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Ada Salas[/caption]
Escribir y borrar es el programático título que Ada Salas (Cáceres, 1965) ha elegido para la selección de su obra poética que ahora publica el Fondo de Cultura Económica en su colección de antologías, sabiamente gobernada por el buen gusto de Jesús Aguado. Una edición que se complementa con una selección de artículos y aforismos sobre la creación poética espigados de otros libros de su autora como
Alguien aquí, publicado por Hiperión hace algo más de diez años, y de revistas. Es una sabia decisión:
además de una de nuestras poetas más hondas de ahora, Salas es, de entre los poetas de hogaño, una de las que con más inteligencia ha reflexionado sobre el taller poético.
La poesía de Ada Salas no es difícil, pero tampoco es para lectores apresurados.
En sus versos el tiempo se suspende no por efecto de la morosidad, sino de una escritura cuántica que se abre a varias direcciones al mismo tiempo, en la que cada palabra encierra múltiples puntos de fuga. Un elemento ascético (que puede hacer pensar en Mario Luzi o en la más goyesca Blanca Varela) convierte el poema en un desierto blanco en el que cada palabra surge como un árbol nuevo de cuyas ramas no sabemos qué fruto esperar.
A menudo, Salas consigue el efecto de parábola que tienen sus poemas mediante la ocultación del referente primero de sus versos; como si al escribir siguiera ese borrar las pistas del que nos advierte el título. Tal vez por eso la mejor forma de entrar a su mundo sea por la puerta de los pocos textos que no borran ese referente primero, y entender así en ellos la forma en que nos guiará su mirada. Un buen ejemplo de esto es “Anunciación”. Dice el fragmento II, antes de llamar al ángel anunciador “angel-mensajero-del-cobarde”:
Yo estaba
quieta.
Las alas de su espalda eran largos
cuchillos (noli
me
tangere). Una
me sajó el vientre.
Después se fue sin suturar el tajo.
Es lo que hace también la poesía de Ada Salas, dejar el tajo sin suturar, entrar en él limpiamente para observarlo y salmodiarlo.
Otro poema que nos guía por la forma de escribir de Ada Salas es “Pieza de Exposición” que, en sus cinco fragmentos, es una vuelta de tuerca a la écfrasis. Si el primero de los fragmentos describe con económica precisión la pieza a la que se dedica el poema, un broche de cinturón que muestra el ataque de un monstruo a un caballo, en el segundo estamos ya de lleno en la escena; tras la contemplación, el poema nos ha trasladado al interior del mundo de aquello de lo que habla, que ya no podemos ver con ojos de observador, sólo sentir hasta llegar a un entendimiento distinto:
En el fondo
brillaba
una moneda blanca. Lo negro
de la noche
me condujo hasta ella
(allí la noche
canta -algo
como la noche
canta-). ¿Tú puedes escuchar
mi corazón?
Oye
sus cuatro caños
sobre el cristal del miedo.
Ahora está vivo nunca estará
más vivo.
Escribe Salas que “El buen poema no interpreta el mundo, le añade algo nuevo”. Como todo buen aforismo, es tramposo (una interpretación del mundo ya es algo nuevo añadido al mundo) pero
es revelador de una poesía que sabe que “El poema no es la llama, sino la cicatriz de la gozosa quemadura de un conocimiento nuevo” y que reclama la necesidad de la extrañeza del autor ante su propio texto, paso previo indispensable para el descubrimiento. Un descubrimiento frecuente y gozoso en la poesía de Ada Salas, que se comunica por medio de algo que está más allá del razonamiento y la palabra, como sólo hacen los grandes poemas, con recursos siempre distintos.