Pese a dilaciones y pausas en la edición, ya hay un número más que significativo de libros de Kenzaburo Oé (Ose, Japón, 1935) traducidos al castellano, gracias al primordial esfuerzo de Anagrama y, sobre todo, Seix Barral. Esta última editorial publica ahora, con traducción de Terao Ryukichi, La bella Annabel Lee, que nos llega con nueve años de retraso.
El Premio Nobel de 1994 ha reconocido que, por primera vez, una mujer ocupa el centro protagónico de su relato, una veterana actriz de éxito y renombre internacional que esconde una traumática experiencia sexual desde su infancia. Ese episodio está relacionado con la filmación de una película sobre Annabel Lee, el celebérrimo personaje del poema póstumo de Edgar Allan Poe, del que ella sería una especie de trasunto, si no también el sujeto de una metáfora sobre el mismo Japón.
Tres son los tiempos básicos en los que se desarrolla la acción y tres son sus protagonistas principales. Junto a la actriz, un productor cinematográfico y el narrador de la historia un escritor que, aunque no se llama Kogito Choko –frecuente “alter ego” de Oé-, no sólo parece ser su “alter ego”, sino que, finalmente, se nos revela como el propio Oé. Como tantas veces, un aroma autobiográfico recorre las páginas de La bella Annabel Lee, en las que aparece, como en otras ocasiones también, Hikari, el hijo de Oé que nació con lesiones cerebrales y que sufre de epilepsia y autismo, pese a lo cual se ha convertido en un conocido compositor.
Sabido es el cosmopolitismo cultural de Oé, su predilección por las letras europeas y americanas. En un libro que contiene alusiones a numerosos escritores, y si seguimos aferrados al número tres, junto a Annabel Lee, otras dos piezas literarias forman un tríptico apasionante en esta novela: Lolita, de Vladimir Nabokov, que nace de la entraña del poema de Poe, y Michael Koolhaas, la novela de Heinrich von Kleist.
La primera sirve para redondear un discurso sobre el sexo y sus vértigos –asunto nada infrecuente en Oé- y la segunda, para introducir una temática social y política, por llamarla de alguna manera, que también siempre ha interesado al comprometido Oé y sobre la que hay otras alusiones en el libro.
Pero, igualmente, si Lolita se integra en el tronco literario de la novela, Michael Koolhaas, que también, hace de puente, con la actriz y el productor, con el mundo del cine, pues los tres amigos estuvieron implicados en un fracasado proyecto –con el escritor como guionista- para adaptar a la pantalla el libro de Kleist. Oé ha escrito para el cine y, en conjunto, ha sido adaptado en seis ocasiones, entre ellas, una por Nagisa Oshima (La pieza, 1961) y otra, por su amigo y cuñado Juzo Itami (Shizukana seikatsu, 1995), quien se suicidó dos años después, hecho que dio pie a una de las mejores novelas del escritor, Renacimiento (2000).
La vida (sexo, amor, amistad, familia), la política, el cine y la literatura quedan, pues, indagados y engarzados en el irresistible menú temático de La bella Annabel Lee, con Japón y sus traumas al fondo.
El escritor dice en un diálogo: “Me queda un buen trecho antes de cumplir cien años. Seguiré escribiendo novelas si logro encontrar, más que temas, formas nuevas para hacerlo”.
Kenzaburo Oé ya sobrepasa los ochenta años y, de esta declaración, no sólo llama la atención su persistente voluntad de seguir escribiendo hasta el final, sino, muy especialmente, el propósito de que tal voluntad esté religada a la condición de hallar, más que asuntos y argumentos, formas narrativas nuevas para continuar contando historias.