Image: La excelencia del maestro, por Santiago Grisolía

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Ciencia

La excelencia del maestro, por Santiago Grisolía

100 años de Severo Ochoa

22 septiembre, 2005 02:00

Dibujo de Grau Santos

Se ha escrito mucho, y con razón, sobre los grandes avances científicos y lo que significó Severo Ochoa para la ciencia mundial y especialmente para España pero en este 100 aniversario de su nacimiento prefiero escribir algo más personal y contar tanto lo bueno como alguno de los malos momentos que pasó D. Severo durante su carrera científica.

Antes de su marcha a los EEUU, Don Severo había tenido muy poca ayuda técnica y/o colaboradores con la posible excepción de Paco Grande pero, en general, la mayor parte de su labor había sido como estudiante o postdoctorado en grandes laboratorios, tanto alemanes como ingleses. También es cierto que, durante su estancia en Inglaterra, durante la Guerra Mundial, una breve temporada le ayudo Dª Carmen. El ha descrito con gran cariño su felicidad cuando trabajaban con langostas de las que necesitaba sólo el hepatopancreas y les quedaba la mayor parte del crustáceo para su comida. La verdad es que Don Severo necesitó poca ayuda en el laboratorio porque tenía, no sólo la cabeza sino también una extraordinaria habilidad técnica y manual.

Yo fui su tercer estudiante. Su primer aprendiz, Alan Mehler, lo trajo consigo desde San Luis, el último puesto en que trabajó como colaborador bajo la dirección de los Cori, los grandes líderes Bioquímicos en aquella época, que también recibieron el Premio Nobel y que fueron íntimos amigos del Maestro. Don Severo había empezado a trabajar con una beca en el Hospital Bellevue de la Universidad de Nueva York y allí es donde ocurrió uno de sus momentos más desagradables. La verdad es que a Don Severo no se le ha regalado nada sino que todo lo ha conseguido con su propio esfuerzo. Una noche, al volver de la ópera, fue al laboratorio para comprobar una preparación y se encontró todos sus instrumentos y su mesa de despacho en el pasillo. Al parecer, al nuevo profesor de Psiquiatría, que era el departamento en el que Don Severo trabajaba, le había sorprendido el que hubiese un español desconocido ocupando parte de su espacio. Afortunadamente, el profesor Isidor Greenwald, del departamento de Química en el edificio de enfrente del Hospital Bellevue conocía de la excelencia del Maestro por lo cual generosamente le cedió su laboratorio. El profesor Greenwald era muy famoso porque, entre otras cosas, había descubierto el 2,3 difosfoglicerato y en aquella época uno de los logros más ansiados era descubrir un ester fosfórico. Incidentalmente el 2,3 difosfoglicerato es fundamental para regular la oxidación de la hemoglobina. En este laboratorio Don Severo continuó su trabajo con la ayuda de la Dra. Weitz Tabori, una vienesa exiliada y con Alan Mehler. En noviembre del 45, inmediatamente después de acabar la Guerra Mundial, el Dr. Arthur Kornber, que era oficial médico en la Marina, siguiendo los consejos de amigos decidió cambiar su orientación de la Nutrición a la Bioquímica y fue aceptado por Don Severo.

A primeros de diciembre del 45, poco después de mi llegada a Nueva York y a través de una serie de cartas que tenía para el profesor Nonidez -un gran Embriólogo que llevaba ya muchos años en la Universidad de Cornell- me hice con la dirección del Profesor Rafael Lorente de No, que fue el último discípulo de Cajal. Don Rafael era amigo de Don Severo y a través de él contacté con el Maestro. Yo había oído hablar mucho de Don Severo a través de mi primer maestro, el Profesor José García Blanco, en Valencia donde yo había sido interno de Fisiología y Bioquímica.

Don José, frecuentemente mencionaba que el mejor joven Fisiólogo (entonces la Fisiología y la Medicina se enseñaban juntas) era Severo Ochoa. El había conocido a Don Severo cuando éste se presentó a oposiciones para la Cátedra de Santiago a instancias del Profesor Negrín, donde D. José fue suplente de aquel nefasto Tribunal que no concedió el puesto a Don Severo. Este creo que fue el primer gran disgusto del Maestro: se sintió traicionado.

