[caption id="attachment_940" width="510"] Cela, a la izquierda, y Baroja, a la derecha, en una foto de archivo de El Mundo[/caption]

En estos días, cercanos al aniversario de la muerte de Pío Baroja (30 de octubre de 1956) se han acumulado algunos acontecimientos que reavivan la memoria del escritor vasco. Espasa ha publicado una novela inédita suya, Los caprichos de la suerte. Acaba de morir su sobrino, el escritor y cineasta Pío Caro Baroja, autor de Itinerario sentimental (Pamiela), el mejor libro sobre la casa familiar de Itzea, que con él acaba de perder al último de sus habitantes originarios. Y Fórcola ha publicado, con edición y notas de Francisco Fuster, Recuerdo de don Pío Baroja, de Camilo José Cela.

En 2016 se cumplirán 60 años de la muerte de Baroja y se celebrará el centenario del nacimiento de Cela (1916-2002), autor de una docena, al menos, de grandes libros, escritor en parte devorado por las zonas oscuras de su biografía personal, de su personaje público.

En Recuerdo de don Pío Baroja se reúnen por primera vez diez textos de Cela sobre Baroja, publicados separadamente entre 1945 y 1994. Cela, proclamado amigo y discípulo de Baroja, comenzó a frecuentar al novelista guipuzcoano al poco del regreso de éste, en 1940, de su breve exilio en París y llegó a solicitarle un prólogo para su primera novela, La familia de Pascual Duarte (1942). Baroja, según afirma Cela en uno de los textos recopilados, declinó la invitación. Dijo: “Yo no le hago el prólogo, yo no tengo ganas de ir a la cárcel ni con usted ni con nadie”.

Las impresiones, informaciones y opiniones de Cela sobre Baroja recogidas en este libro ya forman parte de lo ahora sabido, están presentes, de un modo u otro, en las obras de los biógrafos y expertos barojianos. No obstante, tiene cierto interés leerlas todas juntas y de seguido, tanto por lo que dicen de Baroja como por lo que dicen del futuro Premio Nobel. En el libro se antologa, por cierto, la carta que Cela dirigió al Rey de Suecia, en 1946, solicitando el Nobel, precisamente, para Baroja, carta destinada a ser publicada en el diario Arriba y que la censura franquista prohibió.

Los primeros textos, de un Cela joven, tienen un tono un tanto retórico, un poco soso, impropio de la prosa celiana, pero van desgranando juicios plausibles y una incuestionable admiración hacia un Baroja que no gozaba entonces del aprecio de las instancias políticas y eclesiásticas.

Vemos cómo Cela se copia a sí mismo y reitera -¿tirando de su propio archivo?- sus opiniones sobre Baroja, a quien iba visitando en su madrileña casa de la calle Ruiz de Alarcón. Sincero, independiente, antihistoricista, fóbico hacia las instituciones, individualista, distante pero tierno, alcaloide del 98, claro, desaliñado y fiel a sí mismo son algunos de los juicios que Cela más repite sobre el que llama “oso vascongado” y a quien pronto retrata en la imagen doméstica del escritor que más ha quedado: “camisa de cuello blando, los pantalones caídos, boina, manta…”.

Los textos más vivos e interesantes son los titulados Pío Baroja al borde de los setenta y ocho años, Recuerdo de don Pío Baroja y Las narraciones breves de un hombre humilde y errante (prologuillo bienintencionado y arbitrario). Este tercero, introducción a un volumen de cuentos de Baroja, es lo más parecido a un texto crítico y de análisis de escritura. El primero tiene las trazas de una entrevista periodística, y Baroja va soltando opiniones curiosas y jugosas: los libros de Quevedo le resultan “antipáticos”; hay un Galdós que le pesa; no entiende a Valéry; Rembrandt y Velázquez no le gustan mucho; el cubismo y el surrealismo le parecen una “estupidez”; Mozart, Beethoven y Haydn están “bastante bien”, Rodin es “un buen escultor, pero no pudo hacer un monumento”….De política, en 1950, ni una palabra, claro.

Y en Recuerdo de don Pío Baroja, transcripción corregida de una conferencia y séptimo de los textos reunidos, es donde, por fin, aparece Cela, que bajó a hombros con otros tres el féretro de Baroja a la calle. Vean: “Los gusanos del Cementerio Civil –debemos pensar que, probablemente, más fieros que los gusanos de ningún otro cementerio- aún están empezando a entretenerse con el Baroja de las partes blandas, con el Baroja del vientre, y de la lengua, y de los párpados: con el Baroja mortal que la arterioesclerosis se llevó con los pies para adelante, en la caja de muerto –la petaca de pino, hubiera dicho uno de sus entrañables golfos- que a fuer de pobre, crujía y desteñía. Dejemos en paz y en su sitio a los muertos; no osemos interrumpir su serio silencio, ni hollar el rincón que eligieron para irse convirtiendo, poco a poco, en un inerte montoncito de basura, en un bullidora y fétida gusanera”.

¡Cela! ¿Quién dijo “tremendismo”?