Hace unos meses daba cuenta en este blog (El domingo a los museos) de una convocatoria de huelga realizada por los vigilantes de sala en los museos estatales de Madrid, un paro que pudo evitarse gracias a la negociación de los sindicatos UGT, CCOO, CSIF y CGT con la Dirección General de Bellas Artes y Bienes Culturales y de Archivos y Bibliotecas. Los “privilegiados” empleados públicos no se olvidaron, en las reclamaciones que hicieron entonces, de los muchos (no)compañeros que trabajan junto a ellos pero contratados por empresas de trabajo temporal, en condiciones casi siempre más precarias. Pero cuando se sentaron a la mesa, los dejaron de lado. Tampoco es que hubieran podido hacer mucho por ellos.
Lo que está pasando ahora tenía que pasar, se veía venir (lean, si quieren conocer el contexto, los artículos Obra y servicio. El empleo cultural 1 y 2, publicados aquí). Son serios conflictos, con insuficiente trascendencia mediática fuera de las comunidades autónomas en las que suceden, que revelan muy a las claras que nos encontramos en un momento sin precedentes en la esfera museística. Me parece probable que las protestas se extiendan y lleguen a provocar, más pronto que tarde, algunos cambios en la contratación del personal en museos y centros de arte, aunque, me temo, no terminarán con el problema de fondo: la externalización que favorece la precariedad. Hoy vuelven a hacer huelga (tras el 16 y el 23 de junio) los subcontratados por la empresa Ciut’art como personal de atención al público en casi todos los museos más importantes de Barcelona. Igual de inaudita es la situación que se da en Bilbao, donde los 34 trabajadores (auxiliares de sala, en tienda, taquilla, recepción o educadores) que sufren la externalización de servicios al visitante del Museo de Bellas Artes, siguen a las puertas del museo cerrado por una huelga que dura ya más de un mes (desde el 7 de junio) y para la que no se vislumbra solución inmediata; el mismo tiempo que lleva montada y sin inaugurar la exposición Escultura hiperrealista 1973-2016. Pero, además, el 1 de julio, en Es Baluard (el museo de arte contemporáneo de Palma de Mallorca) se inauguró como se pudo la exposición El tormento y el éxtasis, comisariada por Nekane Aramburu y Gerardo Mosquera, con buena parte de sus 23 trabajadores en huelga a causa de su disminución de poder adquisitivo (los sueldos están congelados desde 2010 y se les aplicó una rebaja salarial del 5% en 2013, no siendo funcionarios) y de la obligación de asumir casi la mitad de ellos tareas de una categoría superior a la que figura en su contrato. Aunque enmarcado en el mismo problema general de la precarización del empleo cultural, éste es un caso algo diferente al catalán y al vasco, pues se trata de empleados directos de la Fundación Museo Es Baluard y no de subcontratados (allí también los hay), lo que ha tenido como consecuencia una rápida resolución del conflicto.
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En Barcelona y en Bilbao, las administraciones que tutelan los museos afectados han intentado eludir responsabilidades al presentar las huelgas como un conflicto entre una empresa externa y los empleados de esa empresa. Javier Viar, director del Museo de Bellas Artes de Bilbao ha dejado ya entender que no está del lado de los subcontratados; estoy esperando a que alguno de los directores de los museos barceloneses se manifieste públicamente. Sobre todo los de los museos y centros donde se produce, debate y exhibe arte contemporáneo (MACBA, Fundación Miró, CCCB, Fundación Tàpies), muy abiertos a analizar y denunciar las injusticias del mundo pero, al parecer, poco sensibles a las que padecen cada día esos trabajadores que no son suyos sino de otros. No hay mas que ver la actual presentación de la colección en el MACBA, cuya pre-inauguración coincidió con la primera jornada de huelga, en estruendoso chirrido.
