Imprenteros se llama el espectáculo recién aterrizado de Argentina y con el que abrió ayer el Festival de Otoño de Madrid en Condeduque. Entretenido montaje en el que se mezclan protagonistas de la historia que se cuenta con actores profesionales, y en el que su autora, directora y protagonista, Lorena Vera, muestra una gran habilidad para hilvanar un relato escénico a partir de varios lenguajes y en un tono ocurrente y nada afectado.

Ahora que se ven tantos géneros en el teatro —siempre he sostenido que la variedad ha sido propiciada por darle al autor el vuelo que le recortó la moda del teatro visual de fines de siglo XX— compruebo que el biodrama goza de la misma fuerza que tiene en la narrativa el género autobiográfico también llamado autoficción. Ya sea autobiografía, autoficción o teatro documental, como prefiere presentarlo su autora Lorena Vera, Imprenteros cuenta la historia de una familia a partir del patriarca, pero también evoca el fascinante mundo del oficio que tiene su protagonista, que ha experimentado una evolución tecnológica tan feroz que casi ni se reconoce como la artesanía que en su origen fue. Me refiero al oficio de imprentero, llamado en nuestro país impresor.

Lorena se sirve de múltiples herramientas para crear un relato escénico plagado de anécdotas hábilmente tejidas, al que la autora sabe darle un tono divertido y ocurrente, pero también contenido, sin caer en sentimentalismos fatuos. Ella es también protagonista, actúa de narradora en primera persona y comienza dirigiéndose al público en pie y desde un micrófono. Recuerda la vida de su padre, proyecta fotos de él en una pantalla, y se ayuda de entrevistas ocurrentes que hace a sus dos hermanos. Bueno, principalmente a su hermano Sergio, que trabajó con el padre en la imprenta, y es hoy un experto en artes gráficas sobre las que también tiene tiempo de instruirnos. Su otro hermano es entrevistado en un vídeo que se proyecta (y ayer estuvo presente también en el estreno).

En un extremo, un grupo de actores, —amigos, los llama ella— esperan sentados a que Lorena los invite a escenificar momentos clave de la historia familiar. Todos están a la vista del público, lo que le da un tono como de working progress o de plató de televisión. Nos presenta a sus amigos con mucha gracia, aludiendo a los trabajos que les han dado fama. Por ejemplo, Juan Pablo Garaventa, extraordinario actor fichado por Álex de la Iglesia para dar vida a Messi en su documental, interpreta al papá de Lorena, y nos ofrece el retrato de un perdedor divertido y fullero, dispuesto a embaucar hasta a su propia hija. Un gusto ver a Garaventa en acción.

Hay momentos muy simpáticos —la retransmisión que nos ofrece Lorena del video de su fiesta de 15 años—, y un acierto es el recurso de la danza final tan evocador de ese mundo de máquinas impresoras, de ese taller en el extrarradio de Buenos Aires del que podemos casi oler la tinta e intuir el desorden reinante. Todo nos lo atestigua la improvisada exposición de fotografías, ¡magníficamente impresas, claro!, que vemos mientras salimos de la sala y que son otro acierto.

@lizperales1