Ignacio Vleming: la arruga es bella
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En su libro La salvación de lo bello, el filósofo coreano arraigado en Alemania Byung-Chul Han afirma que “Lo pulido, pulcro, liso e impecable es la seña de identidad de la época actual. Es en lo que coinciden las esculturas de Jeff Koons, los iPhone y la depilación brasileña” para acabar reivindicando, con Bataille, el poder liberador de lo feo. Contra lo liso, el nuevo libro de poemas de Ignacio Vleming (Madrid, 1981), Cartón fósil (La Bella Varsovia) es un elogio del desgaste del tiempo, de la arruga que no es más que la escritura de la experiencia. ¿Es Vleming anticontemporáneo? Sólo si lo contemporáneo es lo soso, lo liso, lo superficial. No toda la contemporaneidad es así, por más que se empeñen las idas y venidas de ciertas modas que, extrañamente, alcanzan la isla sin mercado de la poesía.
Vleming llena su poesía de pasión por entender la huella, de entendimiento de cuanto de pasado hay en la arruga del presente. Cada uno de sus poemas es un encuentro entre quien es ahora y los otros que fue en algún momento del pasado; y lo que todos ellos tienen en común es, como escribe Agamben, lo que ninguno de ellos (ni el pasado ni el actual) ha conseguido todavía. En esa melancolía (que es también un mapa del tesoro y una esperanza) es donde se reconocen y donde se trazan las coordenadas del poema. Como en “Arqueología”, el pasado es visto como un yacimiento:
En el extremo del mapa está el piso de tus padres,
salón comedor, cocina, tres dormitorios, dos baños.
Hoy vuelves a visitarles pero con ojos de arqueólogo,
y contemplas asombrado su casa,
su yacimiento.
El poema es el instrumento con el que se aborda el estudio de ese yacimiento, un instrumento que al ser usado compara el yo pasado y el yo presente. Así en “Impresión de frío entre los muebles viejos”:
Al introducir tu mano
entre el hueco de los muebles,
territorio olvidado de los ácaros,
adonde no llega el ruido de los hombres
y se pierden las palabras entre el polvo,
descubres una textura tibia, sigilosa, abstracta,
de pelusa y carne al mismo tiempo,
como de peluche hace años abandonado
por un niño que envejeció de repente.
No te asustes,
acaricia suavemente la piel muda de las sombras,
cógela con la ternura con la que coges
la mano de tu amante
en el recuerdo,
exhúmala del parque
y verás que no era nada
sino la impresión de frío
cuando has cerrado los ojos.
La tercera sección del libro ahonda en el paralelismo arqueológico mediante poemas museísticos (dinosaurios incluidos) que convierten la erosión en poética y el desgaste en argumento de formación. Uno de los logros del libro es que, pese a ser unitario en el tema, no llega a aburrir; sus variaciones están compuestas y repartidas con acierto e inteligencia, y eso que no hay estridencias estilísticas ni puntos más altos o bajos que otros. Un libro muy sólido de uno de los autores de su generación a los que sin duda merece la pena leer con atención.