Una de los nuestros. El Guggenheim Bilbao en la tela de araña del nacionalismo
- A pesar de que nadie en el mundo del arte vasco parece tener nada que decir, el perfil de Miren Arzalluz no parece el más adecuado para dirigir un museo de estas dimensiones.
- Más información: Miren Arzalluz, hija de Xabier Arzalluz y experta en Balenciaga, nueva directora del Guggenheim Bilbao
Los agentes del arte en el País Vasco callan, demostrando grandes tragaderas. La hija de Xabier Arzalluz, sin formación o experiencia en el terreno del arte contemporáneo, ha sido elegida por un jurado controlado por altos cargos del PNV para dirigir, con un sueldo de 160.000 euros anuales, el museo público con mayor visibilidad y mayor presupuesto de la autonomía. Y, al parecer, nadie tiene nada que objetar.
Tampoco en la política vasca ha generado el anuncio mayor controversia: solo el presidente del PP vasco, Javier de Andrés, se ha atrevido a expresar su sorpresa ante el hecho de que no se haya podido encontrar en toda Europa un aspirante que tuviera experiencia en arte contemporáneo, apuntando con ironía: “se contrata una empresa alemana para que haga una selección internacional y va y da con la hija de Xabier Arzalluz”.
En los medios de comunicación apenas se ha cuestionado el fallo: solo el director del Círculo de Empresarios Vascos, que publica artículos sobre cultura en la sección de Opinión de El Correo, lo califica de “Previsible, presumible” y tuerce un poco el gesto ante el diseño de unas bases que cerraban demasiado el perfil – “adscrito al país, determinado en su carácter ideológico y unívoco” – y ante un “arbitraje sencillamente casero”.
Más tajante, en El Español, ha sido Pedro Chacón, profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV y articulista, al afirmar que la decisión “deja pequeños todos los nombramientos políticos ejecutados hasta ahora en favor de los vástagos del partido”. “La dinastía cuenta”, dice, y la elección de Miren Arzalluz, a la que califica de “nacionalista a machamartillo”, viene a “saldar una deuda política”. Pero tales denuncias quedan enterradas por una avalancha de artículos periodísticos y espacios en la radio y la televisión vasca que parecen obedecer a la consigna de extender vaselina para facilitar un aterrizaje suave a la nueva directora[1].
En estos días todo es loa de la trayectoria internacional de esta “historiadora del arte” —así se refieren a ella en más de una ocasión– y parabienes del mundo de la cultura vasca. Han puesto en un brete (ver también aquí y aquí) a unos cuantos directores de museos –el más efusivo es Miguel Zugaza–, a un puñado de artistas mayorcitos –el menos convencido es José Ibarrola– y a algunas personas con las que Miren Arzalluz ha tenido relación –su directora de tesis, su sucesora en Etxepare– para que nos convenzan de que nadie merecería más el puesto[2].
Estoy segura de que Miren Arzalluz es una persona inteligente, que sabe mucho de moda y que tiene capacidad de trabajo. Pero no creo que el suyo sea el perfil más adecuado para dirigir un museo de las dimensiones del Guggenheim Bilbao. Y, sobre todo, me parece evidente que el proceso que se ha seguido no se ajusta a lo que deberíamos exigir a una entidad que, a pesar de tener forma jurídica de fundación privada y de tener un alto nivel de autofinanciación, recibe importantes fondos de las administraciones públicas, ocupa un edificio público y gestiona una colección pública. Lo menos que cabría pedir es transparencia, igualdad de oportunidades y criterio independiente en las personas implicadas en él. Y nada de eso ha habido aquí.
Al PNV le gusta mucho el sistema de contratar personal no funcionarial a través de empresas de headhunting o “cazatalentos”. Durante muchos años ha acudido a Campo & Ochandiano, “una consultora que protagoniza polémicas selecciones de personalidades del PNV para ostentar cargos públicos”, cuando ha tenido que cubrir puestos de mayor o menor responsabilidad en entidades que forman parte del sector público[3]. Y ha elegido esa misma vía en más de una ocasión para proveer de personal a instituciones culturales.
