La fantasía irónica de Pere Calders
[caption id="attachment_1430" width="560"] Pere Calders[/caption]
Antaviana (1978) fue uno de los grandes y duraderos éxitos del grupo catalán Dagoll Dagom, en la edad de oro del teatro independiente. Era un musical, con canciones de Jaume Sisa, que puso en primer plano en toda España la narrativa breve del escritor barcelonés Pere Calders (1912-1994), que había regresado unos quince años antes de su exilio mexicano y que, por su lejanía física y por escribir habitualmente en catalán, no era muy conocido entre los lectores en castellano.
Antaviana logró por unos años que el universo mágico y fantástico, surgido de lo cotidiano, de Pere Calders -poco convencido, al principio, de la viabilidad del montaje teatral- alcanzara una notoriedad que volvió a perder con el paso del tiempo, según atestigua la menguada presencia de traducciones de su obra al español, regresando, fuera de Cataluña, a una zona de penumbra.
Nórdica edita ahora, con ilustraciones de Agustín Comotto y traducción de Juan Carlos Gentile, Cosas aparentemente intrascendentes y otros cuentos, una antología de treinta relatos breves de Calders, algunos de ellos tan breves -los extraídos de De tuyas a mías (1984), los más flojos, a mi juicio-, que hoy recibirían la etiqueta de microrrelatos.
El cuento que da título a esta colección -de una negrura no siempre tan intensa en otros- resume bien el procedimiento de Calders para acoger la aparición de lo inesperado: un hombre accede a hacerse un retrato para complacer a la patrona de la pensión en la que ha sido huésped durante años y que va a abandonar. Hasta ahí, la complaciente normalidad. Pero cuando el fotógrafo dispara su vieja máquina, la llamarada del magnesio salta a una cortina, y el narrador, que se pone a salvo, nos informa de que la cosa acaba con el incendio de un bloque de casas y la muerte de trescientas personas. “Todas de buena familia”, comenta: este tipo de acotación añadida, digamos que imprevista, es muy propio del humor (negro) de Calders.
Los relatos recopilados proceden también de Todo se aprovecha (1981), Invasión sutil y otros cuentos (1978) -Invasión sutil es uno de los más graciosos y abiertamente humorísticos, en el terreno del absurdo que Calders frecuenta- y, sobre todo, de Crónicas de la verdad oculta (1955).
¿Fue este último el mejor libro de cuentos de Calders? Habrá opiniones, claro, pero el caso es que Dagoll Dagom incluyó en Antaviana -tal vez también por ajustarse mejor a sus intenciones- varios relatos de Crónicas de la verdad oculta, apareciendo al menos tres de ellos en la presente antología de Nórdica: El desierto, en el que un hombre trata de retener la vida que se le escapa manteniendo su puño cerrado; El espíritu guía, en el que otro hombre recibe en su casa la inopinada visita de fantasmas con dotes proféticas, y La “Hedera helix”, en el que un tercer hombre, por corresponder a una mujer que le ha regalado una corbata, le obsequia para su jardín con una planta trepadora que resulta ser más bien carnívora.
Hablamos de hombres que, por lo general, cuentan sus historias en primera persona, hombres corrientes y molientes -hasta podrían ser el mismo hombre, un hombre común, sin relevancia ninguna- que narran y comentan sin aspavientos, con irónico estoicismo, los sucesos sorprendentes que les ocurren dentro de la más rutinaria normalidad, como si la falta de lógica no fuera, en el fondo, lógica pura. Como si la irrealidad no fuera el producto más esperable de la realidad. Calders amaga con desenvolverse en un marco costumbrista -por el tono amable-, pero más pronto que tarde introduce lo excepcional, lo siniestro incluso, sin despeinarse ni perder -al contrario- el humor.
“Una mañana, al levantarme, ví que en el comedor de mi casa había nacido un árbol”. Esta frase del inicio del cuento titulado El árbol doméstico tiene obvios ecos del arranque de La metamorfosis. Algunos han hablado de Kafka a propósito de Calders, pero, más allá de algunas analogías, el escritor catalán no contagia la angustia helada del checo ni escribe con la misma fría determinación.
En el mencionado cuento El espíritu guía -el de los fantasmas caseros- dice el narrador: “Yo, porque la realidad no me acaba de ir bien, me he movido por el más allá con una gran desenvoltura (…) Pero la presente no es una historia de miedo. Esta declaración se haría innecesaria si la gente tuviera más lecturas y estuviera convencida de que las cosas de los espíritus no dan miedo. Es cuestión de saberlos tratar con un cierto sentido y con una cierta mesura, sin darles importancia”.
¿Hay en estas líneas una declaración de principios e intenciones del propio Calders? Probablemente. Apela a las lecturas –cultura, racionalidad- para no tener miedo de lo sobrenatural, a lo que quita importancia desde una especie de sentido común cazurro e irónico, el mismo con el que expresa que la realidad se le queda pequeña: “la realidad no me acaba de ir bien”. ¡Como si hablara de la aspirina o de los huevos fritos! Ahí está, una vez más, el punto humorístico de Calders y el punto de su inventiva, que se abren a los sucesos fantásticos “con una cierta mesura, sin darles importancia”.