No hay terreno más pantanoso en estos tiempos que el de la libertad de expresión, por eso es edificante encontrar autores que hacen uso de ella sin límites y, de momento, les va muy bien. Trey Parker y Matt Stone desafiaron a las audiencias televisivas con su serie South Park y más tarde crearon el musical The Book of Mormon, que acaba de estrenarse en el Teatro Calderón de Madrid. Es blasfemo e irreverente como pocas veces he visto sobre las tablas, pero tan disparatado, gracioso y brillante que pasé tres horas realmente divertidas. Absténganse de ir a verlo si tienen la piel muy fina para los asuntos celestiales, amén de para otros que hoy se exige nombrar eufemísticamente.
Este musical se estrenó en Nueva York en 2011 y sigue ahí. Luego llegó a la cartelera londinense, al West End, y sigue ahí. Hizo gira por Australia, donde hay una comunidad de mormones significativa, con gran éxito. Y ahora se estrena por primera vez en español en Madrid, producido por la productora de musicales líder del momento, Som Produce, y dirigido por David Serrano, que también firma junto a su hermano Alejandro la traducción.
El libreto de The Book of Mormon es totalmente impredecible, no sabes bien por dónde va a salir y más sorprenderá a una audiencia como la nuestra que lo que sabe de mormones se reduce a alguna serie de la tele. La primera escena va directa al grano. Clava el tono hilarante al ritmo del tema ¿Qué tal? (Hello), interpretado por un elenco de jóvenes mormones que aparecen por el patio de butacas vestidos con blancas camisas y negros pantalones, con el célebre libro mormón en la mano tocando el timbre de una imaginaria puerta; luego se concentran en el escenario en un juego coral que permite testar sus tesituras vocales y su fisonomía expresiva. Son buenos todos, cantando, bailando y actuando, luego veremos que se multiplican en varios roles, y están dirigidos por Serrano desde la farsa, subrayando sus caras, sus muecas, sus movimientos. Prometedor comienzo de fiesta.
África de escándalo
Los dos protagonistas se escinden del grupo cuando conocen que han sido seleccionados para evangelizar Uganda. El destino no complace a Elder Price, interpretado por Jan Buxaderas, prototipo de jefe de pandilla, perfecto misionero con la lección bien aprendida, que deseaba ir a Orlando. Pero termina emparejado con Elder Cunningham, fantasioso e inadaptado muchacho, al que ni sus padres le prestan atención, un antihéroe al que da vida Alejandro Mesa.
Dos perfiles contrastados que viajarán hasta un pueblucho africano, descrito con los topicazos de pobreza, sida y terribles bichos, y cuyos habitantes viven amedrentados por el señor de la guerra Culo Pelado o algo así, que quiere someter a todas las mujeres a una ablación de clítoris. Todos los males del continente negro caricaturizados por los desvergonzados Parker y Stone, que no se cortan un pelo con ciertos hábitos africanos que, estos sí, es más probable que escandalicen a la audiencia.
Hay alusiones burlonas a la actualidad para parodiarla. Por ejemplo, al despedir a los jóvenes antes de que partan a Uganda, uno de los padres ha pedido a su vecina, que es de raza negra y algo cree él que tiene que ver con África, que baile una danza al ritmo de El ciclo de la vida (El rey León) y vestida como en el musical de Disney. Es la idea más aproximada de África que tiene un americano medio de Utah.
Aceleradas coreografías
Buxaderas y Mesa son actores fabulosos y llevan las riendas del espectáculo con una entrega y energía desbordante. Mesa es muy cómico, le va lo de hacer el ganso, empatiza rápidamente con el público y tiene una voz espléndida. Buxaderas desprende encanto, hay ocasiones que canta a la vez que brinca, tiene madera de estrella. Se reparten el protagonismo del musical: la primera parte para Buxaderas, la segunda para Mesa.
Las coreografías de Iker Karrera exigen perfecta coordinación y unas buenas condiciones físicas a los actores-bailarines, pues se desarrollan a ritmo trepidante. Están bien fusionadas con la música, son más complejas de lo que parecen, ya que reúnen varios bailes contemporáneos que mezclan swing, tap, disco, algo de folk americano y bailes tribales para el elenco africano. Las del elenco mormón, vestido en impecable blanco y negro, quedan muy elegantes.