En el informe del Tribunal Vasco de Cuentas Públicas sobre el “Proceso de construcción y puesta en funcionamiento” del Guggenheim Bilbao se cuestiona la contratación inicial de todo su personal mediante una empresa de este tipo, que no aportó documentación al ente fiscalizador sobre las fases del procedimiento de selección cuando se la requirió porque ya la había destruido. El Tribunal concluía que algunos seleccionados no cumplían las condiciones exigidas y que la Fundación del Museo Guggenheim Bilbao, que gestiona el museo, “no puede acreditar que el proceso de selección de personal fijo haya garantizado el respeto a los principios de igualdad, mérito y capacidad”.
Iñaki Esteban, en su libro El efecto Guggenheim[4], contaba que los dirigentes del PNV –recuerden que Xabier Arzalluz era entonces el presidente del partido– “confiaron el núcleo del organigrama a personas afines o a militantes” y que entre los elegidos, “algunos apellidos de ilustres nacionalistas se repetían”. Uno de esos privilegiados era Asier Atutxa, un joven sin experiencia que obtuvo el puesto del director de recursos humanos por ser hijo del exconsejero de Interior Juan María Atutxa y jefe de las juventudes del PNV[5].
El propio director general del museo, Juan Ignacio Vidarte, era hijo de un ilustre nacionalista, Juan María Vidarte, que fue senador en la primera legislatura y participó en la ponencia redactora del Estatuto de Autonomía de Gernika. Cuando se le confió el proyecto para abrir una franquicia del Guggenheim en Bilbao, Vidarte hijo daba sus primeros pasos en política como director general de Política Fiscal y Financiera en la Diputación de Bizcaia. No sabía absolutamente nada de arte contemporáneo.
Eso no tenía entonces demasiada importancia porque se consideraba, o así se dijo, la contratación de un director artístico y que él actuara como gerente. Pero eso no sucedió nunca y la Solomon R. Guggenheim Foundation, con Thomas Krens a la cabeza en los primeros tiempos y luego con Richard Armstrong, ha estado tomando todas las decisiones artísticas sin que nadie le tosiera.
Volviendo al proceso que ahora nos ocupa, la empresa elegida para realizar la selección fue en esta ocasión la de la alemana Antonia Josten, que por lo visto está especializada en instituciones culturales. Las bases ya no están disponibles pero leo que se pedían al menos diez años de experiencia a nivel de alta dirección en una organización artística, en un museo o en un organismo de carácter cultural, requisito que, como veremos, no cumplía Miren Arzalluz. Además, formación universitaria de grado o postgrado en una materia relacionada con las tareas propias de un museo (atención al matiz del “postgrado”), conocimiento de la realidad institucional y del contexto socio-cultural del museo (eso sí) y conocimiento del arte (eso no). Se valoraría el conocimiento del euskera, lo que reducía las posibilidades de cualquier candidato del resto de España o del extranjero, y la permanencia a largo plazo, lo que excluía a los interesados con más edad y experiencia.
Antonia Josten seleccionó a 79 personas, de las que 18 eran vascas, y presentó una lista de finalistas a la comisión del patronato de la Fundación del Museo Guggenheim Bilbao que debía tomar la decisión. Atentos a su composición: Juan Ignacio Vidarte, Ibone Bengoetxea (vicepresidenta primera del Gobierno Vasco y consejera de Cultura y Política Lingüística), Elixabete Etxanobe (diputada foral de Bizkaia), Mariët Westermann (directora de la Solomon R. Guggenheim Foundation), Jon Azua (exvicelehendakari para Asuntos Económicos y exconsejero de Industria), Rafael Orbegozo (asesor de Presidencia de Iberdrola) y Alfonso de Icaza (patrono de la Fundación Benéfica Aguirre).
En casi todos los concursos para seleccionar directores de museos, en nuestro país y fuera de él, se incluye algún director –más de uno, a menudo– de un museo que pueda, basándose en su experiencia, valorar las capacidades y la trayectoria de los candidatos. Ni uno aquí. Ni siquiera los que estaban más a mano, directores o exdirectores de los más importantes museos vascos.
