Es lógico que el viaje del cine al teatro de una de las obras maestras de la gran pantalla como Ser o no ser haya levantado muchas expectativas. La película es tan redonda que un remedo teatral causa escepticismo, pero supongo que las ganas de hacer una comedia con un material de primera han llevado a Juan Echanove y a su compañía a este desafío que, inevitablemente, sufrirá las comparaciones con el original. El jueves la compañía lo estrenó en el Teatro de La Latina y el público le brindó una calurosa y merecida acogida.
El montaje tiene ambición, como muestra la compleja producción técnica y el alto nivel artístico de su elenco. La puesta en escena, dirigida por Echanove, da la sensación de ser un engranaje sencillo, pero es tan compleja como el guion y exige de una ajustada sincronía entre técnicos y actores para que vaya como la seda.
La película se desarrolla en un escenario principal (el teatro de Varsovia propiedad de la compañía Tura y sus diferentes dependencias) que se combina con distintas estancias (la sede de la Gestapo, hotel) y exteriores. Contar en un escenario todo lo que en la película sucede, especialmente lo que ocurre fuera del teatro, obliga a sacrificar escenas y adaptar otras, y Echanove recurre a intercalar videoescenas que sitúan y explican al espectador asuntos clave de la trama. Son proyecciones, rodadas con muy buen gusto en un tono documental años cuarenta por Bruno Praena y manipuladas para que aparezcan los actores cuando convengan. En el espacio escénico (diseñado por Ana Garay) se recurre a los telones para cambiar de decorado, banderolas con el grafismo nazi de cruces esvásticas, y también el uso del pasillo de la platea para algunas entradas y salidas de los actores. Y la música actúa como una argamasa evocadora, con una bella partitura recreada por José Recacha a partir del tema principal de la Polonesa de Chopin.
El tono farsesco y antirrealista de la película y la acción trepidante y enrevesada con dobles y hasta triples identidades (actores que ensayan y representan obras, a la vez que se disfrazan y suplantan a nazis para engañarles) facilita su traslado al teatro. Bernardo Sánchez, habituado a estas lides migratorias del cine al teatro (El verdugo, El pisito) firma la adaptación del guion (original de Edwin Justus Mayer sobre un relato de Menyhert Lengyel, que procuró otros argumento a Lubitsch como Ángel o Ninotchka). Como se sabe, la comedia reúne un conflicto de celos entre el matrimonio Tura por una supuesta infidelidad de Maria Tura y una trama principal de espionaje en torno al espía alemán Silensky.
Los cómicos convierten el juego de identidades en una feliz mascarada, en un goce humorístico, una fuente inspiradora porque muchos de los ingeniosos chistes y diálogos por los que tan apreciada es la película se mantienen en la adaptación. Lubitsch ofrece un alegato antinazi bajo el envoltorio de una comedia, consigue hacer comedia en medio de la tragedia: "No ha sido filmada ninguna cámara de tortura, ninguna paliza, ni primeros planos de nazis usando látigos y regodeándose en ello. Mis nazis son distintos: hace tiempo que han superado ese estadio. La brutalidad, las palizas y la tortura se han convertido en una rutina diaria para ellos. Hablan de ello de la misma manera en que un vendedor comentaría la venta de un bolso", decía.
Pareja ejemplar, imprescindibles secundarios
Para los que conozcan el filme, es inevitable comparar al protagonista Joseph Tura de Juan Echanove con el memorable personaje que hizo Jack Benny. Pero Echanove da con el tono cómico de presumido actor y celoso esposo, no teme al ridículo vistiendo las calzas de Hamlet y la anticuada peluca, y luego se hace pasar por un convincente espía Silensky. Su esposa, Maria Tura, es interpretada por una Lucía Quintana, espléndida en el papel de estrella del teatro que hizo Carole Lombart, con un armario fantástico diseñado también por Garay, y que pasa de cómplice a infiel esposa y de ahí a supuesta espía.
En total siete actores con una gran complicidad en escena se valen para contar la hilarante historia de Ser o no ser, por lo que los cinco secundarios restantes se reparten un buen número de personajes. Entre los que le tocan a Gabi Garbisu figura el de uno de los más desternillantes, el coronel Ernhardt, también llamado "campo de concentración" (cómo no recordar al actor Sig Ruman) que defiende con gracia y un histrionismo que le pega.
La célebre escena, hacia el final, en la que Ernhardt pretende desenmascarar al falso Silensky (que interpreta Tura/Echanove) aquí sufre un leve cambio. Nicolás Illor es el apuesto aviador que seducirá a Quintana, David Pinilla da vida a Bronski que, a su vez, interpreta al falso Hitler, entre otros; y Ángel Burgos también se merienda varios personajes, aunque su momento cumbre llega cuando, haciendo del cómico Greenberg es apresado y puede por fin interpretar el texto de Shakespeare que lleva años deseando recitar frente a los nazis: "Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ofendéis, ¿acaso no nos vengaremos".