No seré yo quien defienda a las empresas de trabajo temporal y a esas otras que sin ser generalistas de la “industria del empleo” acumulan adjudicaciones de servicios culturales, pero cuando leemos las explicaciones que da Manpower Group, a la que se adjudicó en 2015 el contrato para la atención al público del Museo de Bellas Artes de Bilbao, no queda más que admitir su escaso margen negociador, que los propios huelguistas han debido reconocer. Las condiciones de trabajo de éstos son verdaderamente lamentables (vean su descripción) aunque no diferentes e incluso, en bastantes casos, no peores que las de los subcontratados en otros museos. Reclaman un sueldo de 1.200 euros mensuales (con 14 pagas), que no es ningún disparate y sí una mejora sustancial respecto a los 880 (con 12 pagas) que cobran ahora en el mejor de los casos (que es el de tener jornada completa, situación extraordinaria), y la subrogación de sus puestos de trabajo cuando este contrato llegue a su fin en 2018. ¿Por qué sueldos tan bajos? Porque el propio museo así lo determinó en su licitación, que incluía una tabla salarial, algo que no ocurre siempre en este tipo de contratas. Y, claro, según declararon responsables de la adjudicataria, "El precio de la licitación pública hace inviable asumir el incremento propuesto por los trabajadores dadas las condiciones económicas actuales de adjudicación del contrato con el Museo de Bellas Artes, debido a que los salarios solicitados y sus costes sociales inherentes a la propia relación laboral serían superiores al precio de adjudicación del contrato".
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El museo bilbaíno quiso mantenerse al margen pero, al prolongarse la huelga (imaginen las cuantiosas pérdidas en la venta de entradas, en estos meses de verano), presionó en ambas direcciones desde su patronato, en el que están representados Ayuntamiento de Bilbao, Diputación de Bizkaia y Gobierno Vasco: a la empresa exigiendo una negociación hasta entonces (17 de junio) inexistente y a los empleados pidiendo al Gobierno vasco que impusiera servicios mínimos, medida que no se ha tomado por el momento. ManpowerGroup, que ha ofrecido algunas mejoras no tanto económicas (la subida propuesta es mínima: 25 céntimos por hora) como de estabilidad y ordenación (con trampas, dicen los afectados), está dispuesta a aplicar la subida reclamada siempre que las administraciones aporten fondos adicionales. Los trabajadores apoyan este requisito, con la petición de un cambio en el pliego de condiciones, así que ambos han lanzado la pelota al patronato. Y ahí se ha quedado. Éste ha prometido que en próximas contrataciones tomará como referencia los convenios colectivos de Vizcaya para fijar los sueldos y que exigirá la subrogación de los empleados pero eso no ha sido suficiente. Sigan las noticias en la cuenta de twitter del colectivo: StopPrecariedad BBAA.
Y atención, que vienen curvas (de titanio): el sindicato LAB se ha dirigido por escrito a la Diputación de Bizkaia y el Gobierno Vasco, que financian el Museo Guggenheim Bilbao, para pedir que incluyan la cláusula de subrogación en las futuras contrataciones de servicios y que garanticen “la estabilidad y calidad en el empleo de la plantilla de orientadoras, educadoras y auxiliares". En la actualidad, esos servicios los desempeñan trabajadores subcontratados por la misma empresa, Manpower Group, a la que se adjudicó la licitación del vecino Museo de Bellas Artes.