En mayo ya se preveía que Miren Arzalluz estaría entre los mejor situados. Según se ha publicado, llegaron a la final tres candidatos: Daniel Vega, director técnico de exposiciones y conservación del Guggenheim, que sería el favorito de Vidarte, una experta en arte mexicana vinculada al Guggenheim Nueva York, defendida por Mariët Westermann, y Arzalluz, que sería la opción de las administraciones vascas representadas en el patronato… que son las que pagan las cuentas.
Miren Arzalluz no es solo militante del PNV: forma parte de su “aristocracia”[6]. Su padre fue presidente del partido durante casi un cuarto de siglo, entre 1980 y 2004, y aunque falleció en 2019 sigue siendo una figura venerada por los nacionalistas.
El patronato ha destacado de Arzalluz su “contrastada trayectoria al frente de organizaciones de prestigio internacional en el ámbito de la cultura, aportando un profundo conocimiento de la historia del arte, los museos y la investigación, combinado con una amplia experiencia en gestión institucional y relaciones internacionales”. ¿Es todo esto cierto?
Se licenció en Historia en la Universidad de Deusto, en 2000, y se marchó ese año a Londres como becaria del British Institute en un think tank, The Foreign Policy Centre, donde coordinó eventos. Al año siguiente actuó como coordinadora de proyectos de un programa formativo de la London School of Economics, Global Dimensions, y en 2002 quiso completar estudios con un curso de postgrado de Políticas Compradas en esa misma universidad con “atención a nacionalismos, autodeterminación y resolución de conflictos”.
Estos primeros pasos apuntan a una posible vocación política. Pero en 2003 cambió de rumbo, al matricularse en un master en Historia del Arte, en la especialidad de Historia del Vestido, en el Courtauld Institute of Art, e inició como trabajo a evaluar en ese curso, que tenía una duración de nueve meses, su investigación sobre Balenciaga. Esto no la convierte, claro está, en historiadora del arte[7].
Al acabar su curso en el Courtauld, se quedó en Londres haciendo prácticas. La duración, unos meses en cada caso, de su paso como asistente curatorial por el Victoria & Albert Museum y por la Royal Ceremonial Dress Collection en Kensington Palace, y como asistente técnico en la sala de subastas Kerry Taylor, nos indica que eran eso, prácticas sin responsabilidades.
Volvió a Bilbao en 2005, declaró después, “porque el proyecto Balenciaga me interesaba y no quería perder la oportunidad de participar en él. (…) pero el museo estaba muy verde y no había garantías de que se fuera a materializar”. Así que, mientras tomaba forma, se colocó como “secretaria técnica” en la Sociedad de Estudios Vascos, una entidad privada promovida y controlada por el nacionalismo desde las diputaciones.
Enseguida, la Diputación de Gipuzkoa, en manos del PNV, la puso bajo su ala. En 2006 le concedió una beca de investigación muy bien dotada en la Fundación Cristóbal Balenciaga. ¿Tuvo que competir con otros aspirantes en una convocatoria abierta?
Es preciso recordar el contexto en el que se desarrollaba el proyecto del museo dedicado al modisto, ejemplo de gestión desastrosa que llegó a los tribunales. Fue desde el principio un empeño personal Mariano Camio, alcalde por el PNV del pueblo de Getaria –no llega a 3.000 habitantes–, quien tras una exposición homenaje a Balenciaga, nacido allí, recibió en 1988 una primera donación de piezas y empezó a hacer poco a poco gestiones.
En 1996 José María Aznar, que había ganado las elecciones, tuvo que negociar con los partidos nacionalistas para ser investido. Xabier Arzalluz, como presidente del PNV, llegó con el presidenciable a un acuerdo mediante el que se reforzaron la transferencia de competencias y el “concierto económico” del País Vasco. Como es habitual en este tipo de pactos –lo vemos ahora en Cataluña– se comprometerían inversiones extraordinarias del Estado en la comunidad autónoma, también en infraestructuras culturales. Y los proyectos que Arzalluz tenía sobre la mesa, en materia museística, eran el Museo Balenciaga y el Artium de Vitoria: el Ministerio de Cultura asumiría en esa legislatura costes de financiación de ambas instituciones, integrándose en los patronatos que las gestionarían.
