Una gran noche nos ofreció ayer David Byrne y su reciente socia St. Vincent, alias de Annie Clark, en el Price de Madrid. Acompañados de una brass band de ocho metales, un bateria y un teclista, Byrne y Vincent interpretaron el álbum que publicaron juntos hace un año, Love this Giant, y que les tiene de gira internacional desde entonces. Mañana darán por terminada sus actuaciones por España con el concierto que ofrecerán en Barcelona (Auditorio Nacional de Cataluña).

El concierto se desarrolló con una puesta en escena muy teatral, con coreografías para todos los miembros de la banda.  Vincent se deslizaba por el escenario como una delicada y frágil muñeca cuya apariencia contrastaba con el sonido rasgado de su guitarra eléctrica. Byrne también seguía las coreografías, continúa ejercitando esos movimientos robóticos tan particulares que ha convertido en una seña de identidad, pero salía y entraba de plano con naturalidad. Y la banda muy compenetrada nunca permanecía quieta, construyendo congas en torno a los líderes. La iluminación efectiva y la atractiva imagen que transmitían los vocalistas  (Byrne, cabellera ceniza y vestido en blanco nuclear; y Vincent, rubia y ataviada con un elegante vestido negro) compusieron el resto del cuadro.

Sin apenas promoción, allí estaban los fieles seguidores del artista, pero el cartel no consiguió llenar el teatro. La banda abrió con el tema principal del álbum, Who (el que ilustra el video) hasta agotar los ocho temas que lo componen. Por supuesto, Byrne obsequió a su público con sus más célebres canciones (Wild Wild Life, This Must Be The Place,  Road to Nowhere…), e incluyó alguna otra de su anterior album, el que compuso con Brian Eno (Everything That Happens Will Happen Today). Casi al final, cuando cogió la guitarra para interpretar Burning Down The House, fue cuando ya el público definitivamente saltó de la butaca. Por su parte, Vincent también hizo sonar varios de sus temas anteriores y fue fantástica la versión de Lazy que ambos interpretaron. Al final tuvieron que contentar al público con dos bises.

Hay pocos artistas que después de haber alcanzado el triunfo traten de hacer cosas diferentes, de seguir experimentando.  Byrne, líder de la que fuera la banda americana más célebre de principios de los 80, los Talking Heads, no deja de sorprendernos continuamente. Su genio y su actitud van juntos. Ahora se ha reunido con una cantante y compositora a la que dobla la edad para este trabajo. Todo comenzó cuando coincidieron en una gala benéfica en 2009. El entendimiento entre los dos artistas fue inmediato y se lanzaron a gestar el álbum. Lo curioso es que optaran por una orquesta de viento en busca de un sonido que les abriera un camino distinto a lo que venían haciendo, sobre todo Vincent, para quien la guitarra es su arma.

Byrne es un artista mayúsculo. Dotado con una portentosa voz, es un gran compositor atento a todas las corrientes musicales y con múltiples intereses. Su más reciente trabajo en este año ha sido para el espectáculo Here Lies Love, sobre Imelda Marcos y su obsesión por los zapatos y el poder; según la promoción, no se trata “ni de una biografía, ni de una obra ni siquiera de un musical tradicional, sino un evento teatral que combina canciones influenciadas por cuatro décadas de música, una coreografía con mucha adrenalina y un marco escenográfico en video de 360grados”.

Es habitual que se entrometa en otros ámbitos artísticos y se una a otros artistas para colaboraciones fructíferas y que van, desde videos y películas, a exposiciones, conferencias, libros… Su curiosidad es patente, por ejemplo, en los post que cuelga en la web del tour sobre los descubrimientos que hace en las ciudades en las que actúan (a ver qué escribe de Madrid). Amante de la bicicleta (pues se desplaza con ella en cada ciudad que visita), participa en foros sobre movilidad para defender sus ventajas  y hasta ha diseñado divertidos aparcamientos para Nueva York. Es un tipo inquieto, singular, un tipo genial.