La partitura musical de Rober López (Avenue Q) es variada y pegadiza, hace avanzar la acción del espectáculo en la misma clave irónica del libreto. Los temas han sido traducidos por el director y su hermano Alejandro y mantienen ese sarcasmo, además de que ¡suenan bien en español! (¿quizá porque no nos sabemos los originales, que es lo que suele pasar en los musicales?).
Algunas canciones tienen más punch que otras. La más desvergonzada es Hasa Diga Eebowai, donde se ve el atrevimiento de los autores y su astucia para resolver la vulgaridad de una blasfemia y que permite lucirse al elenco negro, en el que destacan Jimmy Roca y Aisha Fay. También estupenda Apágalo (Turn it off), en una ocurrente puesta en escena con luces que se encienden y apagan y que nos descubre a Nil Carbonell, otro genial y completísimo actor, cantante y bailarín, con una gran vis cómica que pone al servicio de este gran número donde nos habla de su “pecado”.
El musical contiene otras escenas más aleccionadoras o pedagógicas, destinadas a revelarnos los orígenes y fundamentos de la iglesia mormona, oportunísimas para los que no tenemos ni idea del tema. Están montadas y contadas en un pequeño teatrito o cuadro con fondo de nubes celestiales por el que desfilan los personajes bíblicos y padres fundadores de la fábula. Un respetuoso despiporre.
Sin tiempo para el aburrimiento
Y así, salpimentado con algún taco y comentario escatológico, el musical no deja tiempo para el aburrimiento. En la segunda parte también se escuchan temazos como El espeluznante sueño del infierno mormón (Spooky Mormon Hell Dream). O Creo en Dios (I Believe), que canta Buxaderas, y que es imperdonable que Serrano en la puesta en escena haya excluido de las fotografías que vemos alguna de líderes políticos yanquis, los grandes jefes del cotarro en lo que a venta de armas y ejércitos de ocupación.
La parte final reúne otro momento memorable, de casi llorar de risa. La evangelización ha tenido un efecto de fascinante sincretismo religioso fruto de reunir a mormones con africanos y la disparatada imaginación cinéfila de Elder Cunningham. Después de tanta farsa, el colofón tiene una lectura amable y de reconocimiento al valor de la religión, que puede unir a las personas y redimirlas de su esclavitud.
Alguien sugería la noche del estreno que este musical iba a despertar quejas por las ofensas religiosas. No lo creo. En España no hay mormones (¿o quizá alguno?) y, aunque el origen cristiano de esta religión comparte al Dios de los católicos —de hecho, su hijo Jesús aparece caricaturizado tipo Superstar varias veces—, hace tiempo que la blasfemia dejó de ser delito en nuestro país. Hoy es más probable que te quemen públicamente en las redes y te acusen de delito de odio oficialmente si rompes tabúes de índole ideológico o cultural relacionados con la raza, el feminismo, los menores…, que por injuriar las creencias religiosas. En cualquier caso, Parker and Stone no se han cortado y reparten estopa en varias direcciones. Quedan avisados.
The Book of Mormon
Teatro Calderón. Madrid.
Música, libreto y canciones: Trey Parker, Robert Lopez, Matt Stone
Producción española de Som Produce
Adaptación y dirección: David Serrano
Elenco: Jan Buxaderas, Alejandro Mesa, Aisha Fay, Nil Carbonell, Jimmy Roca, Oscar Bustos, Andoni García, Toni Iniesta, Juno Kotto Kink, Leo Parlay, Pablo Raya, Rone Reinoso, Jessie Santos, Álvaro Siankope, Nacho Porcar, Nyleti Tomas…
Director musical: Joan Miquel Pérez
Coreografías: Iker Karrera
Diseño de iluminación: Carlos Torrijos. AAI
Diseño de escenografía: Ricardo Sánchez-Cuerda
Diseño de vestuario: Ana Llena (AAPEE)
Diseño de caracterización: Esther Redondo
Diseño de sonido: Gastón Briski
Producción técnica: Guillermo Cuenca
Producción artística: Carmen Márquez