Todavía no he terminado de leer Un paraíso inalcanzable (Libros del Asteroide), pero es tanto el regocijo que procura, es tanta la afilada inteligencia satírica que despliega y son tan buenos sus cortos diálogos y sus aceradas descripciones que me precipito a recomendarla aquí sin haberla concluido. Las críticas han sido muy buenas.



John Mortimer (1923-2009) no es un escritor muy conocido por los lectores españoles. Más bien, al contrario, fue un novelista traspapelado en las mesas de nuestros editores.



Un paraíso inalcanzable supone, pues, una gran oportunidad de descubrir y rendir honores a otro gran humorista británico, que cumple con los requisitos personales del género: aire de piradillo, rostro achisporrado, gafas con tendencia a deslizarse hasta el borde inferior de la nariz y, eso sí, una elegante corbata colocada en su sitio siempre que haga falta.



En Un paraíso inalcanzable, publicada originalmente en 1985 y convertida en serie de televisión, aparece por primera vez Leslie Titmuss, dudoso político conservador que protagonizaría en los años siguientes otras dos novelas de Mortimer para completar una celebrada trilogía.



El tal Titmuss es el inesperado destinatario de la herencia de un párroco anglicano muy rojeras, lo que sorprende, lógicamente, a su viuda, a sus dos hijos y a cuantos se enteran de semejante decisión. Los hijos, muy distintos -uno, escritor, y médico, el otro-, toman ante el caso actitudes y medidas diferentes. Mediante un vistazo hacia atrás, para mejor esclarecer las relaciones entre el extinto sacerdote y el político, la novela va recorriendo cuatro décadas de la vida inglesa, de la posguerra al "thatcherismo", y pone en pie un nutrido fresco social que acoge, con tintura sarcástica, las relaciones comunitarias en un pequeño pueblo y todas las variables de las relaciones familiares.



Dramaturgo y guionista de cine y televisión también, el divertido John Mortimer nos regaló -con su primera esposa- uno de los guiones más siniestros e inquietantes de la cinematografía británica de todos los tiempos, El rapto de Bunny Lake (1961), que dirigió magistralmente el sombrío Otto Preminger.



Veamos cómo las gasta Mortimer con apenas un plumazo. Escribe: "Cuando Henry Simcox, el primogénito del difunto rector, había publicado su primera novela, se le había relacionado con un grupo literario de jóvenes airados; ahora era más bien un gruñón de mediana edad".



La observación, en un par de líneas, es demoledora: de "joven airado" a "gruñón de mediana edad". ¿No es, por lo demás, un tránsito vital muy frecuente? Mortimer, que comenzó a publicar a fines de los años 40, no perteneció en rigor ni a la facción novelesca ni a la teatral de los "jóvenes airados" -los "angry young men"-, que renovaron la literatura y la escena británicas a base de sacudir a la burguesía y exaltar a las clases trabajadoras. No es descartable, no obstante, que Mortimer quiera propinarse una pulla a sí mismo.



Lo que parece seguro es que Mortimer se mofa, a cuenta de su personaje, de los "angry young men", que fueron perdiendo brío a mediados de los 60, aunque precisamente el "thatcherismo" reactivó a sus hijos. ¿Gruñones de mediana edad? ¡Qué fuerte! Lo cierto es que no han sido poco los movimientos artísticos rupturistas que se han adocenado y han perdido fuelle en su madurez pactista. Ley de vida, sí. ¿Y ley del arte? También.