El tiempo alegórico de Jordi Doce (y una coda de Ángel Crespo)
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El año pasado Jordi Doce reunió en Nada se pierde (Prensas Universitarias de Zaragoza) una escueta selección de su poesía publicada y ahora llega su nuevo libro de inéditos, No estábamos allí (Pre-Textos, colección La Cruz del Sur) el primero después de once años si excluimos Monósticos, publicado en 2012 y que ahora se incorpora a este nuevo libro. Once años, pues, para una treintena larga de poemas que ahondan en las preocupaciones básicas de Jordi Doce al mismo tiempo que en su continua búsqueda formal. Nada se pierde incluye poemas en prosa, género que Doce cultiva desde sus inicios, y los “Monósticos” que cierran el libro proponen una variedad de lecturas; desde la aforística a la narrativa, que dan como resultado, según cual se escoja en cada momento, significaciones distintas. Esa sección es una muestra inmejorable de cómo, en poesía, lo lúdico nunca está reñido con lo hondo; más bien se reclaman mutuamente.
El lector de Jordi Doce encontrará en este nuevo libro los logros mejores del tono en el que el poeta es maestro, a saber: uno que equilibra perfectamente la ausencia de referencias concretas a los asuntos del tiempo -de otro modo, al cronotopo sociopolítico- y que consigue, pese a ello o gracias a ello, referirse a la vez a este tiempo -pues lo hace- y a cualquier otro desde una atemporalidad que subraya lo vano de los intentos humanos por alejarse de sus temores y sus vicios. Muchos detalles concretos (escaparates, relojes, maletas…) crean un paisaje que es a la vez familiar y ajeno, pues casi nunca podemos anclar esas referencias a un paisaje concreto (“Distrito Federal” sería la excepción más obvia), logrando una especie de alegoría hecha a la manera de aquellas cajas de Joseph Cornell en las que el resultado del conjunto era mucho más que la suma de sus partes. “Cuando el mundo se convirtió en el mundo…”, comienza el primer poema. “Fueron los tiempos de la nueva austeridad”… el segundo, con una referencia algo más evidente a nuestro pasado reciente pero en la que el uso del pretérito perfecto (en vez del presente o el imperfecto) alejan esos tiempos de nosotros dándoles esa distancia alegórica a la que me refería antes. Jordi Doce recrea paisajes que juegan con nuestra mente; estamos a punto de reconocerlos pero no somos capaces. En esa extrañeza sitúa sus preguntas, y es ella la que nos hace escucharlas y nos obliga a quedarnos en cada verso, demorados a la espera de reconocer la voz que hace la pregunta y el lugar en el que nos la hacen.
Eso, sumado a que estamos ante un poeta que es un buen conocedor de diversas tradiciones poéticas que juega con referencias poco comunes, nos trae un libro singular y hondo, en el que encontramos piezas misteriosas e interrogantes como esta “Fábula” con su aire de antigua balada sajona:
Porque me faltaba un clavo
no pude herrar a la yegua
Porque la yegua se quedó en casa
no fui capaz de avisarte
Porque saliste desprevenida
te sorprendió la tormenta
Porque la nieve cegó tus ojos
te perdiste a medio viaje
Porque estabas sola entre la nieve
fuiste a refugiarte bajo un roble
Porque el cielo se había parado
tu sombra se juntó con tu cuerpo
Porque el tiempo se había parado
tu cuerpo se juntó con el roble
Porque la nieve siguió cayendo
parecías un ala de cuervo
Porque caía sobre sí misma
eras ya un clavo pequeño
un clavo que saqué de mi frente
antes de guarnecer a la yegua
y salí a la intemperie porque…
***
Hay poetas (un caso, por ejemplo, es el de María Victoria Atencia) a los que pese a haber dado hace tiempo el salto a las colecciones escolares (Cátedra, Castalia...) parece resistírseles el consenso generalizado y el fervor de una mayoría de lectores. Un caso similar es el de Ángel Crespo (1926-1995) de quien, pese a que su obra ha sido antologada en editoriales prestigiosas como Galaxia Gutenberg o Cátedra, es más fácil verlo citado por su labor de traductor o descubridor de escritores de otras latitudes que como poeta que haya influido en las generaciones siguientes. Por ello hay que dar la bienvenida a iniciativas como la de Jordi Doce, que ha reunido en La voluntad de perdurar (Fundación Ortega Muñoz) una selección de su obra inicial, más concretamente, de sus cuatro primeros libros. En el caso de un poeta multiforme y prolífico como Crespo, una interpretación como la de Doce supone una invitación, en el fondo, a comenzar a leerlo y pensarlo por un lugar concreto que pueda servir de puerta a un mundo complejo, variado y demasiado amplio como para captarlo de un primer vistazo.
Este libro es, pues, todo un acierto, y tal vez el mejor modo de comenzar la lectura de la obra poética de Ángel Crespo. En su prólogo, Jordi Doce invita a una lectura que subraya el lado casi animista de la poesía de Crespo, una poesía que no busca tanto la comunión como el diálogo con la naturaleza, una naturaleza que no es la del simbolismo, reflejo de las angustias y soledades del poeta, sino que funciona como contrafigura, de algún modo, de la humanidad materializada en una naturaleza personificada. Cuando la voz de los poemas de Crespo dialoga con la naturaleza lo hace con la experiencia del mundo. Un ejemplo de lo Crespo busca en esa naturaleza es “La huida”:
Los esquivos conejos
y las perdices temerosas
he visto tantas veces huir ante mis pasos
que ya me sorprendía
de que la mejorana y el tomillo
continuasen quietos
y hasta me permitiesen maltratarlos.
Yo no los maltrataba por rencor,
sino por esconder entre mi ropa
sus aromas, y huir
yo también de los pasos que me siguen.
Todo lo que he podido realizar
y me faltó, no más, un paso;
cuanto quise tener
y se me fue sin saber cómo,
llegan andando en el recuerdo
y yo no sé tener el valor del tomillo
y hurto mi cuerpo, escondo
mi fracaso en la sombra del enebro,
allí donde la tórtola
llega huyendo de mí,
amiga, en el peligro, del conejo.
Necesitada de reubicación como está la obra poética de Crespo, esta edición de Jordi Doce es una idea original y que funciona; es un sendero que se adentra en la espesura de la compleja obra de su autor, toda una invitación a seguir, tal vez, por alguna de las otras antologías más amplias disponibles, y luego ya ir a los libros exentos que se abren a más lecturas e inteligencias. Crespo no se agota nunca, y tal vez no haya mejor puerta a su obra que esta recién abierta por Jordi Doce.