No interpreten, por favor, que cuestiono la conveniencia de adquirir obras de videoarte: hay muchísimos artistas a los que admiro que lo frecuentan y si yo quisiera/pudiera comprar no dudaría en incluirlos en mi colección. Pero nos llegan informaciones que indican que, para quienes coleccionan como forma de inversión –algo muy poco recomendable-, podría no ser buena idea centrarse en el vídeo. El 29 de enero, aniversario de la muerte de Nam June Paik, se celebró en el Hotel Drouot de París la primera subasta dedicada íntegramente a ese medio. ¿Por qué no han oído hablar de ella, constituyendo un acontecimiento tan remarcable? Porque fue un fracaso. El marchante y anticuario Vicent Wapler, el organizador, puso a la venta 159 lotes de los que se adjudicó solo un 30%. No fue una de esas subastas en las que los millones cambian de manos a ritmo vertiginoso: la estimación global de las obras estaba entre 525.000 y 600.000 euros y la suma de los precios alcanzados por las 48 vendidas fue de 46.680 euros. La sala estaba llena... pero pocos pujaban. La obra más cara fue Antena Buda, de Nam June Paik, que no es propiamente un vídeo sino un óleo sobre lienzo coronado por unas antenas de televisión. Y no crean que no hubo nombres sonados pues se ofrecieron vídeos de Tony Oursler, Micea Cantor, Gilbert & George, Sylvie Fleury, Pierrick Sorin, Douglas Gordon, Carlos Amorales…
Hole, de Tony Oursler (est. 60.000-80.000 €). Invendida en Drouot
Moving Image Art Fair. Bargehouse, Londres, 2013
En septiembre de 2013, Christie’s organizó una subasta online, First Open: New Media, dedicada en realidad en su mayor parte la fotografía (¿nuevo medio?), y daba algunos superficiales consejos a los coleccionistas para acercarse al videoarte. Una de las “diez cosas” que hay que saber, según la casa de subastas, es que se podría producir una gran revalorización del vídeo en los próximos años, dado que es en la actualidad comparativamente –respecto a otros medios- muy barato; otra, la que más puede espolear el deseo de los coleccionistas, es que los museos de arte contemporáneo no tienen dudas a la hora de apostar por él. La “guía” minusvalora los problemas de conservación y actualización de soportes, asegurando que la mayoría de los artistas se ocuparán personalmente de solucionarlos. La digitalización del vídeo ha tenido un efecto positivo tanto en su exhibición como en su futura conservación: es mucho más fácil meter un dvd o blue-ray en un reproductor conectado a un proyector o, mejor aún, a una pantalla plana, que montar un viejo dispositivo fílmico, y la posibilidad de que el artista o galerista entregue al comprador un archivo raw (sin comprimir) favorecerá su futura conversión. Pero cuidado con la caducidad de los soportes porque los discos se deterioran antes de lo que pensamos. Hay ciertos requerimientos de exhibición y conservación que el coleccionista tiene que asumir, pero el videoarte –cuando no se trata de videoinstalaciones que sí están pensadas para museos y grandes colecciones- tiene grandes ventajas: su fácil portabilidad y su adaptabilidad a los espacios disponibles. Un vídeo puede mostrarse en una tablet. Es habitual que los artistas exijan unas condiciones de montaje cuando se trata de exposiciones abiertas al público pero en el ámbito privado esos requerimientos se hacen más flexibles.Walk with Contraposto, de Bruce Nauman (ed. 20) vendido en Christie’s por $11.875