[caption id="attachment_1787" width="560"] Varios actores de La Joven Compañía Nacional interpretando la versión de La dama boba de Alfredo Sanzol[/caption]

Los actores de la Joven Compañía Nacional han tenido la oportunidad de trabajar con uno de los directores y autores más solicitados del momento, Alfredo Sanzol, flamante Premio Nacional de Literatura Dramática. Con él han montado La dama boba, comedia de Lope de Vega que Sanzol ha versionado y dirigido con el brío y la alegría que merecen estos doce jóvenes actores. La representan hasta el 30 de diciembre en la sala Tirso de Molina del Teatro de La Comedia, pero ya no quedan entradas.

El espectáculo mantiene y preserva ese toque encantador que Sanzol consigue darle a las piezas que escribe y lleva a escena,  y que no es otra cosa que su estilo. Un estilo vitalista y sencillo, con ese aire fantástico o de realismo mágico de los cuentos. Creo que sintoniza muy bien con Lope de Vega, al menos con el de esta deliciosa comedia.

Esta historia sobre dos hermanas, -una de corto ingenio y otra lista o “discreta”, como se dice en el texto-, es un artilugio fantástico para un enredo en el que el gran protagonista es el amor.  Lope se rinde otra vez al amor, “divina invención” que es capaz de darle entendimiento a una mujer como Finea. En contra de la idea generalizada de que el amor aturde a los enamorados, aquí Lope le atribuye un poder educativo, pues Laurencio conquista el corazón de Finea al besarla y con ese beso la rescata de su falta de seso.

Creo que lo que me gusta de esta versión es que Sanzol no ha intentado leer más allá de lo que dice el texto; he visto en el pasado algunas adaptaciones que lo actualizaban desde un enfoque feminista, sosteniendo que Finea no es tonta, sino que se pasa por tal a modo de autodefensa en una sociedad machista que así la trata. Sanzol en el programa de mano lo explica con gran sencillez, al señalar que el resorte del enredo es el lenguaje, pues es a través de las palabras de Laurencio que Finea recupera el entendimiento. Y añade el director: “La manera de hablar al otro es la que construye su identidad… Yo, al hablarte a ti, te construyo. Tú, al hablarme a mí, me construyes. Tu forma de hablarme hace mi forma de ser… Este sencillo, emocionante y perturbador esquema sostiene la trama…”.

La comedia está ambientada en Madrid, en la casa de Octavio, padre de las protagonistas. Y no parece que el domicilio sea claustro para ellas, pues lo visitan filósofos y poetas que vienen a debatir con Nise, la hermana culta y pelín pedante, sobre obras y versos, lo que permite a Lope criticar o destacar a los autores que le interesan, y meter a Sanzol alguna morcilla de actualidad graciosa, como Las 50 sombras de Grey. Como contrapunto a la modernidad de Nise, tenemos a la boba de Finea, que solo habla de gatos con su criada, incapaz de aprender a leer o a bailar.

Sanzol nos presenta a la docena de actores del elenco con vestuario actual. El escenario ocupa el centro de la sala, con las butacas alrededor, y se mantienen cuatro pasillos como aspas de un molino por los que los actores entran y salen dibujando diagonales. Y aunque no lo parezca, sí que hay escenografía, de Alejandro Andújar: se ha reconstruido un falso techo en blanco, donde cuelgan los focos, con la idea, intuyo, de marcar el espacio central. Quien no conozca la sala Tirso de Molina, una caja negra, ni se habrá dado cuenta.

Algo que a otros críticos ha disgustado, a mí en cambio me ha divertido: el joven elenco se reparte todos los personajes, y desafía la convención de los personajes de más edad.  Es el caso de Octavio, el padre de las protagonistas, que recae en Daniel Alonso de Santos, quien consigue darle un perfil de hombre liberal y amante de sus hijas y facilita así entender mejor la libertad con la que se manejan las damas en su casa. Paula Iwasaki está simpática, graciosa como Finea, se hace con el papel muy bien, y es emocionante la primera escena de amor que mantiene con Laurencio (Pablo Béjar), que tiene una hermosa voz y dice muy bien el verso. Nise es Georgina de Yebra, muy resuelta en su papel de mujer ilustrada, y Liseo es Jimmy Castro, que ya destacó en el protagonista de Pedro de Urdemalas y que aquí vuelve a estar convincente. Todo el elenco está estupendo, irradia alegría, y algunos de sus miembros actúan como músicos, lo que añade más diversión y poesía. Hay una canción, tributo al amor, con la que el elenco abre y cierra el espectáculo. Se sale de allí feliz.

Y se sale admirando más todavía a Lope, que nos habla de cómo el lenguaje nos nombra y nos señala, nos delata y nos enmascara, pero también cómo nos hace gozar y nos alaba el oído con la musicalidad de sus versos. A menudo, cuando veo teatro clásico, me digo que no debían ser tan analfabetos los que iban a los corrales, pues iban a disfrutar con el verso de los poetas dramáticos, versos que quizá comprendían mejor que hoy lo hacemos nosotros.