'La maravillosa O' de James Thurber
Se estrena una nueva versión de La vida secreta de Walter Mitty, dirigida e interpretada por Ben Stiller. Recuerdo haber visto de niño la anterior, dirigida en 1947 por el especialista en comedias Norman Z. McLeod e interpretada por el gesticulante Danny Kaye. Cuando éramos pequeños Danny Kaye no nos hacía –como Bob Hope- ninguna gracia y, ahora que somos mayores, Ben Stiller nos hace gracia algunas veces y otras nos pone de los nervios.
El cuento La vida secreta de Walter Mitty tiene apenas seis páginas, y hay que inventar mucho para sacar de él una película de hora y pico. Pero capacidad de invención es lo que precisamente tiene su personaje principal, que imagina situaciones insólitas en las que se introduce como protagonista estelar para escapar de su vida rutinaria y, sobre todo, de su opresiva mujer. Es un cuento muy misógino, como tantos de James Thurber (1894-1961).
Descubrí a James Thurber cuando Acantilado editó, en 2007, Carnaval, y, como me entusiasmó su humor entre cáustico y desaforado, inmediatamente recuperé La vida secreta de Walter Mitty, título de otra colección de descacharrantes cuentos que Acantilado había publicado tres años antes. No hay manera de encontrar –salvo por Internet- ¿Es necesario el sexo?, el primer libro de Thurber, coescrito en 1929 con su amigo E.B. White, que Anagrama dio a conocer en 1986. Busquen y lean los libros de Thurber, y nunca se arrepentirán.
Es lo que vengo haciendo desde hace años, y así he podido disfrutar de Los 13 relojes, una deliciosa y fantástica aventura, trufada de pruebas insólitas, que tiene como protagonistas a un pérfido duque, un peculiar trovador y una bella muchacha. Y es que Thurber, una de las grandes figuras de la narrativa breve impulsada por The New Yorker y vitriólico analista de las costumbres de su época, también escribió varios libros para niños.
Después de Los 13 relojes, la misma editorial, Ático de los Libros, nos hace el impagable regalo de La maravillosa O, y en las cubiertas vuelve a recordar que las historias que Thurber escribía para los chicos son especialmente recomendables para el deleite de los adultos. No es un tópico, es la pura verdad.
Sobre el esquema de La isla del tesoro, un tosco pirata, Littlejack, y un rufianesco marinero, Black, se proponen saquear, con el concurso de una tropa de facinerosos y con la insuficiente ayuda de un mapa poco claro, las riquezas ocultas para los inocentes e inadvertidos habitantes de una isla llamada Ooroo, cuyo nombre, claro, alude al precioso mineral.
Pero el tal Black, que se hace con el liderazgo de la banda, tiene un gravísimo problema de devastadoras consecuencias: odia con todas sus fuerzas la letra O, no puede soportarla, hasta el punto de que su barco se llama Aeiu, a fin de evitar y humillar a la asquerosa O.
Mientras buscan el tesoro, los malhechores instigados por Black se afanan por destruir y eliminar todos los oficios, animales, frutos y cosas que tienen la O en su nombre e incluso obligan a la aterrorizada y oprimida población a suprimir de su vocabulario y de sus escritos dicha letra, de manera que muchas palabras se abrevian y se hacen incomprensibles.
Esta fascinante fábula sobre el horror del despotismo y sobre el valor liberador de las palabras y de los libros –y de los héroes de ficción- se despliega ante nuestros ojos con un impresionante aparato de ingenio verbal, con constantes juegos de palabras y con una apabullante pirotecnia de conocimientos y alusiones culturalistas. Es un banquete para la inteligencia, un festín inagotable para los amantes de la vida, del pensamiento y de la diversión. Los hallazgos más ocurrentes se acumulan en cantidades prodigiosas, y mucho trabajo ha tenido que tener el traductor, Joan Eloi Roca, que ha hecho una labor impecable.
Ritmo, plasticidad, ternura, sabiduría, cultura y poesía de la mejor son virtudes e ingredientes que Thurber derrama a chorros, junto a su chisporroteante talento lingüístico, en cada página de este libro mayor, sin olvidarse nunca de su acreditado humor, perfectamente negro cuando le place.
¿Por qué odia tanto el desquiciado Black a la letra O? En la cuarta página lo confiesa: “Odio esa letra desde la noche en que mi madre se quedó atascada en un ojo de buey. No pudimos tirar de ella hacia adentro, así que tuvimos que empujar y tirarla al mar”.