Cine

Nanni Moretti, Varios ciclos sobre su obra

Cronista de su época

14 noviembre, 1999 01:00

La Filmoteca Española y la de Andalucía repasan la obra del director italiano Nanni Moretti (Brunico, 1953), autor de películas como "Caro Diario" y "La misa ha terminado". Para el escritor Juan Bonilla, el cine de Moretti alcanza su máximo vigor cuando se muestra como poeta de lo aparentemente superficial.

Se diría que desde que comenzó a hacer películas, Nanni Moretti tenía una cosa muy clara: quería convertirse en el cronista de la Italia que le tocó vivir, pretendía contar sin pudor las miserias y desencantos de una generación cuyos sueños se habían podrido deparando una realidad donde la estupidez había transformado toda aspiración ideológica en patología ingrata.

El camino emprendido por Moretti le presentó bastantes escollos, pero él bien podría firmar lo que los directores de "Rossetta": no le interesa hacer cine, sino contar la vida que pasa. Que recurra al cine como medio de expresión no pasa de ser un contrato que se acuerda con nuestro tiempo, en el que cualquier película consigue llegar a un número importante de ciudadanos. Por eso su filmografía presenta un aspecto de desaliño, donde lo que importa no es tanto provocar una emoción estética como afrentar la realidad. Cerca pues del cine social, e incluso del cine de denuncia, al juzgar los resultados la impresión resultante es que en Nanni Moretti se ha canjeado un profundo poeta que, cuando acierta, alcanza momentos de prodigiosa belleza callada, por un forzado ideólogo derrotado que cuando se equivoca resulta especialmente endeble. La trilogía que consagra a Moretti como autor de indomable militancia política la componen "Sueños de oro" (1981), "Blanca" (1984) y "La Misa ha terminado" (1985).

La última de ellas, que obtuvo el Oso de Oro en el Festival de Berlín, es sin duda la mejor de ellas, la más medida, aquélla en la que el personaje creado por Moretti para poner en jaque la vaciedad de las ambiciones políticas que dominan cualquier estado europeo, y la férrea imposición de la cultura de las apariencias, consigue ser más convincente. A pesar de que muchos especialistas consideran esta película como su más personal aportación al cine italiano, estoy convencido de que el Moretti verdaderamente personal es el que se nos muestra en "Caro diario" (1993), personaje cansado de aquellas convicciones políticas que naufragaron y al que sólo le queda el recurso de girarse hacia su propia vida para tener algo que celebrar en un mundo podrido.

"Caro diario" se compone de tres cortos. El primero es una preciosa expresión de minimalismo. Nunca antes, con tanta sencillez y precisión, fue capaz Moretti de realizar un ejercicio tan poético como el que acomete en "En Vespa". Moretti nos asegura al principio que nada le gusta más que recorrer en su moto las calles de Roma. La cámara lo sigue en un paseo delicioso que nos muestra edificios y plazas de la capital italiana mientras Moretti intercala en la narración algunas digresiones impagables. Pero si hay un momento memorable en ese capítulo de "Caro diario", es sin duda el homenaje que rinde a Pasolini.

No recuerdo un homenaje tan prodigiosamente sincero, sin palabras, sólo con la imagen recorriendo el escenario donde se halló el cadáver de Pasolini, allá donde ahora hay un monolito que le recuerda rodeado de rastrojos, al lado de un campo de fútbol en el que ya nadie juega. El piano de Keith Jarret y la vespa de Moretti bastan para decirlo todo. Ese Moretti lírico que no se ha prodigado mucho, que no consigue asomarse entre las dichosas ocurrencias que salpican otras películas suyas, es el Moretti más perdurable, al menos el que consigue inyectarnos las mismas sensaciones cuando volvemos a ver "En Vespa", cosa que no ocurre con los otros episodios de "Caro diario", pues las gracias repetidas son menos graciosas, mientras que la poesía crece en energía después de cada visita.

Después de un irregular capítulo titulado "Islas" -donde Moretti se luce con un par de gags envidiables- el director italiano se atreve a narrar una experiencia autobiográfica en el capítulo titulado "Médicos". La experiencia es particularmente sobrecogedora e incluso desagradable, pero la traemos a colación no tanto por su entidad como por lo que avisa: Moretti ha decidido hacer del yo la persona esencial de su cine. Nos va a contar su vida que es lo único que importa. Ya no necesita crear personajes, de ahí que su última película sea una especie de film familiar como el que cualquier ciudadano armado con cámara de vídeo podría haber rodado utilizando su entorno. Los peligros de un cine así son evidentes y van desde el narcisismo hasta el déficit de cosas que contar. Pero Moretti no parece temerle a esos riesgos. Es posible que algo de cansancio le haya obligado a corregir sus ambiciones. Es posible que harto de ejercer como cronista de la basura, de esgrimir metáforas para mejorar la sociedad a la que se dirige, Moretti haya aprendido que ya que no tenemos salvación, lo mejor es dedicarse a celebrar el mundo. No cabe duda de que entre un partido de waterpolo que quiere representarnos los conflictos de un colectivo, y una vespa que recorre las calles de Roma, siempre preferiremos lo segundo, pues si bien en el primer caso Moretti deja claro que como cineasta político le sobran ambiciones y le falta vigor, en el segundo caso Moretti demuestra que puede ser un poeta muy profundo transformando algo tan aparentemente superficial como un paseo en moto en una delicada declaración de amor a una ciudad que es todas las ciudades, a un hombre que es todos los hombres.