[caption id="attachment_1043" width="560"] Una escena de John[/caption]
John, un impactante espectáculo de la formación británica DV8, ha inaugurado el Festival de Otoño a Primavera de Madrid (Teatros del Canal) en la última edición que dirige Ariel Goldenberg. Lo que más aprecio de Lloyd Newson, el director de la compañía, es su afición a meter el dedo en la llaga seleccionando temas tabú de nuestra sociedad y llevándolos a escena con aparente objetividad, sin caer en correcciones políticas ni sectarismos. En este, su último trabajo, dedica la mitad de la obra a abrirnos una sauna frecuentada por gays y a ofrecernos un relato de las relaciones sexuales que allí se mantienen. El relato es brutal, y el desafío grande, pues el sexo es un asunto muy íntimo y difícil de tratar en un escenario. Aquí limita en un extremo con la pornografía sodomita y en el otro con el moralismo, complejo equilibrio que él consigue mantener con elegancia.
Por supuesto, lo que también llama la atención de esta formación que ha actuado en Madrid en repetidas ocasiones es el lenguaje que la compañía ha inventado: una combinación de danza y teatro, en el que los actores (con un entrenamiento físico increíble) se comportan como si fueran marionetas que hablan articuladas con precisión. Movimiento y palabra se complementan, pero el movimiento tiene entidad propia, no actúa como una ilustración del texto ni a la inversa.
John pasa por un ejemplo de teatro documental: está basada en una historia real. Pero Newson compone un relato dramático muy bien estructurado que te engancha a la butaca desde principio a fin. La obra tiene dos partes bien diferenciadas. La primera la cuenta el propio John, el protagonista, inspirado en un personaje que Newson conoció mientras preparaba el montaje y al que da vida un extraordinario actor-bailarín, Hannes Langhoff. John nos presenta a su familia (padre violento, madre alcohólica, hermanos desubicados), su estancia por correccionales y su adicción a las drogas y al alcohol; también sus relaciones con mujeres que no terminan de cristalizar; siendo muy joven tiene un hijo con una de ellas que no volverá a ver hasta 20 años después. Vive de lo que roba y, a pesar de sus múltiples delitos, se zafa de ser castigado gracias al beneficioso sistema penal que Newson expone sin tapujos. Tras cometer un asesinato, que le llevará a la cárcel por menos tiempo de lo que cabría esperar (genial la escena de su juicio), a su salida vive durante un tiempo a costa del Estado del Bienestar.
La segunda parte del espectáculo tiene un cariz más íntimo, a veces alcanza momentos de mucha intensidad, pero siempre narrado con gran elegancia. Cambia el punto de vista, el relato lo cuentan los dos propietarios de una sauna gay en Londres en la que John recala tras su salida de la cárcel. Todas las historias tratan de las prácticas y apetitos sexuales de los hombres que se dejan caer por allí. Hay momentos narrados con ironía y humor, pero también de una gran crudeza, como el del seropositivo que solo siente placer si folla sin condón, pues la idea del contagio le excita enormemente. Newson no es nada contemporizador, destapa los deseos más íntimos de los personajes, su hábitos diarios, habla del valor de la pornografía, baja a los infiernos del sexo y no teme exponer los intercambios y las perversidades que allí tienen lugar... Creo que su interés es el de investigar si el sexo, por sí solo, puede combatir nuestra soledad y actuar como sucedáneo del amor.
La escenografía, original de Anne Fleischle, es un dispositivo giratorio que, a su vez, se compone y descompone en las estancias que el relato pide: sala de estar de la familia, dormitorios, cárcel, sauna... Exige a los actores una precisión en sus movimientos digna de un reloj suizo. La iluminación, original de Richard Godi, resulta en ocasiones tenebrista pero cálida, consigue imprimirle al espectáculo un estética bella y delicada, y darle ese toque íntimo de la narración.