Pessoa y lo que dice el borracho
Uno teme que los acérrimos y de sobra justificados admiradores del portugués Fernando Pessoa (1888-1935) y sus decenas de heterónimos puedan no aceptar que sus obras de ficción sean inferiores a su producción poética, ensayística y diarística, bien entendido que, como es sabido, la transversalidad y la ausencia de fronteras entre los géneros es la nota básica de la obra literaria del autor de Libro del desasosiego, su“magnum opus”, publicado póstumamente en 1982.
Poco importa aquí tal temor y todavía menos cualquier referencia, en un caso como el suyo –de escritor global o total–, a una posible jerarquía de calidades en su intrincada e interrelacionada obra. Pero quizá sí importe, desde otra perspectiva de abordaje, avisar o recordar a quienes vayan a leer El mendigo y otros cuentos (Acantilado) que, de las doce piezas cortas que componen el volumen, acaso sólo tres o, como mucho, cuatro se atienen al concepto canónico de cuento: narración breve de ficción. Son las que ocupan la parte final del libro: Maridos, El gramófono y El papagayo. Con manga ancha, se podría añadir La perversión de Lontananza y Empresa Suministradora de Mitos S.L. ¡Vaya, ya serían cinco!
En el resto –y, si se quiere también, con la tenue excepción de El peregrino–, lo que prima es el encuentro de un personaje con otro y la inmediata entrega de ambos a un sostenido diálogo, que es el vehículo elegido por Pessoa para dar cabida a sus disquisiciones sobre esto y aquello.
Lo concreta muy bien la editora del libro, Ana María Freitas, nada más iniciar su introducción: “El lector encontrará breves narraciones que giran en torno a un concepto o idea: cuestiones filosóficas, hipótesis metafísicas, observaciones sobre la sociedad de su época o temas de la tradición esotérica”. La única palabra a cuestionar de este resumen –y con las excepciones arriba señaladas– es “narraciones”. La traducción es de Roser Villagrassa.
Sin apenas asomo de argumento y, no digamos, de trama, Pessoa, en esos diálogos o conversaciones, escritos sobre todo en la segunda década del pasado siglo, discurre –en todos los sentidos del término– acerca de asuntos como la naturaleza y el espíritu; Dios; la inteligencia y el instinto; la lógica y la explicación del mundo; la felicidad, la consciencia y la ignorancia; lo real, lo irreal y lo soñado; el saber; la injusticia; lo vivido y lo imaginado; el placer; la libertad, el trabajo y el ocio; los mitos; las certezas, las dudas y otros temas arracimados junto a éstos.
Planteando sofismas, contradicciones y paradojas, reflexionando en los límites de la razón y los razonamientos, Pessoa transmite un enorme caudal de ideas sugerentes e inesperadas, que no pocas veces adquieren la fulgurante condición de la sentencia, la máxima y el aforismo. En El eremita de Serra Negra ensaya, incluso, un listado de recomendaciones para una vida más llevadera.
Junto a la potencia intelectual indagadora, brilla la alta condición estética de una prosa reversible en poesía, formando lo expresado y su expresión un magnífico botín para el afán acaparador del lector, que no desdeñará las ráfagas de un no tan escondido humor (¿siniestro?) de Pessoa, quien, como tantas veces, parece moverse entre la bipolaridad del vitalismo y del abatimiento. Por no hablar de la negra visión –y hoy muy “incorrecta”– con la que Pessoa contempla las relaciones conyugales y a la mujer en Maridos y El papagayo.
Escribe Pessoa, en boca de un borracho: “La inteligencia, el raciocinio y el arte perjudican el progreso humano, hacen incompatible el progreso con la felicidad, incluso terminan por acabar con ambos, porque el ente sano debe ser feliz y asimismo desarrollarse. En las épocas de decadencia es cuando más florece la inteligencia, el amor al arte, a la belleza, a la verdad. Y cuando el hombre empieza a amar la verdad, llega el momento de los bárbaros”.
Sería interesante establecer un listado de cuantos han utilizado la inteligencia, la razón y el arte para negar o poner en cuestión la utilidad de la inteligencia, la razón y el arte. ¿Quién hablaba, Pessoa o el borracho?