[caption id="attachment_869" width="450"] Greta Garbo interpretando a Camille en La Dama de las Camelias[/caption]

He leído muy veraniegamente una novelita titulada La dama y los laureles, editada por Ardicia, con traducción de Julia Osuna Aguilar. Nada sabía de su autor, Leonard Merrick (1864-1939), ni del libro. Ya he comentado aquí la importancia de los textos informativos que los editores incluyen en las cubiertas, que pueden excitar la curiosidad del lector.

En esta ocasión, y amén del resumen argumental, me atrajeron unas elogiosas frases sobre Merrick a cargo de Virginia Woolf, H.G. Wells, G.K. Chesterton y J.M. Barrie, escritores que, una vez leído el libro y a mi juicio, nada tienen que ver con su autor, al que ayudaron a publicar sus obras completas y a recuperar el lugar que había perdido en las letras inglesas.

También llamó mi atención enterarme de que La dama y los laureles había tenido dos versiones cinematográficas, la primera (El paraíso de un iluso, 1921), a cargo nada menos que de Cecil B. DeMille, y la segunda (The Magnificent Lie, 1931), a cuenta de Berthold Viertel, marido que fue de la guionista Salka Viertel, amiga íntima de Greta Garbo.

Me gusta descubrir imprevisibles y secretas atracciones, afinidades, coincidencias. Resulta que Merrick cita y hace jugar un relevante papel en su novela, escrita en 1908, a La dama de las camelias, cuya adaptación al cine interpretó Greta Garbo en 1936. ¡El colmo habría sido que Salka Viertel hubiera escrito el guión de la película de George Cukor, pero esta vez no sucedió!

La mención de Merrick a la novela de Alejandro Dumas (hijo) tiene su importancia, porque es la perfecta metáfora del temple folletinesco y arrebatadamente romántico de La dama y sus laureles. Entre damas anda el juego.

Merrick cuenta la desgraciada historia de Willy Childers, un enfermizo chico inglés, aspirante a poeta, que, al carecer de brío e iniciativa, es enviado por su madre a un poblacho de Sudáfrica para que su tío lo espabile en el negocio de diamantes que regenta. El muchacho, mientras escribe versos, no mejora sus aptitudes laborales y acaba de escribiente en un juzgado. No diré más, salvo que se queda ciego y se enamora de una famosísima actriz que interpreta La dama de las camelias en el teatro local. Una broma pesada que le gastan sus poco compasivos amigos nos hará descubrir las bondades del amor verdadero…y ciego. En esta parte, que dejo a oscuras, radica el decidido melodrama que pone en pie Leonard Merrick, al que deberemos perdonar algunas inverosimilitudes.

Cuando el narrador reflexiona sin contemplaciones sobre la mediocridad de los poemas de Willy y lo patético de su vida como empleado, escribe: "Si bien él experimentaba todas las emociones propias del genio, su Vesubio parió un ratón; era artista de temperamento pero escribano de destino".

La mención del Vesubio, según nos aclara la traductora, sirve para recordar "el parto de los montes", la fábula de Esopo, y su posterior desarrollo en Horacio: "Parturient montes, nascetur ridiculus mus". En realidad, y más allá de Willy, la historia de la cultura está llena de partos de los montes, de montañas que paren ratones. Una minoría de genios creadores logra alumbrar obras de importancia, y el resto contribuye a llenar el mundo de "ratones".