'Titans' o el día que DC cantó bingo
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En la batalla por el dominio del entretenimiento mundial que lidian Marvel y DC, la factoría que dio luz a Batman va unos cuantos cuerpos por detrás de los hijos de Stan Lee. En lo económico, pero también en lo cualitativo. Evitemos, no obstante, abrazar conclusiones maximalistas. Partamos de una evidencia: vivimos en una era de hiperinflación superheroica y, por más que los resultados de taquilla avalen la estrategia de ‘La casa de las ideas’, deberíamos convenir que, el nivel medio de las producciones Marvel es cada vez peor. La nominación de Black Panther a los Oscar solo habla de la popularidad alcanzada por el género y de que tocar según qué temas es garantía de nominación (analicemos la calidad de los títulos con el racismo o las cuestiones étnicas como tema principal después del movimiento #osacarsoblack) y si no, además del film de Ryan Coogler, ahí está la mediocre Green Book para refrendar esa hipótesis. Salvo honrosas excepciones (Los guardianes de la galaxia de James Gunn) y momentos puntuales de algunos títulos (el final de Infinity War, la descreída Thor Ragnarok o la solvencia del Ant-Man de Peyton Reed), la bestia conocida como Marvel Cinematic Universe empieza a tambalearse en todas sus vertientes. Lo mismo sucede con su producción serial. Después del boom que supusieron los estrenos de Daredevil, Jessica Jones, Luke Cage, Iron Fist o The Defenders, hemos asistido a su cancelación casi simultánea. Tras la ruptura Marvel (o sea, Disney)/Netflix solo The Punisher no ha sido oficialmente retirada (su segunda temporada se estrenó el pasado 18 de enero y la comentaremos en breve) y aunque la tercera entrega de Daredevil mantuvo el nivel de las temporadas precedentes, el resto de héroes fueron víctimas de un desahucio creativo que los ha llevado a su liquidación.
En DC las cosas no han ido mucho mejor. Sus largometrajes -a falta de ver Aquaman- se debaten entre la megalomanía kitsch (de El hombre de acero a Batman Vs Superman) o los ejercicios de corrección en busca de una identidad amable que pueda ser asumida por el gran público (Wonder Woman, La liga de la justicia). Después está Escuadrón suicida que, en realidad, era una incitación al homicidio de todos los directivos de la compañía que leyeron ese guion y se dijeron que aquello iba a quedar fetén. Lástima que Jason Momoa no les metiera un guantazo con la mano abierta a tiempo. En televisión, la entente con The CW supuso la aparición de Arrow y el llamado ‘Arrowverse’ en el que también se incluyen Flash, Supergirl y DC Legends of Tomorrow o Black Lightning: reconozco que su enfoque adolescente y esos continuos crossovers tenían su gracia… hasta que pasas de la cuarta temporada y tienes la sensación de haber estado tres meses masticando un chicle con los ojos.
Sin esperar nada ni de unos ni de otros, confirmando con breves visionados que ni Gotham mejoraba (a Krypton ni llegué) ni Runaways o Cloak & Dagger aportaban nada nuevo, fui abandonando la serialidad superheroica (solo la tercera de Daredevil y The Punisher han contando con mi atención). Pero, de repente, en este recién estrenado 2019 Netflix incluyó en su catálogo Titans, teleserie creada por el sospechoso habitual Greg Berlanti (Arrow), el veterano guionista Akiva Goldsman (El cliente, Batman y Robin, Una mente maravillosa… un currículum que hoy no debería servir ni para obtener un puesto en la sección de necrológicas) y un hombre de la casa como Geoff Johns (Blade: The Series, Smalville, Aquaman). Producida por DC y Warner Television, Titans, que llegó a nuestras pantallas el pasado día 19, es una sorpresa por no pocos motivos. No voy a entrar en un debate en el que me falta información y ponerme a discutir sobre si esta adaptación guarda algún parecido razonable con los cómics originales o con los firmados en los 80 por Marv Wolfman y George Pérez (no los he leído, así que sería como ponerme a discutir de moral con Ana Rosa Quintana). Así pues, no queda otra que centrarnos en los valores estrictamente cinematogr… esto, audiovisuales, de la serie.
El principal protagonista de Titans es Dick Grayson (Brenton Thwaites), es decir, Robin. Solo que el joven escudero del hombre murciélago ha abandonado a su mentor, cada vez más violento, más oscuro, y ahora se dedica a combatir el crimen vistiendo placa y uniforme en lugar de mallas (aunque a veces su pasión por el cosplay le pueda y se ajuste el antifaz para repartir mamporros no incluidos en los manuales de la urbanidad y las buenas costumbres). La súbita aparición de Rachel Roth (Teagan Croft), una joven que arrastra una maldición en forma de superpoder destructivo (tipo mirada de Risto Mejide), provocará la creación de un improvisado grupo de inadaptados cuya única misión no es otra que salvaguardar a la chica posteriormente conocida como Raven mientras tratan de averiguar qué consecuencias pueden traer sus habilidades. Junto a Robin y la citada adolescente, están la desmemoriada Koriand’r (Anna Diop), cuya llamativa apariencia concuerda con su talento para encender los ánimos… y lo que se ponga por delante (Starfire es su alias), y Gar Logan (Ray Potter), que puede recomponer su ADN y convertirse en un tigre (pareja y mascota al mismo tiempo, un chollazo).
