Y tú que lo veas

Lady Gaga en Versalles

22 junio, 2012 02:00

La nueva ministra de Cultura francesa, Aurélie Filipetti, se estrenó ante el mundo del arte el pasado lunes en la inauguración de la intervención de la artista portuguesa Joana Vasconcelos en el palacio de Versalles. En sus declaraciones a los periodistas invitados, tras observar que el helicóptero de plumas rosas instalado en la Sala de 1830 podría ser de Lady Gaga, afirmó que el conjunto de obras planteaba “una reflexión sobre el lugar de las mujeres en el entorno del poder absoluto”. Hay, desde luego, algo de eso pero el meollo de la cuestión es otro. La censura -siempre tan mediática- por parte de Catherine Pégard, presidenta del Château de Versailles, de La novia, la famosa lámpara colgante realizada con tampones que se expuso en la Bienal de Venecia, desvía aún más la atención hacia la vertiente feminista del proyecto. Éste se comprende mejor en todas sus facetas cuando se considera como operación de marketing orquestada por los gestores del palacio, que ya obtuvieron un gran éxito de difusión y visitantes con dos de las exposiciones anteriores de este programa que, cada verano, desde 2008, presta el palacio a la fantasía de un artista actual: las de Jeff Koons (2008) y Takashi Murakami (2010). También han intervenido en el palacio Xavier Veilhan (2009) y Bernar Venet (2011), pero apenas nos hemos enterado.



¿Cuál es la diferencia? Ni hace falta decirlo: a los medios les interesa el arte más fácil, vistoso, caro... que es además sumamente decorativo. Tiene todo el sentido: Versalles es el epítome de lo ornamental. Sí, todo tiene allí un sentido político, en glorificación del Rey Sol, pero es también un gigantesco escenario en el que se manifiestan el exceso, el capricho y la ostentación. Koons, Murakami y Vasconcelos son artistas favoritos del “poder absoluto” actual, el de la clase dominante de las grandes fortunas. Sus obras se venden en las subastas a precios absurdos y están en las colecciones de los empresarios y los especuladores más influyentes en el mercado del arte. ¿Hasta qué punto puede la obra de estos y otros artistas desvincularse del entorno “cortesano” en el se distribuye y en el que tal vez ellos mismos acaban moviéndose? Seguro que es posible pero debe ser difícil e infrecuente.



Los tres son empresarios del arte, que emplean a una caterva de asistentes. Vasconcelos tuvo en su taller de Lisboa a treinta personas trabajando durante un año y medio en las obras instaladas en Versalles, trasladadas desde allí en siete camiones . En eso, no es diferente de los pintores que en el Barroco decoraban galerías y bóvedas. Y eso que sólo ha realizado para la ocasión la mitad de las piezas, instaladas todas con gran acierto en espacios interiores y exteriores. No se puede decir que las obras sean de una gran importancia artística pero, la verdad, funcionan de maravilla. Tienen el tamaño requerido para enfrentarse a las dimensiones palaciales y aportar un toque, como se ha repetido, muy a lo María Antonieta de Sofía Coppola, que se complementa a la perfección con la representación histórica y política del programa constructivo y decorativo. La utilización de elementos cotidianos como ollas de acero o cubiertos de plástico tiene su lógica visual y, sin los tampones, el conjunto ya sólo podrá escandalizar a quienes estén deseando escandalizarse.

En fin, algo ligero y simpático.






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