A diferencia de otros poetas, García Martín no esconde el origen del poema cuando está en un ejercicio más o menos ocasional. En sus mejores libros (El pasajero, Principios y finales) intercalados entre los poemas mayores aparecen ejercicios de universos dedicados a ciudades y poetas, epitafios a poetas reales o inventados… En su nuevo libro, sin embargo, García Martín monta una especie de circo de tres pistas personal y todo parece juego, poema de ocasión, pasatiempos para entretener esperas. El juego va más allá del propio libro (cuyo prólogo anima a los lectores a añadir, recortar y retocar a voluntad) y se prolonga en los poemas inéditos que el autor regalaba con los primeros ejemplares vendidos del libro (y que por lo visto en los facebooks de algunos de los afortunados bien podrían haber estado dentro de este mismo volumen) y en las declaraciones del autor, quien afirma haber escrito un libro para quienes no suelen leer poesía. Muchos de estos poemas, de hecho, podrían proceder de su diario, donde a menudo regala series de haikus, poemas breves, aforismos y demás chucherías breves.

Presente continuo (Impronta) parece, pues, un libro que huye de pretensiones, que deja al azar o al lector (elegir lo que merece la pena, dejar de lado lo repetitivo o redundante) lo que al desganado autor no le ha apetecido hacer. En este libro, en el que abundan los sonetos, hay también largas series de poemas de dos versos dedicados a Nueva York o París, de tres versos para Roma, de cuatro en el caso de Venecia. Hay una ristra de haikus dedicada a su aldea natal y una sección final dedicada a Marilyn Monroe, cuyos poemas toma como pretexto (con un prólogo que es un juego más) para hacer sus propias variaciones o inventarlos de nuevo. Convertir a Marilyn Monroe en uno más de sus heterónimos forma parte de este juego.

Pero entonces, ¿es este libro algo más que una selección de las moleskines en las que su autor garabatea improvisaciones para entretener la espera mientras aguarda que comience una película o que salga un avión? Sin duda hay unos cuantos poemas que merecerían estar en la más exigente de sus selecciones, como por ejemplo el soneto dedicado a su viejo instituto:

INSTITUTO CARREÑO MIRANDA (AVILÉS)

Luz, más luz y clara geometría,

jaula feliz de aquel bachillerato

que terminó hace siglos o hace un rato

o que no ha terminado todavía.

¿De qué rara madera estamos hechos,

légamo primordial, materia oscura,

que sobre el tiempo flota y que perdura

cuando llegamos a la mar deshechos?

Por la empedrada calle de Galiana

camina en la mañana hacia el mañana

el niño que fui, que sigo siendo.

Qué compleja ecuación y qué sencilla.

¿Me ves tú ahora como te estoy viendo?

Todo era, y es, asombro y maravilla.

 

El pretendido tono atemporal del libro (en la elección de las estrofas, en la reiteración de ciertas estructuras y tropos) gustará a los lectores más tradicionales y enervará a los que han leído algo más de poesía contemporánea, pero en general un mayor peinado del libro para evitar reiteraciones e insistencias en tópicos muy manidos no hubiera estado de más. Sin embargo, pasatiempo nada banal, demostración de saltimbanqui, Presente continuo abunda en momentos felices y sugerencias que, efectivamente, el lector puede arrancar y continuar por su cuenta. Ojalá la próxima vez el autor se tome el trabajo él mismo: en poesía, jugar no es lo contrario que tomárselo en serio. Como en la vida misma, vaya.