Videoarte a la carta (I)
3 mayo, 2011
02:00
¿Por qué hay, todavía, tan pocos vídeos artísticos disponibles para su visionado online? Los pioneros del vídeo pensaron que sería el formato que posibilitaría el acceso universal al arte, a través de la televisión. Ahora que - muerta la televisión para la cultura- la banda ancha se ha popularizado sería el momento de que ese anhelo se hiciera realidad. Pero mientras que en otras formas de creación, cine y música, se trabaja para hacer compatibles los derechos de propiedad intelectual y la distribución masiva, en el videoarte no se está reaccionando de la misma manera. Es verdad que no contamos en las artes visuales con un número de consumidores comparable al de esos otros contenidos culturales pero, como hemos comprobado en los museos y centros de arte contemporáneo, la oferta favorece la demanda. Ya hay muchísimos internautas que visitan las innumerables webs de museos y galerías; el videoarte escasea y es difícil de encontrar.
El mercado del arte ha impuesto unas férreas limitaciones a la reproductibilidad infinita de las obras de arte digitales, sobre todo a la fotografía y al vídeo. Evidentemente, el artista debe tener una compensación económica por su trabajo, y la venta a través de ediciones cortas, en galerías de arte, ha parecido hasta ahora el método más adecuado. El pirateo que hace estragos en otros ámbitos tiene poco futuro en éste. Muy pocas personas pueden comprar obras de videoarte; el mercado es comparativamente mínimo. Es verdad que el surgimiento, hace ya varias décadas, de las distribuidoras que alquilan obras de videoarte, o producen ediciones muy grandes o ilimitadas con precios lógicamente más asequibles podría haber posibilitado el intercambio o las descargas ilegales. Pero la realidad es que muy poca gente, más allá de los museos o centros de arte, debe alquilar los vídeos artísticos, porque lo que suele rodar por Internet no son copias de las copias legales sino vídeos realizados con los teléfonos móviles o malas cámaras en las salas de exposiciones. El modelo de la distribuidora, suponiendo un avance, resulta poco operativo en el contexto actual. Y no digamos en el del futuro próximo.
Ninguno de los medios de comercialización y difusión debería ser excluyente. Que una colección institucional o privada adquiera un vídeo, sea ejemplar único o parte de una edición, no impide que la misma obra se difunda en Internet. La calidad de las imágenes proyectadas cuando se cuenta con los mejores medios técnicos, la interacción espacial, el sonido... son aspectos de la experiencia que se pierden en el visionado online. Mucho más cuando se trata de una videoinstalación. No es posible descargar de una web un vídeo y hacerlo pasar por "original": ni tiene la calidad ni la certificación que acompaña a toda copia autorizada por el artista.
En España, se creó hace unos años Hamaca, una plataforma de distribución comercial -pero sin ánimo de lucro- de vídeo puesta en marcha por la asociación catalana de artistas visuales (AAVC) y dirigida por YProductions. Las obras del catálogo han sido escogidas por un comité de selección integrado por Susana Blas, Eugeni Bonet, Juan Guardiola, Esther Regueira, Fito Rodríguez, Jorge Luís Marzo, Lola Dopico y Virginia Vilaplana. No está muy actualizado, en el sentido de que buena parte de las obras que se ofertan son algo antiguas, e ignoro si resulta rentable en su actividad de alquiler y venta, pero cumple una función de difusión importante. No sólo por las fichas en las que se dan explicaciones sobre cada una de las obras sino también por la posibilidad de ver íntegramente, aunque en una pantalla bastante pequeña, 380 de los vídeos catalogados. (Se accede a éstos en la página de entrada, en el cuadro de “Palabras clave”). Los vídeos que no permiten el visionado íntegro gratuito pueden verse mediante pago de bonos algo caros: 5€ al día, 50€ al mes o 500€ al año. Si se compara con las tarifas, por ejemplo, de Spotify para escuchar música: 5€ al mes sin publicidad y 10€ al mes con extras como descargar la música en el móvil, no resulta muy competitivo.
¿Por qué no crear una plataforma de difusión en streaming que incluyese publicidad, como las ya existentes para la música? A mí no me importaría tragarme algunos anuncios si eso me permite visionar vídeos de artistas que me interesan. Y encontrarlos fácilmente, como nos ofrecen las páginas de música, sin pasar horas buscando aquí y allá. La idea no gustaría inicialmente a los artistas pero si resultara rentable tal vez se haría más aceptable. ¿Y por qué no vender, a precio iTunes o poco más, obras de videoarte en baja resolución, sólo aptas para ver en el ordenador ni siquiera a pantalla completa, para diferenciarlas perfectamente de las copias de calidad? Yo me compraría unas cuantas.
Las distribuidoras, que venden o alquilan los vídeos, suelen mostrar sólo fragmentos de los mismos. Electronic Arts Intermix, quizá la más potente de todas, desvela sólo un still. Pero algunas de ellas se están replanteando esta política. Uno de los archivos más importantes, el Netherlands Media Art Institute, que existe desde 1978 y gestiona, además de su colección, las de De Appel Foundation, el Lijnbaan Center de Rotterdam, el Netherlands Institute for Cultural heritage (ICN), el Groninger Museum y el Kröller Müller Museum, está en estos momentos consultando a los artistas a los que representa si autorizan la visualización íntegra de sus obras, en baja calidad y con una marca de agua. Busca también nuevas formas de comercialización.
(Continuará)