Así, Camio llevó el proyecto a Esperanza Aguirre, que era ministra de Cultura, y obtuvo sin ningún problema su apoyo. En 1999 se constituyó la Fundación Cristóbal Balenciaga, certificando una alianza desigual entre un pequeño ayuntamiento y el Estado, que corrió a través de dicho Ministerio con todos los gastos entre ese momento y 2004. En ese año José Luis Rodríguez Zapatero ganó las elecciones y la nueva ministra del ramo, Carmen Calvo, suspendió la subvención.
Pero ya antes de eso existía gran preocupación en el Ministerio —e incluso en Casa Real, dado que los reyes eran patronos de honor— porque se habían detectado graves irregularidades en la facturación y en la administración de la Fundación, que estaba siendo desvalijada por Camio y un arquitecto cubano sin homologación, que lo diseñaba todo. Pilar del Castillo, ministra desde 2000, envió a Manuel Fontán del Junco —actual director de museos y exposiciones de la Fundación Juan March— para que pusiera orden, en misión imposible.
Cuando en 2004 se puso en suspenso la aportación del Ministerio de Cultura, la Diputación de Gipuzkoa vino al rescate para costear el funcionamiento de la Fundación, a la vez que constituyó junto al Gobierno Vasco una sociedad con la que afrontar las obras de construcción.
En 2007, Miren Arzalluz, al concluir la beca de un año que le había concedido esa misma Diputación, fue contratada como conservadora de la colección Balenciaga. No había todavía museo y, al margen de la supervisión de la conservación o de la catalogación de las piezas –fue clave su informe, interno, sobre los robos de prendas cometidos por Camio, que se filtró y puso al PNV en aún mayores aprietos–, se dedicó a escribir un libro en el que recogió sus investigaciones sobre el modisto: Cristóbal Balenciaga. La forja del maestro (1895-1936). Lo publicó en 2010 la editorial Nerea, con financiación de la Diputación de Gipuzkoa. Y lo tradujo al inglés, en edición del Victoria & Albert Museum. Además, mientras cobraba de la Fundación, Arzalluz hizo los cursos de doctorado en Deusto entre 2008 y 2010[8].
El Ministerio volvió a prestar su apoyo intermitentemente hasta que, en 2010, en el toma y daca para que el PSOE pudiera aprobar los presupuestos generales, el PNV consiguió del Estado tres millones de euros adicionales para las obras. Finalmente, el museo abrió sus puertas en 2011. Se necesitaba un director y se inició un proceso de headhunting, como el de ahora, confiado a la mencionada firma Campo & Ochandiano. Miren Arzalluz se presentó. Su elección habría sido justificable por su experticia en la colección pero el patronato —quizá reconociendo lo que se ha pasado ahora por alto, el impedimento de la filiación familiar y política de la candidata— optó por Javier González de Durana, con larga trayectoria en la dirección de instituciones culturales.
El PNV acababa de perder la Diputación de Gipuzkoa, que había pasado como el Ayuntamiento de Getaria a Bildu, el Gobierno Vasco estaba controlado desde 2009 por el PSE –era lehendakari Patxi López– y lo mismo el Ministerio de Cultura –su titular era Ángeles González-Sinde–, que tenía mucho peso en el patronato por la importante inversión realizada en el proyecto.
Arzalluz permaneció allí como conservadora, ya en un clima menos amable para ella, y en verano de 2013, en plena crisis del museo (con agujeros presupuestarios y con perspectivas de cierres parciales), una reducción general de sueldos hizo que ella y otros trabajadores decidieran cancelar sus contratos, con las correspondientes indemnizaciones, que no fueron moco de pavo. Inició entonces su carrera como freelance. Se nos quiere hacer creer que en esa etapa concibió muchas exposiciones de moda de tremenda importancia pero en realidad no fueron más que dos y no eran proyectos suyos, o no enteramente suyos.