El primer episodio, ‘Titans’, dirigido por Brad Anderson (Session 9, El maquinista), marca el ritmo y el tono de una serie capaz de meter el acelerador y brindarnos secuencias de acción de una violencia exacerbada para, súbitamente, meter el freno y dejar que los personajes se expliquen. Es como si Batman y el Joker se turnaran al volante del Batmovil, solo que los creadores son conscientes de las prestaciones del cacharro y de que, una vez iniciada la carrera, hay que seguir hasta el final. Y Titans es sumamente coherente con el nivel de riesgo que plantea. Lo es tanto que no teme dedicar capítulos enteros a personajes accesorios a la trama principal y, prácticamente, liquidarlos al final de ese episodio. Estamos ante una serie radicalmente digresiva, tanto que el capítulo final funciona, aparentemente, como historia independiente para luego devolvernos al argumento matriz. Esos tours de force narrativos ni son habituales ni suelen ejecutarse con solvencia: bendita excepción.
Esas dos velocidades también guardan relación con la construcción de unos personajes que, no por estar previa e históricamente codificados, caen en el arquetipo. La teleficción incluida en el catálogo del megalodón del streaming se esfuerza por descubrir qué hay detrás de la máscara del héroe y lo que encontramos no es demasiado reconfortante. La pulsión asesina de Dick Grayson y de su relevo al lado de Bruce Wayne, Jason Todd (Curran Walters) -¿acaso los superhéroes no son unos psicópatas tolerados por la sociedad? ¿Un mal menor?-, el descubrimiento del dudoso arte del homicidio por parte de Gar y las consecuencias de índole moral que ello conlleva; la recuperación de la memoria de Koriand’r que conlleva el cumplimiento de una misión que va en contra de lo que ha expresado hasta ese momento o la perniciosa influencia que suponen los superhéroes para personas necesitadas de justicia como Hank Hall (Alan Ritchson) y su hermano Donnie (Elliot Knight), que imitan a sus ejemplos apaleando a un presunto pederasta (y grabándolo, en una secuencia que establece una interesante e inesperada rima con el arranque de Glass (M. Night Shyamalan, 2018), cierre de la mejor trilogía sobre los tipos con habilidades jamás filmada). Sucede que en la teleserie de la Warner esta dualidad no solo está presente en la parte escritural, también queda reflejada por una puesta en escena que revela una clarísima intención en la planificación. El episodio sexto (‘Jason Todd’) y el arranque del séptimo (‘Asylum’), situados en un piso seguro propiedad de Bruce Wayne en el que los jóvenes héroes se refugian, son paradigmáticos. La realizadora Carol Banker se sirve de cristales y espejos y de la arquitectura de la vivienda para enfrentar a los personajes consigo mismos: de hecho, cuando Dick Grayson está interrogando al Doctor Adamson (Reed Birney) no vemos la cara del reo sino a Robin enfrentándose a sí mismo, a sus miedos y a su violencia casi patológica. Casi todas las secuencias de interiores ambientadas en este apartamento o en la casa de los Roth insisten en la situación de encierro que vive este grupo de huidos sin lugar adonde ir, chicos y chicas que ni siquiera pueden estar a solas, puesto que sus fantasmas interiores siempre están al acecho. La fotografía oscura -sobre todo en el episodio final- y las composiciones visuales que mezclan claustrofobia e inestabilidad son fiel relejo de las torturadas almas de los protagonistas.
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Decíamos que la serie es, por momentos, extremadamente violenta, lejos de la blancura de las producciones CW y más próxima a la crudeza de The Punisher, algo extraño para un producto teen (no lo olvidemos). Sin embargo, esa violencia física no es más que el correlato de abusos y vejaciones precedentes. El asesinato de los padres de Dick, las violaciones a Hank cuando era niño o el abandono de Rachel por parte de su padre son el germen de una violencia íntima que se propugna pero que también afecta a quienes la practican. De hecho, Titans es, a su manera, un tratado sobre la familia como caldo de cultivo del mal: los asesinos enviados para acabar con los prófugos son una familia modelo -construida artificialmente siguiendo el libro de instrucciones de la sociedad conservadora- hipervitaminada y los padres de Rachel están dispuestos a sacrificar a su hija en beneficio propio. La figura paterna, representada por ese Bruce Wayne en la sombra, también sale malparada: un hombre que lo tiene todo pero que es incapaz de proporcionar lo que un crío necesita -todo el ‘asunto Batman’ tiene un peso importantísimo que gana en trascendencia, precisamente, por estar permanentemente sugerido (y apenas mostrado). Frente a esa familia tipo que trae más calamidades que la parrilla matinal de Antena 3 y Tele5 juntos, está la otra, la que se inventan nuestros confundidos superhéroes o la que propone -en otro capítulo/digresión- la conocida como ‘Doom Patrol’ que se nos presenta en el episodio cuarto, una asociación de outsiders que ha hecho de la aceptación de lo diferente su principal mandamiento para lograr una feliz convivencia (habrá serie sobre ellos, por cierto).
Además de hablar, a su manera, sobre la familia, Titans toca de manera sutil cuestiones relacionadas con el feminismo. Es probable que no sea casual que haya cuatro directoras, dos guionistas y cuatro productoras en los créditos de un equipo en el que, también es cierto, sigue habiendo mayoría masculina. Aun así, que aparezcan casos de violencia de género, que Donna Troy/Wander Girl corrija continuamente a Dick o que Dawn (Minka Kelly… Friday Night Lights, qué recuerdos) en la discusión sobre de qué color pintan el cuarto del futuro bebé, le espete a Dick “será que no vamos a tener un humano?” cuando este sugiere que la habitación ha de ir decorada en función del sexo del niño, son señales de otra veta a explotar por una serie que termina con un cliffhanger de aúpa -ojo a la escena post-créditos- y que en sus primeros 11 capítulos no ha podido tener mejor presentación. Si les va el cosplay, la violencia seca como la mejor ginebra y los adolescentes torturados, Titans os espera.