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Vámonos a Barcelona, donde la concentración de adjudicaciones en una sola empresa, Ciut’art, ha hecho que la huelga adquiera dimensiones monumentales: la tenemos en el MACBA, la Fundació Miró, el CCCB, el Museu del Disseny, el Monestir de Pedralbes, el Museu de les Cultures del Món, el Museu Etnològic, la Fundación Tàpies, el Arxiu Històric de Barcelona y el Museu de la Música. Van ya tres jornadas de huelga, precedidas por una movilización informativa en la Nit dels Museus, y si no hay acuerdo pronto tendremos más. Allí reclaman fundamentalmente la regularización de los contratos en fraude de ley y el reconocimiento del carácter indefinido de las relaciones laborales, la correcta adjudicación de los días de vacaciones y el fin del trato discriminatorio a los “refuerzos”. No han trascendido muchos detalles pero sabemos que hay negociaciones en marcha y que ha habido reuniones recientes. El Ayuntamiento está trabajando con empresas del sector y sindicatos en un novedoso Código de Buenas Prácticas que los trabajadores miran por ahora con escepticismo, pues consideran que podría consolidar la tendencia a la externalización. A largo término, ha dicho la comisionada de Cultura Berta Sureda, el objetivo sería formar un convenio colectivo para estos servicios. La remunicipalización es una promesa de muchos “ayuntamientos del cambio” para todo tipo de servicios públicos cuyo cumplimiento parece muy lejano. Pueden seguir los acontecimientos en esta otra cuenta: Vaga Ciut’art.
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Como decía antes, Es Baluard ha podido pasar página mucho más rápidamente. Los trabajadores habían anunciado una segunda jornada de huelga para ayer jueves pero se desconvocó un día antes gracias al acuerdo alcanzado. ¿Por qué ha sido aquí posible? En primer lugar, porque no hay empresa intermediaria que “se lleve comisión” en los puestos de trabajo de recepción, tienda, personal técnico y de mantenimiento, aunque el museo si tiene servicios externalizados, si no me equivoco los de seguridad, a Trablisa. Es Baluard tiene forma jurídica de fundación, lo que le permite tomar decisiones con mayor agilidad, y capacidad de negociar directamente con sus trabajadores. Además, ha intervenido en el conflicto el Tribunal de Mediació i Arbitratge de les Balears, que ha facilitado el acercamiento de posiciones. Claro está que la problemática era aquí mucho menos sangrante. Los trabajadores van a recuperar enseguida (la mitad ya en la nómina del próximo mes) ese 5% retenido indebidamente y, lo que es más importante para el conjunto del empleo cultural, van a tener por primera vez un convenio colectivo “que fije las retribuciones de acuerdo a los grupos profesionales, que describa las funciones, reconozca la antigüedad y regule la promoción profesional y la subida de salarios”. Lo normal, ¿no? Pues no.
Es necesario, de inmediato, que el sector y las administraciones empiecen a pensar en convenios colectivos que sirvan de referencia en todo el territorio español y en todo tipo de trabajos relacionados con la cultura, para garantizar la dignidad laboral de tantos afectados. Que quienes redactan y aprueban las licitaciones sepan que apretar las tuercas a las empresas equivale a apretar el cuello a los subcontratados. Y que el debate cultural sobre la justicia social se refleje en las condiciones de trabajo en las instituciones culturales.
Lanzo dos posibilidades al aire. La primera, que el sector (que es tan grande), o sus subsectores por separado (de tamaño nada despreciable), funden sus propios sindicatos para tratar con especificidad sus problemas sin tener que plegarse a las agendas (también políticas) de los sindicatos generalistas. Todos estos casos recientes en España están dirigidos por diferentes sindicatos: ELA y LAB en Bilbao, SUT en Barcelona, UGT en Palma… Probablemente no habrían ido adelante sin ellos. Las asociaciones profesionales han jugado y juegan un papel importantísimo en el ámbito de la cultura pero quizá ha llegado el momento, dado el contexto, de que el sindical sea un plano complementario para poner en escena ciertas reivindicaciones. ¿Saben que los artistas han constituido oficialmente un sindicato en Reino Unido?
La segunda, que el Estado implante un sistema de acreditación de museos, como existe en otros países (Reino Unido, Estados Unidos o Australia, por ejemplo) que otorgue un sello de calidad a las instituciones bien gestionadas, que cumplen con todos los requisitos respecto a sus colecciones, a sus instalaciones, a su transparencia, a su compromiso con el público… Y, ¿por qué no?, que son ejemplo de “calidad laboral”. Ése es un aspecto que se aborda apenas en esos sistemas ya existentes pero que merecería, aquí y en todas partes, pasar al primer plano.
Introducción a la acreditación en museos: