En las últimas semanas he leído dos novelas francesas muy unidas por el referente común del estilo de las primeras películas de la "Nouvelle Vague". Son Un año ajetreado, de Anne Wiazemsky (Anagrama), y Un circo pasa, de Patrick Modiano, publicada en 1992 e inédita entre nosotros hasta que Cabaret Voltaire la ha rescatado con excelente traducción de Adoración Elvira Rodríguez.



Protagonistas jóvenes, envueltos en una historia de amor con diferentes dosis de riesgo, en un París sesentero -pisos, calles, cafés, restaurantes, cines- visto con una mirada documental. Ambos libros, pese a esa vinculación con el cine francés de principios de los 60, son plenamente literarios. Con un tono más fresco el de Wiazemsky y, sin perder la aparente frescura, con una laboriosa y magistral elaboración el de Modiano.





Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945) tuvo una fulgurante revelación, a los 23 años, con su primera novela, El lugar de la estrella (1968) -en Un circo pasa vuelve a aparecer la Place de l'Étoile-, y, con persistencia sin errores, ha llegado a ser -con Pierre Michon, quizás- el más importante novelista francés de su generación y uno de los mejores escritores europeos del momento.



Un circo pasa está a punto de ser una novela policíaca -incluso tal vez lo sea-, pues las peripecias que cuenta -en las que se convoca de pasada al escritor de novela negra Chester Himes- aparecen inmersas en un tejido argumental inequívocamente criminal. Sin embargo, el misterio, las mentiras y los secretos - pese a hechos, citas y personajes sospechosos, pese a la presencia de presuntos policías- dejan fuera de campo, no hacen visible para el narrador -ni para el lector- los más que probables acontecimientos criminales que rodean el periplo de sus dos principales protagonistas.



Un chico de 18 años conoce a una chica que dice tener 21 y se enreda con ella en una historia de amor constantemente amenazada por otros personajes que, como la chica misma, están inmersos, a no dudar, en alguna clase de actividad delictiva que no llegaremos a conocer en su más concreta realidad.



Con frases cortas -marca de la casa- y con descripciones tan minuciosas como breves, Modiano nos hace acompañar en sus correrías peligrosas a estos dos muchachos, dando vida a un mapa de París habitado por extraños, incógnitos y turbios personajes, mientras nos narra una efímera historia de amor -¿y de engaño?- entre dos jóvenes perdidos y también perdedores, atados por una voluntad improvisada de darse un destino que les salve de un naufragio seguro.



Con resonancias autobiográficas -la ausencia de los padres del chico-, Modiano amaga contar, como hace Wiazemsky, una historia de iniciación a la vida o, si se quiere, de paso a la madurez, intervenida por las circunstancias de una trama y de una intriga criminales que, por el arte de la elusión, no llega a materializarse en su plenitud, sino a insinuarse, con la suficiente fuerza, sin embargo, como para retener e incentivar nuestra atención hasta el final. La estrategia de la elusión también gobierna, en cierto modo, la propia historia de amor, que sugiere y esquiva las escenas de sexo. Es una pieza elegante y magistral, una pequeña obra maestra de la creación de climas y atmósferas ambiguas, aunque siempre inquietantes.



En un momento dado, el chico se refiere a la huidiza muchacha con estas palabras: "Me preguntaba si debía creerla. Sus explicaciones me parecían excesivas e incompletas a un tiempo, como si ocultara la verdad tras una profusión de detalles".



La verdad, ciertamente, se oculta muchas veces tras una profusión de detalles. Modiano, tal vez, se esté refiriendo a su propia novela, abundante en datos, pero deliberadamente incompleta para que el lector pueda especular sobre la parte de la realidad que se nos hurta. ¿O quizás está hablando Modiano de la literatura en general, que, si es grande, siempre esconde más de lo que muestra?