Stanislavblog por Liz Perales

Loïe Fuller, la danza 'art nouveau'

6 febrero, 2014 17:42

Su baja estatura y su recia figura, al menos así lo parece en las fotos, no fue un obstáculo para que Loïe Fuller se convirtiera en una de las bailarinas y coreógrafas más célebres de finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando popularizó su danza serpentina.  Esta infatigable mujer fue además iluminadora e inventora de efectos visuales, cineasta, comisaria de arte y empresaria, una figura de leyenda que bien merece una exposición, como la que mañana inaugura La Casa Encendida en Madrid: Escenarios del cuerpo. La metamorfosis de Loïe Fuller.

Comisariada por Aurora Herrera, la exposición se desarrolla en tres espacios: en uno se proyectan películas de la bailarina en las que ataviada con su singular vestuario se muestra la citada danza serpentina y los juegos de iluminación que aplicaba; la segunda sala ofrece fotografías de Fuller (de su viaje a Egipto, cuando entabló amistad con la reina María de Rumanía, o cuando se sometió a una mastectomía radical y no dudó en ser retratada mostrándola), textos de sus ensayos, y un modelo de la túnica que diseñó para su danza (y que le permite ofrecer juegos muy vaporosos, especialmente con las mangas);  la tercera sala refiere la acogida que tuvo Fuller entre los artistas de su época, algunos de los experimentos tecnológicos que empleó y una proyección de un vídeo realizado por La Ribot en homenaje a la artista. Nacida en un pueblo de Illinois en 1862, Loïe fue una autodidacta desde sus inicios. Comenzó en el teatro de variedades y en la ópera como cantante y actriz, y no estudió danza hasta 1889, cuando visita Europa y tiene  ocasión de estudiar el can-can y  otros bailes del vodevil.  En 1892 estrena en París su célebre danza serpentina,  “cuyo campo experimental no se basa en una reinterpretación de la antigüedad (como sería el caso de su colega Isadora Duncan), sino en la introducción de nueva formas de ver la realidad y de entender el cuerpo y el movimiento”, explica Herrera. En Mi vida y la danza la artista se pregunta: “¿Qué es la danza? Movimiento. ¿Qué es movimiento? La expresión de una sensación. ¿Qué es Sensación? El resultado que produce sobre el cuerpo humano una impresión o una idea que percibe el espíritu”. Su danza serpentina es muy bien acogida tanto en  América como en Europa y surgen numerosas imitadoras, algunas con su consentimiento. La artista termina fijando su  residencia en París, pues goza de gran reputación allí, especialmente entre los poetas simbolistas (Paul Valéry, Mallarmé) y otros como Rodin, Toulouse Lautrec, los hermanos Lumière o Georges Méliès. Instalada en el Folies Bergère con su compañía, se permite el lujo de hacer espectáculos cada vez más complejos y sofisticados, en los que llega a emplear hasta 27 técnicos en iluminación y electricidad.
La razón de que emplee a tanto personal técnico es la siguiente: su danza huye de los cánones academicistas, busca caminos por descubrir, investiga en el espacio escénico y en sus relaciones con el volumen, el movimiento, la iluminación y el vestuario (no hay que olvidar que es contemporánea de Gordon Craig, de Adolphe Appia). Y, en este sentido, lo que más llama la atención de Fuller es el interés que sentía por la ciencia y por los descubrimientos en el campo de la radiación. Su empeño por aplicarlos a sus espectáculos le lleva a abrir, en 1905 y en París, un laboratorio de investigación para el que cuenta con la ayuda del matrimonio Curie o el astrónomo Camille Flammarion. Desarrolla pues una actividad frenética en el campo de la investigación, pero se guarda bien de registrar sus patentes, como la puesta en escena basada en un suelo retroiluminado que permite un nuevo tipo de atmósfera o una escena construida con cristales tratados que producen una suerte de caleidoscopio en las paredes y el fondo. También usa la linterna mágica para muchos de sus espectáculos. La carrera de Fuller se vio jalonada de éxitos a comienzos del siglo XX. Le dedicaron en la Exposición Universal de París un pabellón, por el que pasaron figuras tan atractivas como el transformista Fregoli o la primera compañía japonesa en visitar Europa, la dirigida por  Kawakani y su mujer Sada Yacco, con quien Fuller se asocia. También invita a su formación a Isadora Duncan, con quien no acabará muy bien. Es una época de gran actividad para la artista, que se multiplica de forma infatigable por el mundo: comisaría una exposición de Rodin en Estados Unidos, hace una gira por América Latina, prepara un homenaje para los Curie, entabla una gran amistad con la reina María de Rumanía (que será su mecenas y mediadora cultural), diseña dispositivos de iluminación para la Opera House de Boston, filma sus representaciones… En España, la artista actuó en varias ciudades (Barcelona, Santander, Madrid, Murcia) y conoció a Raquel Meller, y desde 1895 las filmaciones de su danza serpentina se han podido ver en los primeros cinematógrafos españoles. A partir de 1925 comienza el ocaso de la artista. Se le detecta un tumor de mama y atraviesa, además, graves dificultades económicas que le obligan a vender su patrimonio artístico. Murió en 1928. Aunque estuvo casada en su juventud, Fuller mantuvo hasta su muerte una relación sentimental y profesional con Gabrielle Bloch, su productora y manager.
Image: El ARCO del optimismo

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