[caption id="attachment_1495" width="560"] Olivier Rolin[/caption]
Observemos la precisa literatura del crimen estalinista: “Tras haber examinado el caso número ciento veinte, Vangengheim Alekséi Feodósievich, ruso, ciudadano soviético, nacido en 1881 en el pueblo de Krapivno, región de Chernígov de la RSS de Ucrania, hijo de noble y propietario de tierras, con título de enseñanza superior, profesor, último lugar de trabajo: Servicio Hidrometeorológico de la URSS, ex miembro del Partido Comunista bolchevique, exoficial del ejército zarista, condenado a diez años de campo de reeducación mediante el trabajo por decisión del Consejo de la OGPU de fecha de veinte de marzo de 1934, ORDENA: fusilarlo (Rasstreliat’)”.
Éste es el frío y condensado lenguaje empleado por la troika especial del NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos) para ordenar la ejecución de Vangengheim y de millones de ciudadanos soviéticos durante lo más crudo del estalinismo, lenguaje que se incorpora a la variada y rica textura del trabajo documental y de investigación desplegado por el escritor francés Olivier Rolin (Boulogne-Billancourt, 1947) en El meteorólogo (Libros del Asteroide).
Rolin (La invención del mundo, Tigre de papel, Meroe…), antiguo maoísta, se interesó por Vangenheim al viajar, en 2012, a la islas Islas Solovkí -donde el científico había estado preso-, y acceder a un álbum elaborado por Eleanore, la única hija del meteorólogo, quien, durante su cautiverio, le había enviado cartas con dibujos, herbarios y adivinanzas -reproducidos a color en esta edición de Libros del Asteroide-, en parte destinados a que la niña aprendiera a contar mientras la instruía en ciencias naturales y otras disciplinas.
Cuando Vangenheim fue detenido, en 1934, Eleanore tenía cuatro años. Nunca volvieron a verse. Eleanore, que llegó a ser paleontóloga, se suicidó en 2011. La esposa de Alekséi -no encuentro ahora el dato- había muerto décadas atrás. El rastro de Vangenheim, tras la orden de fusilamiento, se perdió en 1937.
Falazmente acusado de contrarrevolucionario, traidor y boicoteador, Vangenheim era, en el momento de su detención, el meteorólogo más reputado de la Unión Soviética, primer director del Servicio Hidrometeorológico de la URSS y creador de la Oficina del Tiempo. Estaba en posesión de la Orden de Lenin, y todo su empeño era no sólo estudiar y dar fe del clima de su país, sino poner sus conocimientos al servicio dela optimización del desarrollo agrario y económico previsto por las autoridades comunistas.
Porque la gran peculiaridad de Vangenheim -convenientemente explotada en el núcleo dramático del relato de Rolin- fue su bolchevismo a prueba de bomba, su entusiasmo comunista y estalinista que -según ponen de manifiesto las decenas de cartas enviadas a su esposa- no desapareció ni después de ser detenido y confinado. Él pensó casi hasta el último momento que todo lo que le estaba pasando era fruto de un error, de un mal entendido que el gran Stalin -a quien escribió ocho cartas- aclararía.
Recoge el editor un texto de Libération en el que el comentarista emparenta a Rolin con Patrick Deville y Emmanuel Carrère. Cierto. Rolin sigue en El meteorólogo un procedimiento -en la época de la transversalidad de los géneros y de la literatura del yo- muy similar al utilizado por los autores de Ecuatoria (2009) y El adversario (1999).
El cariz novelesco o de gran reportaje literario de El meteorólogo surge de sucesivas capas de tratamiento: la investigación de mesa (archivos, libros, documentos…), la investigación sobre el terreno donde tuvieron lugar los acontecimientos, la crónica en primera persona del investigador de sus estancias en esos lugares y de sus contactos con testigos e intermediarios fiables, su acceso a materiales inéditos…
Todos estos procedimientos, adecuadamente integrados y entreverados, dan lugar en El meteorólogo a un amplísimo fresco narrativo, histórico y ensayístico sobre la URSS estalinista -y su furia aniquilatoria- y la Rusia (y otras repúblicas) de hoy, siempre con el nervio central y la insólita dimensión del personaje de Alekséi FeodósievichVangenheim, cuyas peripecias y relaciones familiares adquieren proporciones tan dramáticas como emotivas, del mismo modo que las descripciones de Rolin de lugares, paisajes, trabajos y personajes alcanzan una plena excelencia literaria.
Si tuviera algo que reprochar al libro de Olivier Rolin, diría, con cautela y confesando mis gustos subjetivos, que no siempre he conectado con el tono desenvuelto y desenfadado de los breves comentarios personales, de su cosecha, que el autor introduce desde el presente de su escritura en el relato.