La línea de sombra de Andrés Iniesta
En el documental 'El héroe inesperado' el jugador recorre sus momentos de gloria y sus hundimientos
Hay un detalle en la jugada del gol de Iniesta de la final de Sudáfrica que se suele pasar por alto. Nos centramos en la resolución en el área, cuando empala el balón para clavarlo en la red tras recibir la asistencia de Cesc. Pero hay que remontarse un poco antes para degustar un destello de maestría del jugador albaceteño. Me refiero al toque de espuela que le da él primero a Cesc para que este, ya de cara en el centro del campo, arme en ventaja el contrataque que condujo al delirio de un país por entonces muy tocado anímicamente por la crisis financiera. A quien no se le olvida es a Xavi. Lo consigna cuando se aborda este momento histórico en El héroe inesperado y muchos de sus protagonistas (Del Bosque, Torres, Busquets, Ramos…) ofrecen su versión de los hechos. Xavi lo pone como ejemplo perfecto de quién fue Iniesta como futbolista, capaz de sacarse de la chistera esa filigrana en los compases postreros de una final de la Copa del Mundo. Temple y magia.
En torno a esos dos conceptos, concentrados en las botas del ocho azulgrana, gira precisamente la batería de elogios con los que arranca el documental, que puede verse gratuitamente en Rakuten TV. Guardiola lo llama torero por esa capacidad de esperar al contrario hasta el último instante para burlarle con una finta. Luis Enrique le llama directamente Harry Potter, porque siempre guardaba un truco para salir airoso de cualquier presión que lo encerrase en un espacio mínimo (“Tenía cuatro ojos, dos delante y dos detrás”). Santiago Segurola afirma que no ha visto nunca a nadie bailar en una cancha de fútbol como a él. Neymar recuerda la confianza que le aportaba: sabía que cuando se fuese corriendo a la zona de definición Iniesta le pondría la pelota en el milímetro exacto en que la necesitaba. Piqué alude a sus cambios de ritmo que hacían casi imposible rebañarle el balón.
Pero detrás de tanta excelencia y tantos momentos triunfales, que jalonaron una de las carreras más exitosas del fútbol nacional, hay una historia más oscura. Iniesta tuvo que cruzar la línea de sombra conradiana demasiado pronto y eso, como él reconoce, le hizo pagar un peaje muy alto. Con sólo 12 años fue arrancado de su hábitat para ser trasplantado en La Masía, la cantera del Barça, cuyos ojeadores (como los del Madrid y los del Atleti) se habían quedado prendados de su talento. Tuvo que dejar su pequeño pueblo albaceteño (Fuentealbilla) para asentarse en una macrourbe como Barcelona, donde no conocía a nadie. Y sin adaptación progresiva. Sus padres lo llevaron por la mañana con la idea de que la visita consistía en un tanteo previo pero el responsable de la escuela les dijo que esa noche ya tenía que dormir allí. Empezaban unos meses terribles para un muchacho que se marchitaba sin su gente alrededor.
Provoca ciertos escrúpulos el testimonio del padre, que reconoce que su hijo no quería ir y que, finalmente, accedió a realizar aquel viaje incierto por no decepcionarle. Es una vieja historia: la ilusión del progenitor se convierte en un tormento para el vástago. La personalidad de Iniesta, sencilla y humilde, casa muy bien con la vida pueblerina. Esto dificultó todavía más la asimilación del nuevo contexto. Su padre se acabó arrepintiendo. En la habitación del hotel le faltaba el oxígeno y casi se vuelve a por él. Le paró los pies su madre, que impuso la sensatez: “Dale una oportunidad. ¿Lo traes aquí y ahora coges y te lo llevas? Vamos a darle un tiempo. Si él no está bien, nos lo llevamos”. Iniesta lloró muchas noches pero aguantó. Jugar al fútbol, expresarse a través de él, le sacó a flote. Pero aquel desgarro dejó huella en su psique.
