América como refugio
[caption id="attachment_1844" width="560"] Una vida americana[/caption]
La joven Lucía Carballal (Madrid, 1984) vive un dulce momento, poco a poco ha ido conquistando escenarios y también la atención de los medios, y ahora la productora La Zona acaba de estrenar en el Teatro Galileo su última obra: Una vida americana, dirigida por Víctor Sánchez Rodríguez. La obra sigue un corte clásico y resulta interesante por su tono y su tema, también porque la defiende un buen elenco capitaneado por la talentosa Cristina Marcos, que dibuja una madre entre almodovariana y dramática.
La “vida americana” es para la autora metáfora de oportunidad y refugio al que escapar de un ambiente tedioso, donde una mujer y su familia han visto frustrarse sus deseos de una vida mejor. La mujer es Paloma (Cristina Marcos) y vive en el barrio de Tetuán de Madrid con su hija Linda y su hije (sic, porque es transgénero) Robin Rose. Durante años América -representada por el padre de las niñas, un tal Warren Clarkson- ha sido la tinta del calamar en la que la madre se ha camuflado para imaginar un futuro allí, lejos de un país llamado España.
Hay que reconocerle a Carballal la originalidad de los tres personajes que reúne en un lugar tan insólito como un bosque de Minnesota, recreado por una simpática escenografía de Alessio Meloni presidida por una caravana y algunos pinos de plástico. Paloma es una madre mandona, irónica, con cierto poso de amargura, que se engaña a sí misma (por momentos me vinieron destellos de la Violet de Amparo Baró de Agosto, aunque sin tanto dramatismo). Linda (interpretado por Esther Isla) es la hermana mayor, frágil psicológicamente, inocente, con ansias de conocer a ese padre que la hizo sentir medio americana y que un día las abandonó. Y Robin Rose es una marimacho (genial Vicky Luengo), de carácter fuerte y pragmático, bastante rústica pero graciosa. Las tres componen una familia atípica que decide viajar a Estados Unidos y la tres actrices hacen un gran trabajo, como también el único personaje masculino que luego se les unirá: César Camino.
Del tema de la obra no nos damos cuenta hasta cruzar el ecuador porque hasta entonces no sabes muy bien qué nos quiere contar la autora: ¿es un simple juguete escénico? ¿un conflicto familiar? Pues no. Ella emplea el término de “falsa comedia”, que creo sería equivalente al de “tragicomedia” y sostiene la acción en diálogos cruzados casi siempre entre dos personajes. Carballal saca bastante punta cómica al juego que da el empleo de un género neutro para el personaje transgénero de Robin Rose, y le da unos brochazos políticos al establecer cierto paralelismo entre la identidad de la familia y la cuestión identitaria de España. Lo que me resulta chocante es ese Tetuán que retrata, que no se parece en nada al Tetuán de hoy, poblado mayormente por árabes y latinos.
No es esta una obra que hable de América, sino de los paraísos que construimos en nuestra imaginación. Pero me hace gracia que una autora tan joven como Carballal señale la pulsión del sueño de vida americano, pues creía que pertenecía a generaciones muy anteriores a la suya. En Europa hay que reconocerle a Alexis de Tocqueville ser uno de los primeros y más eficaces publicistas de América con su formidable ensayo sobre el régimen político y social (La democracia en América); pero ha sido el cine el que ha forjado en nuestro imaginario un país extraordinario de gente aventurera, capaz de protagonizar grandes hazañas, que habitan una geografía brutal, un paisaje panorámico, con preciosas casas de madera y largas autopistas que a una le gustaría recorrer en un coche automático mientras suena Jonhy Cash. Cierto que luego hay una larga lista de películas, y de hechos, que nos desmienten esa Arcadia feliz, pero aún así, el sueño se ha mantenido y por lo visto continúa.