Image: Autobiografías científicas

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Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

Autobiografías científicas

13 noviembre, 2015 01:00

Santiago Ramón y Cajal

Me encantan las autobiografías de científicos. No abundan tanto como las de políticos, artistas, escritores, militares o deportistas, pero las hay. Vuelvo a acordarme de esta pequeña pasión mía ahora que se publica la segunda parte de la autobiografía del neurólogo y escritor, recientemente desaparecido, Oliver Sacks, En movimiento. Esta entrega constituye una rara avis en el mundo de las autobiografías de científicos, al no esconder, sino todo lo contrario, los aspectos más íntimos de su vida, como su afición a las anfetaminas o su homosexualidad. Qué contraste con la norma que Albert Einstein siguió en sus breves Notas autobiográficas (1949), donde escribió: "Lo fundamental en un hombre de mi especie estriba en qué piensa y cómo piensa, y no en lo que haga o sufra". En las memorias de Sacks, el hombre no se oculta detrás del científico. No es preciso hacer ningún esfuerzo para, por ejemplo, imaginar el dolor que debió sentir en 1951, cuando "mi madre supo de mi homosexualidad, y dijo: Desearía que no hubieses nacido".

El contenido de las Notas autobiográficas de Einstein es coherente con lo que éste escribió en otra ocasión (1918): "una de las más fuertes motivaciones de los hombres para entregarse al arte y a la ciencia es el ansia de huir de la vida diaria, con su dolorosa crudeza y su horrible monotonía". La maravillosa física que produjo no se resintió del tipo de vida que deseó llevar, como tampoco se resintieron los trabajos de otros grandes científicos que centraron sus, algunos breves otros no tanto, recuerdos sobre todo en aquello que tenía que ver con sus mundos científicos; los casos de, por ejemplo, Justus von Liebig, Hermann von Helmholtz, Max Planck, Werner Heisenberg (Diálogos sobre la física atómica; 1969), Francis Crick (Que loco propósito; 1988), Edward Wilson (El naturalista; 1994), e incluso, aunque lo personal fuese allí algo más visible, de Rita Levi Montalcini, cuya autobiografía sería inolvidable ya solo por su hermoso título: Elogio de la imperfección (1987). Más completa en lo personal, pero sin llegar a los niveles de introspección de Sacks, es la autobiografía de Santiago Ramón y Cajal (Recuerdos de mi vida; 1917), una de las más amenas memorias publicadas de grandes científicos.

Oliver Sacks no podría haber seguido estos ejemplos sin traicionar la esencia de su vida como científico, en la que el conocimiento y la práctica neurológica nunca fueron ajenas a sentir una profunda empatía con sus pacientes. Para Sacks, la vida, incluida por supuesto la suya, no se limitaba a simple fisiología o neurología, abarcaba mucho más, un sentimiento que también compartió aquel viajero incesante por los plurales mundos de la filosofía, la matemática, la divulgación científica o la política llamado Bertrand Russell, quien encabezó el primero de los tres tomos de su Autobiografía (1967) con las siguientes frases: "Tres pasiones, simples pero irresistiblemente fuertes, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda de conocimiento, y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad".

Todos los científicos que he citado escribieron memorias para publicarlas. No fue este el caso de Charles Darwin, que compuso un "esbozo autobiográfico" pensando que podría "entretenerme y resultar, quizá, interesante para mis hijos o para mis nietos". Uno de esos hijos, Francis, y su querida esposa, Emma, decidieron dar a la imprenta aquellas páginas, pero censurándolas, una decisión no inusual entre los herederos de personajes importantes. ¿El motivo? Pasajes como: "Me resulta difícil comprender que alguien deba desear que el cristianismo sea verdad, pues de ser así, el lenguaje liso y llano de la Biblia parece mostrar que las personas que no creen -y entre ellas se incluiría a mi padre, mi hermano y casi todos mis mejores amigos- recibirían un castigo eterno. Y ésa es una doctrina detestable". Afortunadamente, sus memorias fueron restauradas en 1958 por una nieta suya, Nora Barlow.