En 2009 obró otro de los monumentos de su trayectoria, conocido como el 'Iniestazo'. O sea, su chicharro por la escuadra al Chelsea que metía, en el descuento, al Barça en la final de la Champions. Un gol, por cierto, que disparó la natalidad en la ciudad condal: nueve meses después hubo un registro de alumbramientos muy superior a la media. Otro dato para calibrar la influencia del fútbol en la sociedad contemporánea. El protagonista de la gesta, sin embargo, se rompió doblemente. Músculos y mente. Su psicóloga apunta en el documental que, precisamente, estaba sufriendo una patología muy similar al posparto. Algo que les ocurre a los deportistas de élite tras tocar el cielo. A todos esos factores adversos se añadió un suceso traumático: la muerte fulminante de su amigo Dani Jarque. A partir de ahí, caída libre hasta el abismo. Sensaciones terribles, como la de sentir que se le había olvidado jugar al fútbol.
Tuvo que ser un infierno. Su madre hace una confesión que conmueve. Su Andrés, ese chavalín que tuvo que hacerse hombre precipitadamente, le preguntaba si podía meterse en la cama a su lado. El gesto de ella al revivirlo lo dice todo. La ansiedad le comía y allí, en ese hueco entre las sábanas, era el último lugar donde podía sentirse seguro. Tenía 25 años pero volvía a ser un niño pidiendo auxilio. El gigante de Stamford Bridge tenía los pies de barro. Había quemado etapas demasiado rápido y los cimientos de su personalidad no eran del todo sólidos. Complicó su recuperación el hermetismo con que manejó la crisis. Si ya era reservado antes, más lo fue cuando perdió la confianza en sí mismo. Confiesa Piqué que por ese motivo sus compañeros tardaron en darse cuenta de que no estaba bien. Pero en cuanto se percataron hicieron piña en torno a él, con Guardiola el primero en el esfuerzo de rescatarle.
Porque a Iniesta se le quiere mucho. Lógicamente este tipo de documental no va a dar voz a sus detractores pero es que, seguramente, cueste mucho encontrarlos si se buscan. No parece que haya dejado enemigos en el camino. En el Bernabéu, el templo del viejo rival, se le ha aplaudido mucho, lo que da idea de la adhesión unánime que generó su actitud y su juego. Podría pensarse que en esto ayudó también su introversión y su escasa locuacidad. Ya sabemos: si callas, eludes muchos problemas. Pero Torres aporta un detalle interesante al respecto: “Si tenía que decirte algo que no te iba a gustar, te lo decía”. Una prueba de que no es un tipo timorato o acomodaticio. El delantero atlético lo expresa en sentido positivo: un auténtico amigo debe decirte la verdad aunque te incomode y tense la relación. Todos los suyos pelearon por sacarle del dique seco. También su muje, Anna Ortiz, entonces su novia, con la que hoy disfruta de su ‘retiro’ en Japón, acompañados de sus cuatro hijos (el documental ofrece muchos ángulos de su vida familiar en tierra niponas, donde pueden pasear por la calle sin ser asediados).
Poco a poco volvió por sus fueros y una temporada que había comenzado en las catacumbas acabó en el olimpo, con la corona de laurel sobre su cabeza. Qué se le puede reprochar hoy al padre del ilusionista después de la sobredosis de emoción que nos regaló en Johannesburgo aquel 11 de julio. Quizá el camino hasta esa jornada gloriosa no podría haberse recorrido por ninguna otra ruta alternativa. El destino lo quiso así. El pase de Cesc llega fuerte y botando. Iniesta la controla pero el balón se eleva un poco más de lo deseado, porque hasta que baje (décimas de segundo eternas) el defensa holandés puede meter la pierna y desbaratar la ocasión. Pero él calcula que hay margen para dejarla botar incluso y sacudirle acto seguido un derechazo cruzado con el alma. “¡Iniesta de mi vida!”, gritaba Camacho desaforado desde su posición de comentarista mientras él corría hacia el córner mostrando la dedicatoria inscrita en su camiseta interior: “Dani Jarque siempre con nosotros”. Qué estallido de alegría en ese momento y qué felicidad al día siguiente, al despertar, cuando tras el reseteo habitual de cada mañana que permite cobrar conciencia rápida de quién eres, dónde estás, qué haces en la vida..., se sumó otro dato más: España había ganado la Copa del Mundo la noche anterior. Joder, qué grande.