Oda al neandertal que llevamos dentro
Familia neandertal. Del libro Mi primer libro de la Prehistoria (Espasa), de J. L. Arsuaga y Sonia Cabello
La convivencia entre el Homo Sapiens y los Neandertales es el objeto de análisis de José Manuel Sánchez Ron. "Poseían rasgos culturales parecidos y mantuvieron relaciones sexuales fértiles", explica el académico, que se basa en los estudios más recientes de Svante Päabo y su equipo.
El género Homo, el linaje al que pertenecemos, apareció probablemente hace entre 1,8 y 2,3 millones de años y entre sus características figura que se alimentaban en parte de carne (los australopitecinos eran básicamente vegetarianos) y que poseían un cerebro de mayor tamaño. La aparición de este rasgo se vio favorecida por el consumo de carne, un alimento con mucho más contenido energético (proteínas y grasas) que los vegetales, ya que nuestro cerebro es el órgano que más aporte energético necesita: le corresponde entre el 2 y el 3 % del peso corporal de un humano, pero consume en torno al 20 % de la energía total que necesitamos (la energía media que utiliza el cerebro de los mamíferos es del 5 %, y de los chimpancés el 13 %).
En ese sutil rompecabezas de piezas muy diversas que es el género homo, también intervino la habilidad de utilizar herramientas, con las que actuaban bien como carroñeros de los restos que dejaban otros animales más fuertes o, más tarde, como cazadores. Las variaciones que ha experimentado el clima terrestre, con bajadas y subidas notables de temperaturas y, subsiguientemente, notables variaciones en el nivel de los océanos, constituye otro elemento esencial a la hora de reconstruir la historia de nuestros ancestros. Es bien sabido, por ejemplo, que la disminución de la extensión de los bosques africanos en los que vivían, bien adaptados, nuestros simiescos ancestros protohumanos, y la subsiguiente aparición de extensas zonas de sabanas, favoreció la aparición y desarrollo de especies bípedas, que al caminar erguidas podían desplazarse y otear el horizonte mejor.
Una de las especies del género homo que apareció antes que la nuestra, homo sapiens, es la de los famosos neandertales, cuyos primeros restos fósiles -un cráneo y algunos huesos- se encontraron en 1856 en una pequeña cueva de una cantera del valle alemán de Neander, a unos diez kilómetros al este de Düsseldorf (el nombre, neandertal, proviene de que el sufijo ‘tal' es ‘valle' en alemán). Recuerdo perfectamente que durante mucho tiempo se consideraba a los neandertales seres primitivos, que vivían en Europa y Asia occidental como bestias y con los que los homo sapiens -seguramente los responsables de su extinción, hace aproximadamente 30.000 años -no teníamos nada que ver, aunque hubiésemos tenido un ancestro común (posiblemente fue hace entre 400.000 y 300.000 años cuando neandertales y sapiens tomaron caminos evolutivos diferentes).
El progreso de la ciencia ha dado al traste con esa mala imagen de los neandertales, sobre todo la ciencia genómica -estrictamente la paleogenómica- que, con justicia se ha visto recompensada recientemente con el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2018, adjudicada al sueco Svante Päabo, director del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig, "por haber desarrollado métodos precisos para el estudio del ADN antiguo que han permitido la recuperación y el análisis del genoma de especies desaparecidas hace cientos de miles de años".
El resultado más conocido de las investigaciones de Päabo ha sido, precisamente, la secuenciación del genoma de los neandertales, una tarea extremadamente difícil, que él mismo explicó en un magnífico libro -aunque en muchas partes, algo técnico- que Alianza Editorial publicó en 2015: El hombre de Neandertal. En busca de genomas perdidos. Y lo que encontró - y publicó con sus colaboradores en 2010- es que el genoma de los humanos actuales contiene en torno al 2 % (hoy se estima que puede llegar el 4 %) de genes de neandertales; de hecho, y como no todos los humanos conservan los mismos fragmentos genéticos de neandertales, si se reúne un grupo numeroso de humanos, es posible encontrar en el conjunto entre el 35 y el 70 % del genoma neandertal. En otras palabras, neandertales y homo sapiens mantuvieron relaciones sexuales fértiles.
Hallazgos paleontológicos han mostrado, asimismo, que los neandertales poseían rasgos culturales parecidos a los de los sapiens ancestrales, como son la utilización de utensilios o de adornos corporales. Incluso parece que eran capaces de hablar; al menos así se deduce del hecho -lo sabemos, de nuevo, gracias a la genómica- de que compartimos con ellos el gen FOXP2, que está relacionado con el lenguaje (también compartimos genes que controlan el olfato, la visión, el sistema inmune y la contracción muscular). Es, en este sentido, bastante desafortunado que para la versión en español del libro de Sang-Hee Lee y Shin-Young Yoon que Debate acaba publicar, se haya elegido el título, de tintes despectivos, ¡No seas neandertal!, cuando su título original es Close Encounters with Humankind (Encuentros estrechos con la humanidad). Desafortunado por demás ya que su contenido (es un libro interesante y accesible) desmiente rotundamente semejante título. (La bibliografía "neandertaliana" en español es, por cierto, abundante. Recomiendo Palabras en el tiempo, de uno de los mejores especialistas españoles en paleogenómica, Carles Lalueza-Fox, y El sueño del neandertal, de Clive Finlayson, ambos publicados por Crítica.)
Saber todo esto refuerza la (saludable) lección que nos enseñó Charles Darwin, en este caso en lo que se refiere a los homininos: formamos parte de un gran entramado biológico. Parece que poseemos habilidades que otras ramas bípedas no tuvieron, pero al menos estamos emparentados con una de ellas (seguramente lo estaremos con más). Que tomen nota los racistas, xenófobos y compañía, de viejo o nuevo cuño.