[caption id="attachment_1154" width="570"] Imagen de la obra Cocina[/caption]

Los hechos ocurren, pero nosotros los explicamos a nuestra conveniencia, tendemos a salpimentarlos con impresiones, transformarlos en un relato fantasioso o, incluso, convertirlos en una mentira para que cuadren con nuestros intereses. "Cocinamos" los hechos, los presentamos para que sean digeridos y así vamos construyendo una narración que, en muchas ocasiones, poco tiene que ver con la verdad. De tanto repetir nuestro relato, acabamos creyéndolo, pero... ¿en lo más hondo de nuestra conciencia no nos preguntamos por la fidelidad a la verdad?

De esto trata Cocina, de María Fernández Ache, obra que puede verse en la actualidad en la sala Princesa del María Guerrero. La pieza presenta un argumento hábilmente tejido en torno a una pareja, Emma y Antonio, cuya vida acaban maquillando. Él trabaja en una importante editorial, ella tiene ínfulas de escritora. Ofrecen una cena a los colegas de trabajo de Antonio, una velada que principia tranquila y aparentemente amistosa, pero en la que ocurrirá un hecho que quebrará este apacible ambiente y modificará incluso el rumbo de la obra, pues la comedia adquiere tintes de thriller a partir de ese momento.

Es interesante cómo está planteada la puesta en escena que firma el británico Will Keen. La sala de la Princesa (en el María Guerrero) es una miniatura extraordinaria para ver teatro, con los actores al alcance de la mano. Claro que las pequeñas dimensiones condicionan el tipo de obras que pueden representarse, pero el espacio puede acabar siendo un aliado, un elemento inspirador para los artífices del montaje. Es lo que ha logrado Keen y su equipo, pues acomoda al espectador en una moderna y bonita cocina, obra de Esmeralda Díaz, desde el momento en que entra en la sala.

Los primeros 20 minutos oímos, entre ruidos de cubiertos y platos, los comentarios pretenciosos de filosofía barata que mantienen los invitados del matrimonio protagonista. Como espectadores sólo vemos una cocina en penumbra que se ilumina a veces, cuando entra Emma para coger cualquier cosa que ofrecer a sus invitados, o Antonio, para ahogar en licor su aburrimiento y lo insoportable que le resultan.

Antonio parece un hombre apocado, un pusilánime, es envidioso, mediocre. A Emma la iremos descubriendo poco a poco: qué ambición, qué oportunismo, qué ganas de ascender en la escala social. Resulta curioso observar cómo desde la contención interpretativa estos dos actores, Sonia Almarcha y Manolo Soto, van construyendo su personaje. Primero, con pincelada impresionista, levantan sus figuras y las dotan de carácter, hasta completarlas con un brochazo que termina por mostrar sus emociones más enfrentadas, sus vergüenzas más íntimas. Fantástica y cruel escena en la que Antonio dice a Emma terribles palabras sobre cuánto la detesta. ¿Cómo recomponer el equilibrio matrimonial después de esa escena? El miedo nos lleva a pactar con el mismo diablo.

La obra cuenta también con Luis Martínez-Arasa, en el papel del comisario, y Bruno Lastra, en el del colega y amigo Marco. Sus papeles son cortos, pero intensos y bien resueltos. Una trama aparentemente trivial que encierra toda una lección moral de lo que somos capaces de hacer para encubrir nuestras acciones viles y salir triunfantes de ellas.