El regreso de la ciencia del exilio
Imagen del cartel conmemorativo de los 50 años de la muerte de Emilio Herrera. Cedida por el Parque de las Ciencias de Granada
Sánchez Ron reivindica en esta entrega de Entre dos aguas el legado de científicos que fueron sometidos al olvido. Entre ellos, el químico Enrique Moles, el entomólogo Ignacio Bolívar, el físico y matemático Honorato de Castro, el ingeniero Enrique Hauser y el militar Emilio Herrera, entre otros.
Como historiador de la ciencia tengo más o menos claro cuál debería ser el "conocimiento compartido" en lo que a la ciencia se refiere, para los estudiantes de una carrera de ciencias e incluso para cualquier persona medianamente educada, pero tengo aún más claro que, por encima de la historia, está el conocer la ciencia actual, aunque no se sepa cómo se ha llegado a ella (sé que esto puede implicar que se comprenda peor esa ciencia "actual"). ¿Existe algún posible punto de encuentro? Sí, pero no es seguro, variará según el "gusto" (orientación, ideología, profesión, necesidades…) de cada cual. Adentrándonos como estamos en aspectos esenciales en un mundo radicalmente diferente, para el que se necesitan elementos (habilidades, conocimientos, incluso palabras) que en el pasado simplemente no existían, ¿qué hacer?, ¿qué enseñar?, ¿por qué esforzarse en aprender? Porque el tiempo, ay, es finito. Las disyuntivas son, pueden ser, muy dolorosas. Con buenas pero, en mi opinión, limitadas razones, personas admirables, faros de la cultura, reclaman en la enseñanza mayor atención a, por ejemplo, lenguas muertas como pueden ser el griego o el latín. No hay duda de que no es posible comprender plenamente tesoros de la cultura universal al margen de esas lenguas y que sería conveniente poseer algún conocimiento de ellas. Como tampoco podemos entender el pasado y parte del presente sin saber de la historia de las religiones, lo que en nuestra cultura occidental, quiere decir, sobre todo, del cristianismo. Algún amigo muy querido me dice de vez en cuando lo necesario que es leer la Biblia, pero ¡que quieren que les diga!, si hay que elegir por razones de tiempo yo preferiría que los jóvenes leyeran El origen de las especies de Charles Darwin, o Primavera silenciosa de Rachel Carson, que los textos bíblicos. Sé lo mucho que se pierde así, pero también lo mucho que se gana.
Al hilo de lo que estoy diciendo, quiero alabar un acto de justicia histórica, de recordar el pasado, de "añadir al conocimiento compartido", que el actual gobierno ha tenido con la ciencia. En su reunión del 21 de diciembre de 2018, el Consejo de Ministros acordó crear una Comisión de trabajo "para la rehabilitación y garantía del derecho al honor de los miembros de las Reales Academias y Academias de ámbito nacional sancionados durante la Guerra Civil y la dictadura". Explícitamente, se señalaba "el carácter injusto e ilegítimo" de las sanciones a académicos de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales"."¿A dónde va usted tan mayor?", preguntaron al entomólogo Ignacio Bolívar cuando partía de España con 89 años. "A morir con dignidad", contestó
En efecto en 1941 el Gobierno del general Franco ordenó expulsar de las Reales Academias a los académicos no afectos al régimen. La Academia de Ciencias cumplió fielmente la orden (la Real Academia Española no lo hizo) y dispuso el cese en su condición de académicos del químico Enrique Moles, el entomólogo Ignacio Bolívar, el físico y matemático Honorato de Castro, el ingeniero Enrique Hauser, el militar Emilio Herrera, personaje esencial en la historia de la aeronáutica española (fundó y dirigió la Escuela Superior Aerotécnica, creada en 1928 y ubicada en Cuatro Vientos, de la que años más tarde surgiría la Escuela Superior de Ingenieros Aeronáuticos), el astrónomo Pedro Carrasco y el físico Blas Cabrera. Sin duda, los más eminentes de todos ellos eran Bolívar, director del Museo de Ciencias Naturales, Moles, especialista en la medida de pesos atómicos, y Cabrera, autoridad mundial en magnetismo y director del Instituto Nacional de Física y Química, un centro moderno, construido con el apoyo de la Fundación Rockefeller, que formaba parte de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, institución pública que, considerada liberal y afín a la Institución Libre de Enseñanza, fue abolida por el gobierno franquista, antes incluso de que finalizase la Guerra Civil, pasando sus propiedades a una nueva institución pública: el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). No puedo dejar de mencionar que, si de afrentas a la memoria histórica se trata, constituye una vergüenza que aquel Instituto Nacional de Física y Química mantenga el nombre -adjudicado, claro, después de 1939- de Instituto de Química Física "Rocasolano", formando parte del CSIC. Porque el químico aragonés Antonio de Gregorio Rocasolano (1873-1941) fue uno de los que con más saña y rencor criticó a aquellos que habían trabajado en la Junta. A quien lo dude, le bastará con echar una ojeada a los dos artículos que escribió en un libro de infame memoria, Una poderosa fuerza secreta. La Institución Libre de Enseñanza (San Sebastián, 1940). Por cierto, Rocasolano nunca trabajó en aquel Instituto.
Salvo Moles, que falleció en Madrid, pero desposeído de la cátedra que había ganado y tras sufrir la cárcel, los académicos de Ciencias privados de sus medallas fallecieron en el exilio. Se cuenta que al partir de España en 1939, a Bolívar, que entonces tenía 89 años, alguien le dijo: "¿A dónde va usted, tan mayor?", a lo que el entomólogo contestó: "A morir con dignidad". Si non è vero, è ben trovato.