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Juan Manuel Macías[/caption]

Juan Manuel Macías (Cartagena, 1970) es, además de poeta él mismo, uno de los mejores traductores del griego de este nuestro mustio collado. En Sucede en la voz de otros (La Isla de Siltolá) ha reunido lo que él llama “apuntes mundanos de poesía”, notas que a veces son apuntes de diario (el encuentro con un viejo diccionario), a veces pequeños ensayos sobre autores concretos (Safo, Gerardo Diego), reflexiones de taller e incluso un relato. La lucidez y cultura de Macías hace que incluso cuando uno no está de acuerdo con él, acabe aprendiendo algo. El único pero de este libro: tiene poco más de cien páginas y uno querría que tuviera mil, dos mil.

 


Carina Sedevich (Santa Fe, 1972) parte de “El árbol de la vida” de Klimt para dar forma a su libro de poemas llamado como el pintor, Klimt (Suburbia). Sonia San Román da en su epílogo las claves de un libro en el que, según sus palabras, la realidad dinamita la abstracción. Dice así uno de los poemas del libro:

Mi vecina ha lavado ropa oscura

y la ha extendido en una cuerda al sol.

Admiro la coherencia del conjunto.

Me regocija

la pulcritud de mi vecina:

la economía con que ordenó el tendido

y dispuso los broches de madera

sin encimar las prendas

ni estirarlas.

Solía tender cuando tenía un patio,

un hijo pequeño, un compañero.

Fui dulce y cuidadosa con sus ropas.


Azahara Palomeque (1986) recoge en American Poems (La Isla de Siltolá) una colección de poemas con un sugerente equilibrio entre el detalle coloquial y el canto que se eleva sobre lo consuetudinario de una forma natural, sin estridencia pero sin por ello dejar de trascender. Dice así “Una idea de tiempo”:

Una idea de tiempo va conmigo: tu mano

cuajada de manillas. Existir,

me pregunto, es un reino de alfileres,

y abro los poros: respiro, tan dulce perfección,

y se clavan. Mis horas son injertos.

Se hace tarde cuando caminas entre los médanos,

blancos, como yo te pienso. Invierno

de abejas mensajeras: el mundo

de aguijón doliente, horadando la luz.


Robert Hass (San Francisco, 1941) es uno de los más citados poetas norteamericanos contemporáneos. Buen conocedor, y excelente lector, de la poesía europea, ha trasladado algunos de sus modelos (Milosz, Brodsky) a su propia obra. Hace unos años Bartleby publicó Tiempo y materiales, tal vez su mejor libro. Trea publica ahora, en traducción de Andrés Catalán, El sol tras el bosque. Si bien es de admirar su insistencia en el poema largo, a menudo ocurre una cosa con los incluidos en este libro, que carece de la tensión lingüística del citado Tiempo y materiales: no sólo son largos, sino que se hacen largos. La insistencia en imágenes falsamente poéticas (el zafiro de los ojos del mapache, por ejemplo) impiden que el poema fluya y lo que al final deja no es tanto como lo que ocupa. Mejor le iría, sin embargo, a la insulsa y prosaica poesía norteamericana contemporánea si los más jóvenes fueran capaces de aprender de su su ambición, no exenta de momentos brillantes.


Ernesto Fratarola (Barcelona, 1965) escribe versos como alfileres. Más que un hilo narrativo, los poemas de Uno (La Isla de Siltolá), su segundo libro, se construyen en forma de escalera: cada verso es un escalón, y un alfiler que sustenta una imagen que se quiere singular. Esa atención a la importancia de cada verso, de cada palabra, le distingue. “Discreta anomalía” es el poema que abre el libro:

Los discos vertebrales,

el ruido de la edad.

Despacio, las agujas.

La silla y la pregunta:

silencio de un minuto.

Pájaro pensamiento.

Invisible acidez,

arena entre los dientes.

Las almendras amargas.

Memoria de las manos,

cordón umbilical.

Dormir.

Crecer hacia lo oscuro.

Asidero: avispero.

Columna: vasija.

La apología de los rincones.

Los ángulos

estrechos,

el hogar de la lluvia.

Los surcos, las derrotas.

Las cejas cabizbajas de la luna.

El círculo amarillo enfermedad.

Los nidos vertebrales.

Y este no haber ya quién en ningún donde.