Ayer por la tarde el artista Curro González ofreció una visita guiada a su exposición en la Galería Rafael Ortiz de Sevilla. Al hilo de ello, me gustaría hacer una breve reflexión sobre las cambiantes relaciones entre las galerías de arte y el público. No me refiero a los clientes sino a las personas que sólo van a ver, incluyendo a profesionales y aficionados. Si frecuentan las galerías habrán notado que, con excepciones –artistas más conocidos o con tirón mediático-, suele haber poca gente visitando las exposiciones. Pero si van el día de la inauguración, especialmente ahora que en varias ciudades los galeristas se han puesto de acuerdo para hacer aperturas conjuntas, no sólo para iniciar la temporada sino en el transcurso de la misma, se encontrarán con muchísimos visitantes. La fórmula de la inauguración simultánea ha demostrado su éxito de convocatoria pero no sé si consigue llevar a las galerías muchas más personas de las que ya son las habituales. Porque hablamos exactamente de eso, de “hábitos”. En otros ámbitos creativos se usa la expresión “hábitos de consumo cultural”, que no sería aquí la más apropiada. Ni siquiera “ocio cultural” se ajusta bien a la actividad, pues creo que casi nadie va a las galerías a pasar el rato sino a conocer la obra de un artista. Según la última Encuesta de hábitos y prácticas culturales (2010-2011), el 57% de los consultados nunca o casi nunca habían pisado una galería de arte y sólo un 13% había entrado en alguna en el último año. En el segmento de encuestados con estudios universitarios el nivel ascendía a un 31,6%. La verdad es que no sé si creérmelo, aunque me encantaría que fuera verdad. Es sospechoso que, en la distribución por comunidades autónomas, los mejores resultados para la opción “Ha visitado en el último año” sean para Canarias (donde hay algunas galerías, pero pocas) y en La Rioja, donde, que yo sepa, no hay ninguna que se dedique a lo que llamamos arte contemporáneo. Pero, poniendo que podamos fiarnos más o menos de los resultados, presten atención a este dato: el 7,7% de quienes habían ido al menos una vez a una galería en el último año lo hicieron por motivos profesionales o de estudio, mientras que el 92,3% fueron por “ocio o entretenimiento” (podían haber añadido “para aprender algo”). Podemos deducir que existe un amplio público potencial al que cabría trabajarse. ¿Y para que querría un galerista atraer público? Obviamente, la galería es un comercio que debe obtener beneficios, en provecho propio y de los artistas que representa. Pero es más. Y por eso merece el apoyo de las administraciones públicas, al igual –aunque sea en distinta medida- que otras iniciativas culturales que no tienen ánimo de lucro. Ningún galerista está obligado a atender al visitante; podría incluso tener la puerta cerrada. Pero, si es listo, lo hará. Y vemos que algunos han entendido esa conveniencia. En Barcelona se han instalado unos postes señalizadores ante las galerías, centros y museos que se han querido adherir al Circuit d’Art Contemporani, que incluyen códigos QR con informaciones, para fomentar el acercamiento de ese público potencial. No es tarea de la galería subsanar las deficiencias de la formación artística de la ciudadanía pero, puesto que vende un producto hacia el que muchos no han desarrollado una sensibilidad, porque no les han dado las herramientas para hacerlo, tendrá que “promocionarlo”. Y no sólo para ampliar la cartera de clientes, que ha caído en picado en nuestro país, sino también para contribuir a crear un interés y un aprecio en los contribuyentes, que pueda redundar en la obtención de la etiqueta de “utilidad pública” para estos establecimientos, suavizando de paso la lacra del elitismo. Antes, en las galerías no había un mal papel para explicar mínimamente quién era el artista que exponía. Ahora casi todas disponen de información adicional al alcance del visitante. Y suele haber personal dispuesto a contestar a las preguntas. Se acabaron los floreros: a menudo tenemos en la puerta de las galerías a jóvenes artistas, comisarios o licenciados en humanidades, que saben muy bien lo que dicen. Se organizan actividades: charlas, conversaciones, performances, presentaciones de libros, talleres… Es cierto que suelen dirigirse a un público “iniciado”, con el objetivo de crear tejido artístico, o de fortalecerlo, pero hay de todo, y también, como veíamos, visitas guiadas. (O un modelo que me gusta bastante menos: el que asocia la visita a galerías con la gastronomía, los vinos, etc.) Nadie les va a pedir explicaciones; pueden ir a ver y a escuchar. Y casi siempre es gratis. Otra opción son las empresas que organizan recorridos por las galerías, con guías para todos los públicos. Aunque he visto el precio de alguna y se me hace caro.