A la febril actividad escénica que tiene lugar en Madrid durante este mes de octubre, durante el cual salimos a tres o cuatro estrenos a la semana, se suma el Salón del Libro Teatral que ayer abrió sus puertas en el Matadero con la presencia de Benet i Jornet y que permanecerá activo hasta el próximo domingo. Animo a que lo visiten y comprueben que, efectivamente y como dice el eslogan del Salón, “el teatro también se lee”. Y eso a pesar de que planes de estudio, medios de comunicación y algunos 'teatristas' se empeñan en desterrarlo de la Literatura.
¿Por qué el teatro se lee tan poco? Desconozco cómo se imparte el teatro en colegios y universidades, pero hay voces expertas que claman por una mayor presencia en los planes de estudio. Intuyo que un texto dramático puede ser una eficaz herramienta para animar a los estudiantes hacia la Literatura. Yo recuerdo con placer las clases de Ricardo Domenech, que consistían en leer una obra de teatro entre todos los alumnos. Repartía los personajes y sólo detenía el curso de la lectura cuando consideraba necesario hacer alguna observación.
Por otro lado, vana esperanza es la del dramaturgo que aguarda una reseña de su obra recién editada en las páginas de Literatura de los suplementos culturales. Ahí no se contempla el teatro a no ser que se trate de textos de Shakespeare, Chejov o Miller. Y es así porque se tiene la idea de que el teatro es cosa de actores, de directores, de escenógrafos... gente de la farándula, o sea, un asunto que poco tiene que ver con las letras.
Esta idea que sostienen los medios es, en parte, reflejo de la evolución escénica del teatro a lo largo de su historia. Lejos queda hoy el trato que se les daba en el Siglo de Oro a los autores, a los que se llamaba poetas dramáticos. Escribían en verso, lo que señala una búsqueda de la belleza en la palabra dicha, también que los textos pudieran memorizarse más fácilmente por el público. Era un teatro básicamente literario, que se distinguía porque el público o el lector sabía cómo eran los personajes y las acciones que cometían a través de la palabra. Esta regla fundamental del género es la que respeta el teatro que llega hasta mediados del siglo XX.
En la década de los 60 comienza el declive del autor dramático frente al protagonismo del director de escena. Se puso de moda la escritura colectiva y el texto comenzó a ser desdeñado en favor de otros elementos escénicos (actores, director, vídeos, música...). La tendencia ha llegado a nuestros días y muestra de ello es que hoy hemos creado una subcategoría llamada 'teatro de texto' para referirnos a obras claramente literarias y diferenciadas del 'teatro visual', tan de moda .
En los casi cuatro lustros que llevo viendo teatro con asiduidad observo, sin embargo, que el autor va recuperando su lugar y que son pocas las obras que triunfan o gustan sin un texto que las avale. Los que mejor saben de la importancia del texto son los actores, pues como se dice, “no hay obra buena con cómicos malos”. Una buena prueba de ello es el éxito de esta temporada, El crédito, en la que Jordi Galcerán ha brindado a tan sólo dos actores una partitura perfecta de una austeridad escénica sorprendente.
Supongo que no hay una, sino muchas respuestas que puedan explicar el fenómeno de la baja lectura que tiene el teatro. Yo, en realidad, creo que su lectura siempre ha sido escasa. Hoy se sigue publicando, pero muchos editores saben que los textos dramáticos interesan para su representación, es decir, a profesionales y compañías que buscan escenificarlos. También interesan para su estudio e investigación. Por el contrario, los títulos que son de obligada lectura en colegios e institutos se venden fantásticamente.
Por ello, y como se puede comprobar en el Salón, el número de editoriales de teatro en nuestro país no es muy numeroso. En su lugar, escuelas e instituciones públicas han ido adoptando esta tarea (RESAD, Fundación Autor, Teatro de La Abadía, Centro Documentación Teatral...). Pero aún hay editoriales que han seguido manteniendo una fidelidad al género encomiable, y que no han desistido. Cátedra se ha distinguido por llevar medio siglo publicando obras de autores clásicos y contemporáneos en ediciones críticas, casi 150 títulos, así como ensayos y estudios teatrales de todas las épocas. Sus tradicionales cubiertas negras son fácilmente identificables. Por eso ayer el Salón le otorgó el Premio a la Mejor Labor Editorial. Enhorabuena.