La gran aventura de Elinore
Me quema el deseo de recomendarles Cartas de una pionera. Su lectura produce un gozo inmenso y resulta altamente benéfica y salutífera para el ánimo. Publicado por la editorial gijonesa Hoja de Lata -con fresca y deliciosa traducción de Rosana Herrero Martín-, el libro es todo un inesperado descubrimiento, lo que añade un gran placer adicional.
Cartas de una pionera recoge la correspondencia que Elinore Pruitt Stewart dirigió, entre 1909 y 1913, a la señora Juliet Coney, en cuya casa había trabajado como lavandera. Elinore, a los 33 años, viuda y madre de una niñita, después de una vida repleta de calamidades y trabajo ímprobo, tuvo el coraje extraordinario de acceder a una ayuda del gobierno para hacerse con un rancho en las montañas de Wyoming. El propósito de estas ayudas gubernamentales -sometidas a un condicionado sobre el correcto cultivo de la tierra y la cría de ganado- era el de seguir colonizando territorios al Oeste, hasta entonces solitarios y salvajes.
Elinore se casó al poco de llegar con el hombre que la acogió, construyó su casa y se convirtió en una eficiente granjera, manejando personalmente la última maquinaria disponible para las tareas agrícolas.
Sus maravillosas cartas a su antigua patrona y amiga narran su apasionante experiencia desde el inicio de su aventura. Junto a las gestiones y trabajos que tuvo que acometer, está la vida cotidiana y hogareña de una madre y esposa, las excursiones y exploraciones por una naturaleza feraz y deslumbrante, la caza y la pesca, no pocas incidencias y peligros y, además, un conjunto encantador de personas y vecinos -a veces separados por decenas de millas- de los que se hace amiga y con los que vive toda clase de episodios.
Todo está contado con cautivadora sencillez, con un humor que delata su carácter positivo, indomable y emprendedor y, a no olvidar, con una prosa de una preciosa plasticidad y riqueza de vocabulario, que parece impropia de una mujer sin formación y de sus características, salvo que Elinore era una gran aficionada a la lectura y a contar y escuchar estupendas historias.
En el libro no hay un solo párrafo que tenga desperdicio o que no transmita alguna sensación gratificante -colores, olores, sonidos, el paisaje...- y subyugante.
Un breve ejemplo: “Cuando llega la noche ya he terminado con la mayor parte de la cocina, he ordeñado siete vacas, y he segado todo el heno. Como podrá comprobar, me paso el día trabajando. Pero también encuentro tiempo para hacer treinta pintas de jalea en conserva y la misma cantidad de mermelada para mí. Utilizo frutos silvestres, grosellas, pasas, frambuesas y cerezas. Tengo casi dos galones de mantequilla de cereza, que me resulta deliciosa. Ojalá pudiera llevarle un poco, estoy segura de que le gustaría”.
Da que pensar cómo un espíritu jovial y activo, una inteligencia natural, una gran capacidad de observación y una vida de acción y esfuerzo en un escenario propicio pueden servir, sin la determinación y la impostación de tantos escritores, para crear una obra literaria de primer orden. Si deseas, lector, disfrutar al máximo, corre a comprar Cartas de una pionera y no dejes de leerlo. Sólo lamentarás llegar a su última página.