En los teatros públicos madrileños, rendidos mayormente a una programación de espectáculos aburridos y banales, "de creación contemporánea" los llaman, resulta gratificante encontrarse con una producción que aspira a contarnos una buena historia, algo tan sencillo y tan difícil. Con El cuaderno de Pitágoras, que se estrenó este martes en el Centro Dramático Nacional, vuelve la comedia social, conmovedora y alegre, detrás de la que está Carolina África.
La prisión es un temazo, ha dado un buen número de obras de teatro, películas, y narraciones, casi siempre desde la vertiente dramática o de acción. África, sin embargo, se ha inspirado en su experiencia personal como voluntaria en un módulo penitenciario para esta ficción dramática que presenta en forma de comedia liberadora. De la mano de una voluntaria que llega un día a la cárcel para hacer un taller de teatro con los presos entramos en ese espacio cerrado y poblado de personajes singulares; allí pedirá a los reclusos de su compañía -bautizada como Demasiada Realidad- que escriban en un cuaderno colectivo las historias que les suceden en el taller. Ese cuaderno permite a África escribir la obra en tres planos: el de la obra a la que asistimos, el de la que nos van a representar los presos y el de la conciencia del preso que escribe.
África no solo es una tejedora de ficciones que conoce la cualidad de la acción para hacer avanzar el relato, dosifica bien los momentos dramáticos, dialoga con verdad y es precisa y eficaz a la hora de componer tipos. También es una directora que sabe cómo contarlo: dispone escenas principales y otras secundarias que se suceden casi a la vez, de forma que la acción no se detiene. Subrayo la simple y efectiva escenografía que ha diseñado Ikerne Giménez, y que permite cambiar rápidamente de escena al tiempo que evoca con gran sencillez el espacio enrejado y claustrofóbico de la cárcel.
La obra sucede a buen ritmo y los actores van de menos a más en un registro realista. Hay momentos de mucha verdad, como la divertida representación que hace la compañía de presos, o cuando uno de los personajes, en régimen de libertad condicional, desconoce como adquirir un billete de metro. El elenco está entregado. Nuria Mencía y Manolo Caro hacen una pareja de yonquis entrañables y creíbles, cuya desgraciada historia es eje central del argumento. El hijo de ambos recae en Pepe Sevilla, joven actor de gracejo al que le toca lidiar quizá con el personaje más complejo, ya que evoluciona desde su niñez (más que un personaje, una evocación) a adolescente. El resto del elenco se multiplica en varios personajes, con un trabajo cómico fabuloso y en el que figuran Emmanuel Cea, Gledys Ibarra, Helena Lanza, Ascen López, Jorge Mayor y Victoria Teijeiro.
Los dramas de cada recluso se entrelazan en un mosaico de la vida de la cárcel donde el humor rebaja las tragedias humanas, pero donde se deja ver la denuncia del sistema penitenciario como medio para la reinserción social de los presos. Y donde también se muestra el valor redentor del teatro para los prisioneros faltos de esperanza y de confianza en sí mismos, así como la labor del voluntariado que trabaja con ellos.