A través de Lorente de No, fui a ver a Don Severo hacia el 12 ó 14 de diciembre y le pedí que me admitiese para aprender Bioquímica. Don Severo me recibió muy cortésmente pero me dijo que tendría que pedir permiso al Jefe de Departamento, el Profesor Canon. Al día siguiente le telefoneé y Don Severo me dijo que el Profesor Canon había aceptado pero que teniendo en cuenta que estábamos cerca de Navidad, la primera Navidad después de la Guerra Mundial sería mejor que empezase a trabajar a primeros de año. Así pues, el día 2 de enero me presenté en el laboratorio.

Don Severo consideró como sus logros más destacados la fosforilación oxidativa, la síntesis del RNA en el tubo de ensayo y el código genético. Yo hubiese añadido su descubrimiento de la enzima condensante y su extenso trabajo sobre el ciclo de los ácido tricarboxílicos que estuvo mucho tiempo en el aire antes del trabajo del maestro y la fijación del CO2. Sin duda, muchas de estas contribuciones harían las delicias de cualquier gran investigador pero no tienen al parecer del maestro, la gran frescura y originalidad de los puntos elegidos por él.

A mucha gente le recordaba las figuras del Greco y después cuando fue más mayor parecía un joven Marlon Brando porque era alto y delgado pero muy fuerte. En esos años Don Severo era no sólo una figura elegante y brillante científica y culturalmente sino que también imponía, y él no toleraba ni mal trabajo, ni falta de disciplina. Pues bien, durante sus primeros años la labor más importante del profesor Ochoa fue el descubrimiento en Inglaterra, al mismo tiempo que Belitzer en Rusia y Kalckar en Dinamarca, del fenómeno que él bautizó con el nombre de oxidación fosforilativa y su demostración de que se producen 3 ATP (el producto energético utilizado por las células) por átomo de oxígeno consumido y conocido como el "P:0 ratio". Años más tarde, Ogston calcula y disminuye en bases teóricas la cantidad de ATP que, de acuerdo con él, se podía producir durante este fenómeno. Recuerdo comentarlo con Don Severo, y esta es una de las características principales que quiero recordar del maestro, su absoluta seguridad en sus datos y cálculos experimentales, me dijo. "Pues bien, ya veremos". Y desde luego Don Severo tenía razón. Al principio de mi estancia con Don Severo, éste me dio a ocupar una habitación conjunta con Arthur Kornberg, habitación que había sido un "cuartucho" y que Kornberg cuidadosamente limpió.

Arthur todavía recuerda cuando clavó un clavo en la pared para colgar el abrigo por no haber percha. Le costó un gran disgusto con el Jefe del Departamento. El profesor Ochoa me enseñó, entre otras cosas, a manejar el aparato entonces muy usado conocido como Warburg, con el cual se medían muchísimas reacciones basadas todas en la absorción de oxígeno o eliminación de anhídrido carbónico respectivamente. Las vasijas de los manómetros para este aparato, igual que los manómetros había que calibrarlos con mercurio. Digo esto porque la gente ha olvidado que manejábamos sustancias muy peligrosas sin precauciones, por ejemplo el mercurio, y la segunda porque un día llenando las vasijas de los manómetros, delante del Profesor Ochoa, se me cayó una y me puse tan nervioso que se me cayeron una o dos más que había calibrado el propio Don Severo. El no me dijo nada pero unos 40 años después me comentó que a él le había pasado lo mismo con su maestro el Profesor Otto Meyerhoff. Otra de las cualidades de Don Severo era su generosidad. El enzima málico fue descubierto por Alan Mehler, con el que me quedé durante el mes de Agosto sólo en el laboratorio. En aquella época no había aire acondicionado y la mayor parte de la gente se iba de vacaciones a sitios más fríos, y desde luego Don Severo a Woodshole.

Don Severo dice: "Este enzima fue purificado y estudiado en detalle por Mehler, Konberg, Grisolía y otros en nuestro laboratorio". Yo tuve muy poco que ver con este trabajo. Me acuerdo que yo le comenté mi sorpresa a Mehler durante una reunión en las Federations, y él me dijo que fue insistencia de Don Severo. Cuando las cosas no iban muy bien, lo que sucede en cualquier laboratorio, me puso como coautor en el trabajo sobre la especialidad de las deshidrogenasas. Después de Chicago fui a Wisconsin por consejo de Don Severo que siguió orientándome en todos mis pasos.


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