Rima interna por Martín López-Vega

El escondite abierto de Teresa Soto

27 febrero, 2017 11:09

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Teresa Soto[/caption] Teresa Soto (Oviedo, 1982) se dio a conocer cuando ganó el Adonais en 2007 con el libro Un poemario (Rialp). El título, poco llamativo, ciertamente, escondía una voz muy personal, completamente formada ya, que bebía en las fuentes de lo mejor de la poesía universal del último siglo (con parada y fonda en nombres esenciales como Yehuda Amijai) y se vertía en el poema de forma cristalina, con una ironía pariente de la de Szymborska, de la que podría uno decir que no genera una distancia irónica, sino una cercanía irónica. Soto, como Szymborska, en aquel libro no practicaba la ironía poniendo a Baco entre borrachos, sino otorgando a sus escenas la dignidad de un mito familiar. Un poemario (su lectura desvelaba después lo acertado del título; tal vez algo soso, sí, pero acertado) sigue siendo uno de los poemarios más memorables de entre los publicados por los poetas nacidos en los años ochenta del pasado siglo. A Un poemario le siguieron dos libros, Erosión en paisaje (Vaso Roto, 2011) y Nudos (Arrebato, 2013) en los que la palabra de Teresa Soto se fue limando de aristas, borrando rastros de bibliografía, asumiendo otras influencias más secretas que en secreto se mantienen en el poema. El punto seguido de esta evolución es su nuevo libro, Caídas (Incorpore, www.incorpore.org). Caídas es una especie de cuaderno de bitácora (a veces anticipado) de una pariente de Ícaro algo empecinada; cae pero vuelve a volar. Las caídas del título se asimilan siempre a pérdidas. La primera sección del libro, “El Dorado”, arranca en el momento anterior a la pérdida: En el suelo lunar de granito extendimos los brazos y las piernas nos sonreímos un poco con cautela estábamos siendo felices entre tanta ruina y tanta pérdida qué miedo nos daba el puro contento del agua dorada del aire limpio, las bocas llenas de besos El Dorado. Llega el fin y lo único que queda es “formar algo con las astillas / y los huesos. / Formar, reformar / volver, revolver / resucitar”. Pérdida y resurrección recorren el libro: En la casa que en tu vida existió tres veces una cuando naciste otra cuando la dejaste otra cuando volviste. A la vuelta con la habilidad del ladrón registraste las diferencias: todo distinto nada igual, salvo las amapolas. Amapolas naranjas de California estaban vivas y eran hijas de las hijas. Tú, hijo del hijo, te llevaste una semilla para que siguiera vivo en el naranja del pétalo y te viera pasar por las mañanas hermoso, alto reluciente, al sol hijo suyo vivo como él. “Oro”, sección segunda del libro, repite estructura y hallazgos, si bien aspira más a la miniatura: “Porque eres hilo de oro / y tiro de ti / pero no te deshago / y tiro de mí / y te acercas / con todas tus distancias / la de la geografía, / la de la lengua, / la del secreto”. En “Caídas”, sección tercera del libro, el dolor, la herida, la enfermedad, el hueco son las formas de la caída y la ausencia. El escondite tras la caída, tras la ausencia se convierte en estos poemas de Teresa Soto no en un lugar cerrado, sino en una abertura por la que ver el mundo a través de sus experiencias aparentemente negativas, peldaños sobre los que crecer. Cuatro libros después de su estreno, queda poco de la Teresa Soto de Un poemario. Resulta más difícil reconocer las referencias que la hacían distinta entre sus coetáneos en aquel estreno, por ejemplo. Pero queda lo esencial: su entendimiento del poema como grieta a través de la cual percibir el mundo de un modo mejor, su esfuerzo por limar lo superfluo, su voz que busca la ausencia de contaminación en un mundo saturado de referencias. Como cada uno de sus poemas, su obra nos hace asomarnos al mundo con una mirada distinta, con la voz lavada, atreviéndose a decir sin miedo a ser inevitable eco de un eco, pues eco o no, nuestra es la caída y nuestra la decisión de volver a levantarnos.

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