'Nada', un montaje exigente donde la narración combate al drama
- Joan Yago hace una pulcra y larga adaptación de la emblemática novela de Carmen Laforet, bien defendida por la directora Beatriz Jaén y un estupendo elenco.
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Me gustaría elogiar esta adaptación teatral de Nada, la novela que descubrió en 1944 a la escritora Carmen Laforet y que ayer estrenó el Centro Dramático Nacional (CDN). Es un título emblemático de nuestra literatura y la empresa de adaptarla a las tablas es siempre un trabajo complejo, que aquí recae en Joan Yago. La dirección de Beatriz Jaén y el estupendo elenco logran un montaje exigente, con momentos teatrales de fuerza, y un aparato escenográfico sugerente y eficaz. Sin embargo, su incorregible narratividad no evitó que llegara exhausta al final de las tres horas de función.
Sin entrar a evaluar la tendencia actual en el teatro de escenificar novelas y títulos narrativos célebres (en un medio con una literatura propia, que tiene sus correspondientes leyes, las dramáticas, y con un catálogo de autores todavía por redescubrir), hay una cuestión de partida por la que todo adaptador debe inclinarse: adaptación fiel o libre, y a partir de ahí, qué episodios pueden ser evitados y cuáles son imprescindibles dramatizar para una escenificación que no traicione el espíritu del original de partida.
Yago ha sido pulcro con la obra de Laforet, nos cuenta la novela prácticamente entera. Narrada en primera persona por su protagonista, Andrea, en el escenario le da vida la actriz Júlia Roch, que nos guía por su día a día en la Barcelona de posguerra a la que acaba de llegar procedente de un pueblo. Andrea/Roch cuenta directamente al público sus pensamientos, o sea, la novela, dando entrada a las amargas situaciones de su nueva existencia que son escenificadas por el resto del elenco.
Roch está impecable como trasunto de Andrea, por físico y juventud, porque logra un tono de loable naturalidad en su interpretación y su voz suena clara y confidencial cuando nos cuenta sus estados de ánimo y sus impresiones. La enorme tirada de texto que tiene la obliga a permanecer en escena casi toda la obra, ejerciendo como narradora y también como personaje, ardua labor que resuelve irreprochablemente.
Pero lo que la versión gana en fidelidad, y por tanto en reproducir el estilo claro y poético del original, lo pierde en ligereza, haciendo que estas reflexiones de Andrea/Roch le den un carácter excesivamente narrativo que restan dramaticidad (acción y conflicto), y dilatan el espectáculo hasta las tres horas.
La puesta en escena de Beatriz Jaén corrige con materia plástica y su dirección de actores el tono literario, aunque no de manera suficiente. Si la primera parte de la obra transcurre en ambientes interiores (el piso al que llega Andrea a vivir), la segunda incluye ambientes exteriores y urbanos (calles, el tugurio del Barrio Chino, el estudio del pintor, la playa…). Jaén mueve con soltura a sus actores y logra trasladarnos con eficacia a esos escenarios.
Sillas, mesas, camas, lámparas, tresillos, máquinas de coser, estufas… se amontonan como si estuviéramos en una chamarilería para recrear el piso de la abuela de la calle Aribau en el que Andrea vivirá mientras estudia en la universidad. La familia ha tenido que vender la mitad de la vivienda y ha tenido que sacar los muebles de ella y acumularlos en la parte que todavía mantiene en propiedad.
Es una gran idea combinar estos muebles (Pablo Menor Palomo, escenógrafo) para crear las escenas familiares, la mayoría de un clima insoportable, violento y miserable, que el elenco interpreta con realismo, aunque sobresalen las actrices frente a los actores.
Jaén ha aprovechado la posibilidad de contar con nueve intérpretes estupendos y versátiles, que se doblan en varios personajes, y algunos con preciosas voces (Andrea Soto y Julia Rubio), como demuestran en pasajes musicales que sirven para ambientar la Barcelona doliente de posguerra.
Hay que aplaudir que la actriz Amparo Pamplona se prodigue más por el teatro, aquí estupenda como el único personaje apacible de esta familia, la cariñosa abuela; Laura Ferrer borda a la vulnerable Gloria, posiblemente el rol más dramático de todos, frente a Carmen Barrantes, en la autoritaria tía Angustias, a la que dota de un leve tono farsesco. Peter Vives (Román) y Manuel Minaya (Juan) destacan entre los personajes masculinos y dan vida a esos dos hermanos que se quieren y se odian.
Nada
Teatro María Guerrero (Centro Dramático Nacional), hasta el 22 de diciembre
De Carmen Laforet
Adaptación: Joan Yago
Dirección: Beatriz Jaén
Reparto: Carmen Barrantes (Angustias), Jordan Blasco (Iturdiaga /Jaime), Pau Escobar (Pons), Laura Ferrer (Gloria), Manuel Minaya (Juan), Amparo Pamplona (Abuela), Júlia Roch (Andrea), Julia Rubio (Ena), Andrea Soto (Antonia / Madre de Ena) y Peter Vives (Román).
Escenografía: Pablo Menor Palomo
Iluminación: Enrique Chueca
Vestuario: Laura Cosar
Música y espacio sonoro: Luis Miguel Cobo
Vídeo: Margo García
Coreografía: Natalia Fernandes
Producción: Centro Dramático Nacional