En 2014 había colaborado con un texto en el catálogo de la exposición Fashion Mix, Mode d’ici, Créateurs d’ailleurs, producida por el Palais Galliera, cuyo comisariado le atribuye alguna biografía suya. Pero no: el comisario era Olivier Saillard, director de ese museo, con el que hizo buenas migas. Y en 2015, seguramente por intermediación de Arzalluz, el Galliera llevó al Museo de Bellas Artes de Bilbao otra exposición, Los años 50: la moda en Francia 1947-1957[9]. Era de nuevo un comisariado de Saillard pero ella fue la encargada de adaptarlo a las salas en Bilbao. Contó con el patrocinio de la Diputación Foral de Bizkaia. En la inauguración fue arropada por el alcalde de la ciudad, el diputado general y varios diputados forales, entre los que figuraba el actual lehendakari, Imanol Pradales, que preside el patronato del Guggenheim Bilbao y ha bendecido la elección de Arzalluz como su directora. Todos del PNV.
Además, en 2016 comisarió junto a Karen Van Godtsehoven la exposición Game Changers, en la que Cristóbal Balenciaga tenía máximo protagonismo, en el MoMu de Amberes, un modesto museo de moda municipal. Amberes es la capital de la región de Flandes, uno de los territorios con movimientos independentistas —también Quebec y Escocia— que son interlocutores prioritarios en las relaciones internacionales del Gobierno Vasco. Bart de Wever, entonces alcalde, era además presidente del partido nacionalista N-VA (Nueva Alianza Flamenca) y era objeto de agasajos para Andoni Ortuzar, presidente del PNV: le entregó en 2013 uno de los premios de la Fundación Sabino Arana y fue a visitarle a mediados de 2015 después de que Íñigo Urkullu firmase con el presidente del gobierno flamenco un acuerdo de cooperación que incluía la cultural. Unos meses más tarde, la directora para promoción y difusión del euskera del Instituto Vasco Extepare visitó la exposición de Arzalluz en el MoMu y se reunió con la directora del museo.
Y ya. En diciembre de ese año fue nombrada directora de ese Instituto Vasco Etxepare, dependiente del Departamento de Cultura y Política Lingüística del Gobierno Vasco y dedicado a la “promoción y difusión internacional del euskera y la cultura vasca”. El consejero responsable, elegido semanas antes por Iñigo Urkullu (PNV) en su segundo mandato, era Bingen Zupiria Gorostidi, que había sido hasta entonces director del diario Deia.
Arzalluz estuvo exactamente un año allí. En la Memoria de Etxepare correspondiente a 2017 pueden informarse sobre las actuaciones en las que estuvo involucrada y que debieron de servirle de buen entrenamiento en la gestión administrativa y en la obediencia a las consignas ideológicas. Colaboró en el lanzamiento de la red europea Creadis3 y en la “Estrategia de Internacionalización Euskadi-Basque Country 2020”, diseñó la agenda cultural en el viaje de Urkullu a Quebec, fortaleció la red universitaria de enseñanza del euskera en el exterior, recuperó unas subvenciones para danza y coros tradicionales, moda o diseño, e incrementó la discriminación positiva para proyectos de creación en euskera.
Etxepare pone el foco en literatura, artes escénicas, cine y audiovisuales, por el peso del idioma en esos campos, pero atiende también a las artes plásticas, subvencionando con pequeñas cuantías exposiciones, residencias o intercambios en los que participen artistas o comisarios vascos. La convocatoria de ayudas para la movilidad de artistas y comisarios repartió, en 2017, 53.000 euros entre 42 proyectos, y las subvenciones a galerías para participación en ferias, apenas 33.000 euros. El Instituto, además, aportó algún dinero para la exposición de Juan Perez Agirregoikoa en La Panera (Lleida), la participación de Mattin en Documenta 14 y la edición del catálogo de Itziar Okariz en el CA2M de Móstoles. Arzalluz no ha tenido después de esa breve interacción más trato profesional con los agentes del arte.
Mientras trabajaba en Etxepare, se postuló para dirigir el Palais Galliera. Olivier Saillard se iba a la empresa privada y buscaban sustituto. A ella, que además no hablaba bien francés, no la conocía casi nadie en París. Pero podía esgrimir la experiencia en el Museo Balenciaga y la presumible recomendación del director saliente. Fue elegida y tomó posesión del cargo en 2018 pero lo hizo de nuevo a museo cerrado, pues este se estaba sometiendo a extensivas obras de remodelación.
