Es obvio que Haruki Murakami, camino de los setenta años, ocupa el centro de interés entre los lectores españoles de literatura japonesa actual. Quizás su éxito haya servido de puente entre escritores japoneses del siglo XX ya iluminados por la aureola del clasicismo (Mishima, Tanizaki, Kawabata, Oé, Akutagawa) y autores más jóvenes que Murakami que empiezan a estar en su punto de sazón, aunque lejos de los maestros. En esa generación hay varias escritoras traducidas al castellano con aceptable difusión (Misumi Kubo, Yoko Ogawa, Banana Yoshimoto, Hiromi Kawakami), y a ella pertenece por edad Kazumi Yumoto (Tokio, 1959).
Nocturna acaba de publicar Los amigos, la primera novela de Yumoto, editada en 1992, que obtuvo varios premios internacionales y fue traducida a más de una docena de idiomas. Hace casi veinte años tuvo una edición en catalán. Estamos, pues, ante una recuperación un tanto sorpresiva.
Con traducción de José Pazó Espinosa, la ilustración de su portada en forma de viñeta de cómic corre el riesgo de sugerir que nos encontramos ante una novela juvenil, impresión que no disiparán del todo sus primeras páginas.
Tres amigos, colegiales de unos doce años, van a tener una experiencia de amistad y de muerte, que les llevará, si no a la edad adulta, a la conciencia de las realidades que afligen a los adultos, debiendo encontrar un modo de sobreponerse que, tras pasar por el dolor, no deja de tener –como otros aspectos del relato- un regusto idealista y casi mágico. El realismo y el idealismo son elementos que no se repelen necesariamente, como sabemos, en muchas formas de la expresión artística japonesa.
Todo empieza cuando fallece la abuela del pueblo de uno de ellos. Los tres amigos se plantean que nunca han visto morir a nadie, que no tienen un conocimiento directo de la muerte, de lo que se siente ante ella. Y no se les ocurre mejor cosa que localizar a un anciano que vive solo, en una casita aislada con jardín, para espiar día a día su –imaginan- breve y seguro recorrido hacia la muerte.
Sus planes toman un sesgo inesperado cuando se hacen amigos del viejo. Eso les llevará a descubrir –antes que la muerte- otros aspectos de la vida: la soledad, la amistad, la capacidad de ser útiles, la vejez, el horror de la guerra, los fracasos vitales, las rupturas, los trágicos azares del amor…Todo ello mientras estudian (poco), nadan, hacen deporte, pasan el verano y conviven con sus propios problemas personales y familiares: la ausencia de un padre, una madre alcohólica…
Los amigos es, desde luego, una novela de iniciación, de aprendizaje, de rito de paso. Como otros escritores japoneses, Kazumi Yumoto cultiva la sentimentalidad, no desdeña –al contrario- cierta blandura emocional, del mismo modo que no duda en ayudarse de un onirismo expreso o etéreo, según. La novela tenía condiciones para ser llevada al cine, y así lo hizo Shinji Somai en 1994.
Dentro de esa cierta delicuescencia emocional, compatible con precisos y realistas apuntes sobre la infancia, caben, a modo de contraste -¿y de fórmula?-, los pasajes duros, como cuando el viejo cuenta una terrible experiencia que tuvo en la II Guerra Mundial. Las virtudes de Kazumi Yumoto, en su estrategia narrativa, se perciben cuando, poco a poco, es palpable que su novela coge una cierta densidad y da lugar a pasajes como el protagonizado por el narrador al pelar y compartir unas peras con su madre borracha, doblegando la aspereza de ella y la distancia afectiva entre ambos. Haciendo el niño de madre de su madre. Es una escena, sí, muy de película.
Es el narrador quien reflexiona: “Un tío mío me dijo hace mucho, mucho tiempo que morirse es dejar de respirar. En aquel entonces, le creí. Pero ahora sé que no es verdad. Vivir es algo más que respirar. Y morir tiene que ser algo más que dejar de respirar, supongo”
Es una de las muchas cavilaciones sobre la muerte que hay en la novela. En realidad, “Los amigos” es una indagación sobre la muerte a través de los ojos de los niños, convertidos en detectives que tratan de aclarar un misterio que les supera. Que nos supera.