El deseo y el placer urgentes, la fractura y la crisis del amor con su secuela de traiciones, mentiras, huidas y desapariciones o la ambivalencia, extrañeza y ambigüedad de la identidad, de lo real y de la imagen propia y ajena son algunos de los asuntos de los que trata, en conexión con los procesos de creación artística (fotografía, literatura…), Ciudades en las que un día naufragamos (Talentura), la última y excepcional novela corta de Amparo Serrano de Haro, también profesora universitaria y ensayista, que debutó en la ficción en Debate con Mujeres de mármol (1999) y Nocturno de Nueva York (2002) y firma como Ara de Haro.
La excepcionalidad, más allá de su excelente escritura, viene dada por su carácter insular dentro de la literatura española de hoy, tanto si contemplamos el panorama general como si acotamos el campo de las novelas escritas por mujeres y que se ocupan de mujeres. Hay en ella un cosmopolitismo —y no sólo en los escenarios— y, sobre todo, una independencia y libertad de pensamiento que no son nada frecuentes.
Tampoco lo son las variadas fuentes literarias —ninguna atribuible a la tradición española— que alimentan Ciudades en las que un día naufragamos, en la que pueden detectarse desde rasgos de la literatura femenina anglosajona —la ya clásica y la modernista— a emanaciones de ciertos escritores mundanos del siglo XX —Somerset Maugham y Scott Fitzgerald, tan distintos, aparecen citados en el libro, no por casualidad—, unas y otros vinculados a relatos sobre el tránsito y la transformación en mundos desahogados, burbujeantes e inestables. En esta fusión, y pese a la personalidad eminentemente literaria de la novela, no estaría ausente una reverberación de cierto imaginario cinematográfico.
Ciudades en las que un día naufragamos —no se olvide, claro, el concepto de naufragio y de rescate personal— se construye, en tiempo actual, sobre tres escenarios —Nueva York, Fiesole (Italia) y París— y tres tiempos sucesivos, teniendo el tercero —en el que se produce un salto al pasado— una cualidad, más que conclusiva —que también, aunque hasta cierto punto—, recopilatoria y esclarecedora. Esclarecedora, dentro de lo que cabe, a tono con la filosofía del libro, porque, dentro de una narración que da un giro de género —espionaje, crimen, KGB—, aparece una fotografía inesperada que abre un hueco, de nuevo, a lo desconocido. En este tramo —y puede ser cosa mía— he pensado en Las babas del diablo, el cuento de Julio Cortázar, y en su versión cinematográfica, Blow-up (Michaelangelo Antonioni), pero, pese a ciertos ingredientes comunes a la película y a esta novela, quizá se trate de una ocasional coincidencia.
Los tres capítulos tienen continuidad inexorable, es decir, carecen de autonomía, pero eso no quita para que formen un tríptico en el que cada una de las tres partes, unidas por el argumento, la trama, el estilo de la escritora y el sentido, tiene su propia respiración. El personaje que hila la novela es Michael, un fotógrafo de moda, quien en Nueva York tiene un encuentro sexual con Estrella, una modelo española; en Fiesole, junto a Florencia, se enfrenta a su matrimonio en bancarrota con Linda, antes modelo de profesión y madre de sus hijos y, por último, tiempo después, acepta en París, mientras ha comenzado a escribir una novela, un extraño encargo —acabará incluyendo un trabajo fotográfico— que le hace Julie, jefa de Estrella y antigua amante de Michael en Nueva York. Hay otros personajes importantes, especialmente los padres de Julie —con una misteriosa historia—, pero los mencionados son los mimbres esenciales de una trama que tanto en su línea troncal como en sus ramificaciones explora los terrenos del amor, el sexo y la muerte.
Ara de Haro, con un estilo elegante y fluido, con párrafos breves —muchas veces, de una sola línea—, no sólo dirige el argumento como una flecha bien lanzada, sino que, sin renunciar al lenguaje poético y a dotar a la acción de una gran consistencia plástica y física —el cuerpo es muy relevante—, encuentra ocasión para realizar muy certeros sondeos psicológicos e introspectivos, reflexionar con enorme perspicacia sobre la pareja, el amor y el sexo e incluir personales consideraciones sobre la creación novelesca.
Después de haber escrito que Michael “ya no sabía encontrar las palabras para hacerla feliz sin mentir” (a Linda, su mujer), Ara de Haro describe así la encrucijada crítica del matrimonio: “Habían dejado de mirarse o de escucharse, vivían juntos, pero de espaldas, el uno contra el otro, afirmándose en conseguir rendimientos de un amor que había dejado de bastarse a sí mismo. Ahora ambos se exigían mutuamente una atención que, sin embargo, ninguno de los dos estaba dispuesto a entregar. Estaban en esa etapa de la pareja en que el amor ya no era un sentimiento, intangible y libre, sino una propiedad común conflictiva sobre la que existían litigios e hipotecas, por la que se exigían pagos y deudas”.
Del amor que se basta a sí mismo al que ya sólo es una propiedad común conflictiva a la que se siguen buscando rendimientos… Es una buena descripción del itinerario que lleva a la crisis y de la crisis misma de una pareja, una de las muy abundantes y atinadas observaciones contenidas en Ciudades en las que un día naufragamos, doble síntoma de una madurez literaria y personal.