La ampliación se inauguró en octubre de 2020 con una importante exposición sobre Coco Chanel que había preparado Saillard y que estuvo solo unas semanas abierta, ya que la pandemia obligó a echar el cierre (reabrió en mayo de 2021). Se presentó también la instalación de la colección permanente, desarrollada por Arzalluz según la conceptualización del anterior director.
El Palais Galliera no es una institución autónoma sino que está integrada en Paris Musées, el órgano de gestión de los catorce museos municipales de la ciudad. Ocupa un palacete muy bonito y tiene bastantes visitantes (cerca de 400.000 en 2023) pero no demasiado presupuesto, a años luz del que maneja el Guggenheim Bilbao, y depende en buena medida de los patrocinios de las empresas de la alta costura.
No dudo que Arzalluz haya desempeñado bien su trabajo allí. Pero hay que precisar que su aportación a la programación fue limitada. Aparte de esa primera tanda, con la muestra sobre Chanel heredada y el montaje inaugural de la colección, solo figura como co-comisaria en dos exposiciones. La primera fue Frida Kahlo, au-delà des apparences, con doscientos objetos de la Casa Azul en Culiacán, que se había visto antes en el Victoria & Albert Museum, donde la directora del Galliera la había “fichado”. La segunda fue La mode en mouvement, con obras de la colección, que montó como evento paralelo a los juegos olímpicos de París, con comisariado científico de Marie-Laure Gutton[10].
Y de ahí al Guggenheim Bilbao, con 1,3 millones de visitantes y un presupuesto operativo para 2024 de casi 34 millones de euros. El objetivo del patronato y de quienes mandan en él parece ser que todo siga igual.
En vísperas de la renovación del convenio con la fundación neoyorquina, que debía producirse en 2014, el Parlamento Vasco creó a instancias del PSE una ponencia para hacer una evaluación del museo en sus años de andadura. Yo fui convocada por ser entonces presidenta del Instituto de Arte Contemporáneo, y junto a muchos otros agentes del arte, abogué por cuestiones recogidas en la resolución: cambios en el perfil del director (no gerencial sino curatorial, y esto se consideraba imprescindible) y en la política de compras, potenciación de los comisariados propios, proyección del arte vasco, creación de sinergias con el entorno cultural, incorporación de patronos expertos...
El documento resultante, al que se opuso frontalmente el PNV, subrayó el desequilibrio en la relación con la Solomon R. Guggenheim Foundation, a la que el convenio confía en exclusiva todas las decisiones sobre funcionamiento, programación y adquisiciones, y reclamó una mayor autonomía y un perfil propio en la red internacional de la franquicia.
Es verdad que en tiempos recientes ha habido en el Guggenheim Bilbao algo más de atención a los artistas vascos, a algunos de los cuales ha comprado obras. No la suficiente. Y la colección propia de este museo es ridícula: en treinta años no han reunido más que 150 obras, deslavazadas. En 2023 adquirió únicamente una pintura de Lynette Yiadom-Boakye, unas fotografías Thomas Struth y una instalación de Yayoi Kusama. Siempre por decisión de la gente de Nueva York. Es chocante que, con tan pobre acerbo, el Plan 2024-2025 identifique como primer objetivo estratégico “la colección propia como activo núcleo del museo”.
El primer objetivo estratégico de ese museo que copa una buena parte de los recursos públicos vascos para la cultura es, más bien, servir de filtro embellecedor a las élites políticas y económicas del País Vasco, y para cumplirlo sin cortapisas es muy conveniente tener a “uno de los suyos” en la dirección. Y a otros cuantos en el patronato.
El férreo acuerdo con la fundación neoyorquina –que nunca se ha publicado por entero– no permite grandes giros en la línea del museo. Pero podríamos esperar que un director o directora con conocimiento real de las fuerzas, de las necesidades y de las posibilidades de su contexto artístico, además de contactos nacionales e internacionales en ese mismo terreno para favorecer intercambios en dos direcciones y no solo en una, consiguiera algunas transformaciones positivas.
Ojalá Miren Arzalluz lo vea así y juegue bien sus cartas. Tendrá tiempo para prepararse ahora que el proyecto del Guggenheim en Urdaibai está en stand by, no porque las administraciones implicadas hayan reconsiderado su lógica capitalista y su impacto medioambiental sino porque ha suscitado tal rechazo popular que podría perjudicar seriamente los resultados electorales del PNV en esa zona.
Por cierto, el Ministerio para la Transición Ecológica asignó una partida de 40 millones al proyecto de Urdaibai cuando Pedro Sánchez negociaba los presupuestos generales de 2023 con el PNV. Es así como funcionan estas cosas, ya ven: el museo como moneda de cambio y como parcela para la cimentación del poder de los partidos.
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[1] El PNV hace una buena inversión en publicidad institucional y los medios suelen ser cautos en sus críticas hacia sus asuntos, que son muchos dado que el partido conserva aún el gobierno autonómico (con apoyo del PSE), las tres diputaciones y muchos ayuntamientos importantes. De acuerdo con la herramienta gobiernovasco.marketing, diseñada por el analista de datos Jaime Gómez-Obregón para explorar cómo reparte el Gobierno Vasco ese dinero público, en 2023 El Correo recibió más de un millón y medio de euros, El Diario Vasco, un millón, Deia más de 600.000, Gara más de 400.000, Berria unos 250.000 y ETB, la radiotelevisión pública, cerca de tres millones.
[2] ¿Sus cualidades? “Alta cualificación técnica, prestigio internacional, experiencia de gestión en el ámbito de la cultura y profundo conocimiento tanto de la historia del arte como de la de Euskadi y su entramado institucional”, dicen sin pestañear El Correo y El Diario Vasco. Pero si quieren reírse, lean este artículo en el que se celebra su supuesto parecido con la actriz Chloë Sevigny y se vaticina que “con su cabello platino dará nuevos reflejos al titanio del Guggenheim”.
[3] Esta práctica le ha valido a la Diputación de Bizkaia un informe muy negativo de la Defensoría del Pueblo.
[4] Iñaki Esteban: El efecto Guggenheim. Del espacio basura al ornamento. Anagrama, Barcelona, 2007, pp. 115-116-
[5] Vean en este artículo cómo la colocación de los hijos de dirigentes del PNV sigue a la orden del día: “El Puerto de Bilbao coloca a la hija del número dos del PNV”.
[6] En una entrevista que le hicieron hace unos años, ella lamentaba: “El argumento es muy fácil: si algo te sale bien siempre es porque alguien te ha favorecido. Parece que te arrebatan el derecho a merecerte algo. Contra eso no se puede luchar, solo trabajar y hacer las cosas bien”.
[7] El título que se obtiene con un master de un año sin presentación de tesis es el “diploma de posgrado”, y así se describía su cualificación cuando el Ayuntamiento de París presentó su trayectoria tras elegirla directora del Palais Galliera.
[8] Miren Arzalluz se doctoró por la Universidad de Deusto hace poco, en 2022, en el programa “Ocio, Cultura y Comunicación para el Desarrollo Humano”, con la tesis “Moda, Ocio y Sociabilidad en la Côte Basque (1854-1939)”, tras hacer los cursos de doctorado entre 2008 y 2010, mientras trabajaba en la Fundación Balenciaga.
[9] Miren Arzalluz forma parte, desde diciembre de 2018, de la Comisión Asesora Artística del Museo de Bellas Artes de Bilbao.
[10] Las otras exposiciones organizadas bajo su mandato son Vogue Paris 1919-2020, Love brings love (un homenaje a Alber Elbaz), 1997, Fashion Big Bang, Azzedine Alaïa, couturier collectionneur y Paolo Roversi (fotógrafo de moda). Además, fuera del museo, se hizo una exposición de fotografías de la colección en Huis Marseille, Amsterdam, y otra, más original, Back Side / Dos à la mode, en el Musée Mode & Dentelle de Bruselas y el Musée Bourdelle de París.
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*Museo Guggenheim Bilbao, enclave estratégico para Nueva York